jueves, 20 de enero de 2011

LEOPOLDO II DE BÉLGICA

Esta es la foto  en la que sale más favorecido


El rey de los belgas había comprado en 1885 una parte del Congo tan grande como Europa. En el interior de esas tierras había marfil, e incontables nativos a los que se podía obligar a servir. Cuando se produjo el boom del caucho, Leopoldo descubrió  que la casualidad había querido que su colonia fuese rica en  plantaciones de caucho salvaje, y con ello descubrió también el potencial de detentar un monopolio virtual en el mercado mundial. Leopoldo compredio que no había tiempo que perder; la fortuna que podía hacer era inmensa. Así pues, puso manos a la obra, o mejor dicho, puso a trabajar a decenas de miles de nativos, para lo cual instauró un régimen de terror ideado para obtener la máxima producción de caucho exportable sin tener en cuenta el coste humano

Leopoldo- un hombre aburrido, de mentalidad comercial y poseído por una codicia épica- había alegado motivos humanitarios para apropiarse del Congo, y prometido que el territorio se inspeccionaría a fondo y se cristianizaría. Durante el mandato de Leopoldo murieron unos diez millones de nativos, asesinados, mutilados o de hambre. Fue uno de los peores genocidios que vio el mundo. Lo recaudado con esas practicas sirvió para financiar interminables ampliaciones y reformas del castillo real de Laaken, un extenso parque a rebosar de caprichos arquitectónicos, un paseo marítimo en la ciudad costera de Ostenden, su hipódromo preferido, un campo de golf y, cómo no, su proyecto más mimado, el monumental arco de triunfo que conmemoraría sus logros. Leopoldo también compró propiedades palaciegas en otros países, especialmente en el sur de Francia, donde le gustaba pasar semanas con su amante, a la que había conocido cuando ella era una prostituta parisina adolescente y con la que finalmente se casó poca antes de morir.

Cuando salió a la luz las atrocidades que el rey  había cometido en El Estado Libre del Congo, este era ya un septuagenario  dado a recorrer en triciclo el parque de palacio y  aterrorizar a la corte con su hipocondría descomunal y  su miedo a los germanes, finalmente decidió que no valía la pena seguir manteniendo la colonia (menos lucrativa ahora, pues habían aparecido nuevos productores de caucho) y "generosamente" aceptó venderla al gobierno Belga. Gracias a ese gesto real, Bélgica se endeudó en ciento diez millones de francos, aceptó financiar todos los proyectos arquitectónicos reales ya iniciados y le pagó al rey otros cincuenta millones de francos "como prueba de gratitud por sus grandes sacrificios en el Congo". Leopoldo II murió el 17 diciembre del año siguiente, 1909.

Años de vértigo
Philipp Blom
Anagrama

lunes, 17 de enero de 2011

MEMORIA DE LOS DÍAS


MEMORIA DE LOS DÍAS

Vas y vienes en la memoria de los días
en los que el amor
rodeó la casa de luz matutina.
A veces sabíamos de ti por el aroma
de las glicinias deslizándose por el muro,
otras por el rumor del verano junto
al oro viejo de los plátanos.
Vas y vienes. Y cuando regresas
tu perro es el primero en saberlo.
Al oírlo ladrar, sabíamos que contigo
el amor también había vuelto a casa.

Eugénio de Andrade

viernes, 14 de enero de 2011

EL PURGATORIO

Galeria de Biele

Yo siempre había creído que el purgatorio era una sala de espera con una estufa en la que durante un tiempo limitado te quemabas a fuego lento revoltosa. Y ahora me entero que no es un lugar físico, sino químico, en el que "un fuego interior  purifica el alma del pecado" ( Benedicto XVI). Después de que nos quitaran el purgatorio y el limbo, solo nos quedaba el comodín de la llamada, pero cada vez que lo queríamos utilizar, comunicaba.

