"En aquella ocasión, la muerte me miró a los ojos y se percató de mi existencia"
A Iván S. Turguénev le podríamos preguntar aquello de ¿filósofo señor? y el nos podría responder "observador de la vida". En esta breve novela de cien paginas, se ve al observador de la vida. Chulkaturin, el hombre superfluo, es el protagonista de esta historia.
"Es evidente que la naturaleza no contaba con mi aparición, de manera que me trató como a un huésped al que no se a invitado y al que no se espera."
¿Qué voy a contar? Un hombre bien educado no habla de sus enfermedades; escribir una novela supera mis fuerzas, contar la vida que me rodea no es capaz de atraer mi atención, y no hacer nada resulta aburrido; leer me da pereza. ¿Ah¡, me contaré a mi mismo toda mi vida. ¡Excelente idea! Ante la muerte es decoroso y no ofende a nadie.
Nací hace unos treinta años en el seno de una familia de terratenientes bastante ricos. Mi padre era un jugador empedernido y mi madre una dama con carácter..., muy virtuosa, por cierto. Sólo que nunca he conocido a ninguna mujer cuya virtud proporcionase menos satisfacciones. Caía aplastada bajo el peso de sus virtudes y martirizaba con ellas a todo el mundo, empezando por ella misma. A lo largo de los cincuenta años de su vida no se permitió un sólo descanso; jamas se quedó cruzada de brazos: siempre fue de un lado para otro en eterno ajetreo, igual que una hormiga, sólo que sin utilidad alguna, cosa que no se puede decir de la hormiga. Una especie de carcoma infatigable la corroía día y noche. Tan sólo un día la vi fatigada del todo, a saber: el día siguiente a su muerte, en la tumba. Mirándola, se me antojó que su rostro expresaba un mudo asombro; sus labios entreabiertos, sus mejillas hundidas y sus ojos dulcemente inertes parecían pronunciar estas palabras: "¡Qué bien se está sin ajetreos!" En efecto, ¡está bien, pero muy bien , deshacerse finalmente de la atormentada conciencia de la vida, de la inseparable e inquietante sensación de existir! Pero no se trata de esto.
(...)Ella me quería , pero yo a ella no. ¡Sí! evitaba a mi virtuosa madre y adoraba a mi inmoral padre.
(...) Al fin y al cabo para eso están los hijos: para que los padres no se aburran.
"Mientras el hombre está vivo, no siente su propia vida: la apresa, igual que al sonido, sólo al cabo de algún tiempo."
(...)Me gustaría tanto una vez más aspirar hasta la saciedad el frescor amargo del ajenjo, el olor dulce del trigo sarraceno recién segado en los campos de mi infancia; me gustaría tanto escuchar una vez más el tímido y lejano sonido de la agrietada campana de nuestra iglesia parroquial; tumbarme una vez más a la sombra fresca, bajo el roble joven que crece en la pendiente del conocido barranco; una vez más seguir con la vista el trazo palpitante del viento que recorre la hierba dorada de nuestro prado, dejando tras de sí una estela de oscuridad...
Tampoco he rehuido la felicidad; muy al contrario incluso intenté acercarme a ella por la derecha y por la izquierda
(...) Cuando el hombre es feliz, su cerebro, como se sabe, trabaja bien poco. Una sensación de tranquilidad y de alegría, una sensación de bienestar, inunda todo su ser y lo devora; su personalidad desaparece: el hombre se sume en un estado de beatitud, como dicen los poetas mal educados. Pero cuando, finalmente, el "encantamiento" desaparece, le produce pena y lástima el que, mientras era feliz, hubiera dejado de observarse a sí mismo, el que, mientras reflexionaba y se entregaba a evocar los recuerdo, no hubiera multiplicado, no hubiera prolongado su goce.
De todos modos, los hombres como yo lo esperan todo menos aquello que, siguiendo el ritmo natural de las cosas , tiene que suceder.
(...)El príncipe, seguramente, no esperaba encontrar semejante perla en una concha tan fea (me refiero a la repugnante ciudad de O.) y Liza, por su parte, ni en sueños había visto a nadie que recordase, ni de lejos, a aquel aristócrata brillante, inteligente y seductor.
Ni eso, ¡todo lo contrario! Ella misma-yo lo vi- se dejaba arrastrar por la ola. O igual que un árbol joven algo alejado de la orilla, se inclinaba con avidez sobre el torrente, dispuesta entregarle para siempre tanto la primera flor de su primavera como su vida entera.
Ni siquiera pensé mucho rato en la posibilidad de perder la vida, esa, como dicen los alemanes, máxima felicidad en la tierra.
