jueves, 10 de febrero de 2022

MI ÚLTIMO SUSPIRO

 Lleva todo el mes de enero y parte de febrero sin que caiga una gota de agua. Nada comparado a lo que contaba Luis Buñuel en Mi último suspiro. 

La tierra del Bajo Aragón es fértil, pero polvorienta y terriblemente seca. Podían pasar un año y hasta dos sin que se vieran nubes en el cielo. Cuando por casualidad un cúmulo aventurero asomaba tras los picos de las montañas unos vecinos venían a nuestra casa sobre cuyo tejado se levantaba un pequeño observatorio desde donde contemplaban durante horas el lento avance de la nube y decían sacudiendo tristemente la cabeza: Viento del Sur. Pasará lejos. 

En Calanda la edad media se prolongó hasta la Primera Guerra Mundial.  Un año de angustiosa sequia el vecindario de Castelceras, con los curas a la cabeza, organizaron una rogativa para pedir la gracia de un chaparrón. Aquel día negras nubes se cernían sobre el pueblo. Antes de que terminara la procesión se habían disipado las nubes. Entonces unos brutos cogieron la imagen de la Virgen y al pasar por un puente la tiraron al río Guadalope.

La vida se desarrollaba a toque de campana.  Las campanas anunciaban los oficios religiosos (misas, vísperas, ángelus) y los toques a incendio, rebato, muerte, agonía. Cuando un vecino de pueblo se encontraba en trance de muerte una campana doblaba lentamente por él. Una campana de bronce con toques más ligeros para la agonía de un niño. En los campos, caminos y calles la gente se paraba y preguntaba: ¿Quién se estará muriendo? Los días de fiesta grande y domingos repiques gloriosos.

Luis Buñuel estuvo cinco meses durante la ley seca en Estados Unidos, tenía un amigo al que le faltaban tres dedos que le enseñó a diferenciar la ginebra verdadera de la falsa, bastaba agitarla de un modo especial. La verdadera hacía burbujas. También se encontraba whisky en las farmacias, con receta, y en determinados restaurantes se servía en tazas de café.

La Ley Seca fue una de las ideas más absurdas del siglo. Bien es verdad que, en aquella época, los norteamericanos se emborrachaban como cubas. Después, creo yo, aprendieron a beber.

Durante la Guerra Civil los coches que circulaban por Madrid llevaban uno o dos colchones en el techo contra los francotiradores. Sacar la mano por la ventanilla podía tener graves consecuencia porque se podía creer que estabas haciendo el saludo fascista. 

MI ÚLTIMO SUSPIRO (Luis Buñuel)