Esa sensación de fuego interior que sentía después  del tercer Gin-Tonic y que me tenía tan preocupado, en realidad (irreal) era que tenia el alma en el purgatorio y el cuerpo en la gloria. La próxima vez que me pare la Benemérita y me mande soplar, tengo una excusa divina: señor agente  el O.80 que marca el etilómetro es la temperatura del purgatorio, que está que arde, y, si usted tiene dudas, utilice el comodín de la llamada y pídale a  Benedicto que le mande mi expediente.


Rosana- A fuego  lento

FRENTE AL ESPEJO



NO PODRÍA decirles nunca: esto fue un sueño,
y esto fue mi vida.

Pero en un principio no fue así. En un principio la
mesa estuvo realmente puesta, y mi padre cruzó las
manos sobre el mantel realmente, y el agua santificó
mi garganta.


FRENTE AL ESPEJO

EN UN ABRIR y cerrar de ojos
ya no estarás en donde estabas:
un triste viejo está mirándote
con qué terror desde tu cara.

Mirándote ávido y mirándote
mientras la luz te da en su cara:
en un abrir y cerrar de ojos,
ni tú, ni él, ni nada.

Eliseo Diego

martes, 11 de enero de 2011

EL RESPETO A LOS UNIFORMES

El alcance al que podía llegar el respeto a los uniformes y el porte militar se demostró el dieciséis de octubre de 1906, cuando un capitán del ejercito ordenó a un pelotón que se dirigía a los cuarteles que lo siguiera, lo hizo subir a un tren y entró con todos los soldados en el Ayuntamiento de Köpenick, cerca de Berlín, donde arrestó al alcalde y lo mandó a la capital con escolta, confiscó la caja registradora, extendió un recibo, ordenó a los soldados que permanecieran en sus puestos, abandonó el edificio y se esfumó. Cuando seis semanas después lo arrestaron, el culpable, un tal Friedrich Wilhelmen Voigt, resultó no ser ni haber sido nunca militar. En cambió se había pasado veintinueve años en la cárcel por diversos casos de hurto y fraude, sencillamente se había hecho él mismo el uniforme (de capitán del Primer Regimiento de la Guardia de a pie) comprando las distintas prendas en casas de empeño locales tras dedicar un par de semanas a buscarlas. Con el porte glorioso que daban las hombreras, el bribón se convirtió en un dios. Al ver que un oficial entraba en su despacho  el desafortunado alcalde de Köpenick se había puesto de pie de un salto, con los dedos pegados a la costura del pantalón y más que dispuesto a acatar las órdenes. Voigt, al encontrar dormida al policía de guardia en el ayuntamiento, lo reprendió severamente, con un tono de auténtico oficial, y el agente, temblando, le prometió que en adelante tendría más cuidado. Los soldados habían seguido al desconocido capitán sin ni siquiera enarcar una ceja. Es evidente que Voigt disfrutó del espectáculo: tras huir con más de cuatro mil marcos y despachar a sus prisioneros a Berlín en tren, no pudo resistir la tentación de volver a la capital, instalarse en un café frente a la comisaría, contemplar la llegada de los presos escoltados y ver cómo la confusión general se adueñaba del lugar.

Lo condenaron a cuatro años de cárcel, pero el Káise en persona no tardó mucho en indultarlo; por lo visto, tuvo la cortesía de encontrar el incidente enormemente divertido. El capitán de Köpenick se convirtió en un fenómeno. Apareció una biografía suya, se imprimieron miles de postales y, tras ser puesto en libertad, el antiguo embaucador empezó a ganarse muy bien la vida con apariciones públicas en ferias y clubs nocturnos donde contaba su historia y firmaba autógrafos. Incluso emprendió una gira; saliendo de Dresde, llegó hasta Viena y Budapest, y en Londres, el público, tras pagar la entrada, pudo admirar su estatua de cera, con uniforme de capitán, en el Museo de Madame Tussaud.

Aunque la atrevida broma de Voigt se tiñó con toques sensacionalistas para regocijo de toda Europa, sólo fue posible gracias al ya existente mercado de imágenes de la virilidad heroica y de su icono principal, el Káiser. Antes que él, ningún gobernante había explotado con tanto placer los medios de comunicación, y no hubo otro monarca que se aplicara tanto a proyectara una imagen de heroica masculinidad. Al anciano emperador austriaco Francisco José I se lo veía generalmente de uniforme, pero sin armas y con pocas medallas, una imagen de autoridad debida más al bigote blanco y su firme mirada;  a Eduardo VII, el rey jovial y famoso por la promiscuidad, apenas se lo veía de uniforme; en cambio, el casi enano zar Nicólas II se deleitaba en su pasión por los alamares, los galones dorados y la condecoraciones militares. Así y todo, ni el zar podía competir con las poses soberbias de su primo alemán.

Años de vértigo
cultura y cambio en Occidente,,1900-1914
Philipp Blom
Anagrama

lunes, 10 de enero de 2011

PREGUNTAS SIN RESPUESTAS

VISIÓN DESDE EL FONDO DEL MAR
RAFAEL ARGULLOL
ACANTILADO

"Deja que la vida sea tu propia respuesta"
Montaigne


Supongo que las sectas siempre han tenido tanto éxito y han sido tan indispensables porque el hombre necesita una coraza de hierro para soportar la evidencia que su cuerpo es de cristal y que su vida puede hacerse pedazos en cualquier momento. Como defensa frente a la fragilidad humana, la formación de sectas es perfectamente comprensible, sean las sectas religiosas que tratan de amortiguar el pánico al más allá, sean las laicas que se proponen paliar los miedos de este mundo. Es aberrante por el contrario, la pretensión ofensiva de las sectas, cuando éstas, siempre engañosamente, pretenden embaucar con doctrinas y dogmas a los pobres integrantes de una cola que aguardan para comprar sus entrada en esa taquilla presidida por un rotulo demoledoramente eficaz: paraíso, salvaciones, felicidades, superaciones de complejos o, al menos, una prepotente estupidez".
Comprendo, por tanto, que las sectas caven trincheras y zanjas frente a lo efímero, si bien detesto que vendan entradas para la eternidad. Además, el hecho de que nuestra vida acristalada pueda hacerse añicos en cualquier instante no justifica la obligación de refugiarse en una coraza de hierro. Con frecuencia es el propio hierro con el que pretendemos cubrirnos el que se desliza sobre nosotros y aplasta el frágil organismo de cristal. Contra  lo que acostumbra a creerse, quizá sea más llevadero avanzar descubiertos por el borde del acantilado, puesto que el peso de la armadura puede provocar el traspiés definitivo.
En cualquier caso, yo agradecí el día en que me sentí liberado del espíritu de las secta. El precipicio estaba ahí, ni mayor ni menor que antes, pero yo me sabía más ligero, con mejor humor y tremendamente aliviado por no tener que cargar con las enrevesadas palabras y las feas verdades de las sectas. Ese día, que naturalmente no fue la consecuencia de un súbito milagro sino de una acumulación de años, pude mirar allá abajo sin estremecerme e incluso con satisfacción. Había renunciado a poseer soluciones y esto realmente me proporcionaba una solución taumatúrgica. Aprender a vivir con preguntas sin respuestas, con preguntas que nunca obtendrían respuestas, aligeraba la vida. El cristal era más fuerte que el hierro.

Rafael Argullol

sábado, 8 de enero de 2011

LA SAL DE LA LENGUA


LA SAL DE LA LENGUA

Escucha, escucha: tengo aún
algo que decir.
No es importante, lo sé, no va
a salvar el mundo, no cambiará
la vida de nadie-¿pero quién
es hoy capaz de salvar el mundo
o cambiar tan sólo el sentido
de la vida de alguien?
Escúchame, no te entretengo.
Es poca cosa, como la llovizna
que llega lentamente.
Son tres, cuatro palabras, poco
más. Palabras que te quiero confiar.
Para que no se apague su lumbre,
su lumbre breve.
Palabras que he amado mucho,
que tal vez ame todavía.
Ellas son la casa, la sal de la lengua

Eugénio de Andrade

viernes, 7 de enero de 2011

FRANCISCO JOSÉ I Y SU ÉPOCA



Francisco José I (1830-1916), presidia un imperio de preguntas sin respuestas, el emperador aun con todos sus títulos, era un hombre de lo más normal, un oficinista meticuloso que vestido siempre con su uniforme de caballería, se pasaba largas horas sentado en su escritorio del palacio vienes de Hofburg garabateando comentarios y decisiones en los márgenes de un sinnúmero de expedientes. Verdadera encarnación del servicio y el deber, era disciplinado, como esperaba que fuesen sus funcionarios, pero sólo se lo veía contento cuando podía tomarse tiempo libre para visitar a su amante, Katharina Scharatt, en la villa imperial de Bad Ischl, donde le gustaba vestir trajes regionales y caminar por las montañas. Desde los retratos oficiales, Franciso José I, con sus ojos fríos y acuosos, lo observaba todo y a todos: colegiales, funcionarios y parejas casada en la cama.

Mientras el emperador seguía funcionando como un muñeca mecánica, una sensación de vacío y falsedad ocupaba el centro de toda esa magnificencia estucada. Solo el mito griego podía haber producido una familia más disfuncional y más notoriamente inmoral que la de Franciso José. La emperatriz Isabel (1837-1898), más conocida como Sissi, tenia un aura romántica, pero su vida fue una larga serie de ataques de mal genio, crisis de anorexia y largos y erráticos viajes por el Mediterráneo  en  busca del elixir de la eterna juventud. Su popularidad solo se salvó cuando un anarquista la mató en Ginebra de una puñalada. Rodolfo, el príncipe heredero, un hombre brillante  y de mentalidad progresista, se suicidó, tras matar de un disparo a su amante, en el pabellón de caza del castillos de Mayerling en 1889; su primo, el jovial archiduque Otto (que una vez se presento en sociedad "vestido" solo con el sable), estaba tan destrozado por sífilis que tenía que ponerse una nariz de cuero cuando aparecía en público, En cuanto al heredero, el zafio archiduque Franciso Fernando, puede decirse que el emperador lo odiaba cordialmente.

Años de vértigo
Philipp Blom
Cultura y cambio en Occidente 1900-1914
Anagrama


Austria era un Estado antiguo, gobernado por un emperador vetusto y administrado por ministros viejos, un Estado sin ambiciones que no tenía otra aspiración que la de conservarse intacto dentro del espacio europeo a fuerza de ir rechazando todo cambio radical; por eso mismo, a los jóvenes , que por instinto siempre desean cambios rápidos y radicales, se les consideraba como un elemento peligroso al que había que mantener bajo llave o, al menos, contener el mayor tiempo posible. De modo que no había ninguna razón para hacernos agradables los años de escuela; cualquier forma de progreso nos la teníamos que ganar a fuerza de esperar y mostrar paciencia.
Una vez se dio un caso excepcional e inaudito: Gustav Mahler fue nombrado director de la Ópera de la Corte a los treinta y ocho años. Sin poder salir de su asombro, toda Viena resonó con comentarios llenos de pavor de que se hubiera confiado la primera institución artística del país "a un hombre tan joven" (todo el mundo se olvidó de que Mozart había concluido la obra de su vida a los treinta y seis años, y Shubert, a los treinta y uno). Esta desconfianza hacia los jóvenes se extendía a todos los estamentos.
Mientras que hoy, en esta época nuestra tan radicalmente transformada, los hombres de cuarenta años hacen lo posible para aparentar treinta y los de sesenta, cuarenta; mientras que hoy la juventud, la energía, el espíritu  emprendedor y la confianza en uno mismo son cualidades que ayudan al individuo a abrirse camino hacia el ascenso, antes, en la época de la seguridad, todo aquel que quería prosperar tenía que disfrazarse lo mejor que pudiese para parecer mayor. Los periódicos recomendaban específicos que aceleraban el crecimiento de la barba, los médicos de veinticuatro o veinticinco años, que acababan de licenciarse, lucían barbas frondosas y se ponían gafas doradas, aunque su vista no las necesitara en absoluto, y todo con el único propósito de causar a sus pacientes la impresión de "experiencia". La gente vestía levitas largas y caminaba con paso pausado, y, si era posible, adquiría un cierto embonpoint que encaraba esa gravedad anhelada, y los ambiciosos se afanaban en anular, aunque solo fuese exteriormente,  su juventud, una edad sospechosa de poco sólida.

El Mundo de ayer
Stefan Zweig
Memorias de un europeo

lunes, 3 de enero de 2011

LA CAPA, LA BARCA Y LOS ZAPATOS (W.B. YEATS)




-¿QUÉ es eso que haces, tan brillante y hermoso?

Hago la capa de la Pena:
qué bien, ver que a la vista de todos,
a la vista de todos está la capa de la Pena.

¿Qué construyes con velas para volar?

Construyo una barca para la Pena:
veloz sobre los mares noche y día
navega la Pena vagabunda,
noche y día.

¿Qué tejes con tan blanca lana?

Tejo los zapatos de la Pena:
silente ha de ser la pisada leve
en todos los oídos de los hombres de la Pena,
súbita y leve.

William Butler Yeats
Poesía reunida
Editorial Pre-textos
Antonio Rivero Taravillo

domingo, 2 de enero de 2011

CUENTOS DE GALITZIA

CUENTOS DE GALITZIA
ANDRZEJ STASIUK
ACANTILADO

LUGAR

Todo debió de empezar en invierno. Es entonces cuando hay más tiempo y el transporte es relativamente fácil. Si en aquel entonces la frontera de los bosques discurría mas o menos por donde hoy, los abetos más cercanos se encontrarían a un kilómetro cuesta arriba. Había que encontrar los mejores, gruesos y rectos, que crecen donde da el sol. Y a continuación talarlos.
Observando el esqueleto de columnas inclinadas que sustentaban el templo, el grosor de éstas daba idea de la magnitud del antiguo bosque. Algunos de los árboles usados para la construcción debían de medir cerca de un metro de diámetro en  la base. Las sierras eran manuales. Entre dos hombres tardaba un día entero en cortar un árbol. Serraban, clavaban cuñas de madera, se iban quitando la ropa hasta quedarse, a pesar del frío, en camisa, de la que salía vapor. Los últimos instantes estaban llenos de inquietud. Aguzaban el oído, pendientes de los chasquidos que producen las fibras al romperse cuando el árbol inicia su lenta caída. Después tocaba podar las ramas más gruesas y ya se podía enganchar los caballos al tronco gris plata. Seguro que reventaban los arneses y se quebraban las cadenas. Antes de que -sorteando hoyos de árboles partidos por el viento- consiguieran salir a la linde del bosque, el lomo de los animales humeaba igual que una hora antes el de los hombres. Una vez en la bajada, la cosa era ya más fácil. Si habían pasado antes por allí otros tiros, en la nieva quedaba un profundo surco. ¿Cincuenta árboles? ¿Cien? ¿Más? Muchos, en cualquier caso, para tratarse de una aldea que apenas constaría de unas veinte chozas. Había partes donde los caballos se hundían hasta el vientre.
Aquí el invierno acaba tarde. En abril todavía se dan las ventiscas y las noches son gélidad. La llegada de la primavera viene precedida por la estación del barro, durante la que los colores se mezclan sin cesar. El blanco pugna con el negro, con el gris, con el primer verde. Laderas y valles cambian constantemente de aspecto. Lo que el sol derrite lo recupera la nevada nocturna.
(...) En los día apacibles y calurosos, el aire se notaba espeso de aromas balsámicos, como si la  materialización del templo se llevara a cabo en el espacio de todos los sentido. El repiqueteo de las herramientas, multiplicado  por el eco, reverberaba por el valle hasta dar con una salida o perderse en el vacío del cielo. El sonido agudo de las sierras, los hachazos que modelaban las juntas de los ángulos, las órdenes y maldiciones de los capataces al izar el siguente madero preparado.
En otoño seguramente todo estaría terminado. Estaban clavando las últimas tejas. La forma se había cerrado. Dentro estaban poniendo el suelo. Un fragmento del mundo había sido arrancoado de él y elevado a otra esfera. Como el profeta Elías de la parte izquierda del iconostasio.

Andrzej Stasiuk