¡Hay, Dios, Dios mio! Me muero...Un corazón capaz y deseoso de amar pronto dejará de latir...¿Será posible que se detenga para siempre, sin haber experimentado la felicidad ni una vez, sin haberse dilatado ni una vez bajo el dulce lastre de la alegría?
¿Qué voy a contar? Un hombre bien educado no habla de sus enfermedades; escribir una novela supera mis fuerzas, contar la vida que me rodea no es capaz de atraer mi atención, y no hacer nada resulta aburrido; leer me da pereza. ¿Ah¡, me contaré a mi mismo toda mi vida. ¡Excelente idea! Ante la muerte es decoroso y no ofende a nadie.
Nací hace unos treinta años en el seno de una familia de terratenientes bastante ricos. Mi padre era un jugador empedernido y mi madre una dama con carácter..., muy virtuosa, por cierto. Sólo que nunca he conocido a ninguna mujer cuya virtud proporcionase menos satisfacciones. Caía aplastada bajo el peso de sus virtudes y martirizaba con ellas a todo el mundo, empezando por ella misma. A lo largo de los cincuenta años de su vida no se permitió un sólo descanso; jamas se quedó cruzada de brazos: siempre fue de un lado para otro en eterno ajetreo, igual que una hormiga, sólo que sin utilidad alguna, cosa que no se puede decir de la hormiga. Una especie de carcoma infatigable la corroía día y noche. Tan sólo un día la vi fatigada del todo, a saber: el día siguiente a su muerte, en la tumba. Mirándola, se me antojó que su rostro expresaba un mudo asombro; sus labios entreabiertos, sus mejillas hundidas y sus ojos dulcemente inertes parecían pronunciar estas palabras: "¡Qué bien se está sin ajetreos!" En efecto, ¡está bien, pero muy bien , deshacerse finalmente de la atormentada conciencia de la vida, de la inseparable e inquietante sensación de existir! Pero no se trata de esto.
(...)Ella me quería , pero yo a ella no. ¡Sí! evitaba a mi virtuosa madre y adoraba a mi inmoral padre.
(...) Al fin y al cabo para eso están los hijos: para que los padres no se aburran.
"Mientras el hombre está vivo, no siente su propia vida: la apresa, igual que al sonido, sólo al cabo de algún tiempo."
(...)Me gustaría tanto una vez más aspirar hasta la saciedad el frescor amargo del ajenjo, el olor dulce del trigo sarraceno recién segado en los campos de mi infancia; me gustaría tanto escuchar una vez más el tímido y lejano sonido de la agrietada campana de nuestra iglesia parroquial; tumbarme una vez más a la sombra fresca, bajo el roble joven que crece en la pendiente del conocido barranco; una vez más seguir con la vista el trazo palpitante del viento que recorre la hierba dorada de nuestro prado, dejando tras de sí una estela de oscuridad...
Tampoco he rehuido la felicidad; muy al contrario incluso intenté acercarme a ella por la derecha y por la izquierda
(...) Cuando el hombre es feliz, su cerebro, como se sabe, trabaja bien poco. Una sensación de tranquilidad y de alegría, una sensación de bienestar, inunda todo su ser y lo devora; su personalidad desaparece: el hombre se sume en un estado de beatitud, como dicen los poetas mal educados. Pero cuando, finalmente, el "encantamiento" desaparece, le produce pena y lástima el que, mientras era feliz, hubiera dejado de observarse a sí mismo, el que, mientras reflexionaba y se entregaba a evocar los recuerdo, no hubiera multiplicado, no hubiera prolongado su goce.
De todos modos, los hombres como yo lo esperan todo menos aquello que, siguiendo el ritmo natural de las cosas , tiene que suceder.
(...)El príncipe, seguramente, no esperaba encontrar semejante perla en una concha tan fea (me refiero a la repugnante ciudad de O.) y Liza, por su parte, ni en sueños había visto a nadie que recordase, ni de lejos, a aquel aristócrata brillante, inteligente y seductor.
Ni eso, ¡todo lo contrario! Ella misma-yo lo vi- se dejaba arrastrar por la ola. O igual que un árbol joven algo alejado de la orilla, se inclinaba con avidez sobre el torrente, dispuesta entregarle para siempre tanto la primera flor de su primavera como su vida entera.
Ni siquiera pensé mucho rato en la posibilidad de perder la vida, esa, como dicen los alemanes, máxima felicidad en la tierra.
¡Hay, Dios, Dios mio! Me muero...Un corazón capaz y deseoso de amar pronto dejará de latir...¿Será posible que se detenga para siempre, sin haber experimentado la felicidad ni una vez, sin haberse dilatado ni una vez bajo el dulce lastre de la alegría?
Que vuestros corazones se dilaten muchas veces bajo el dulce lastre de la alegría. Y no como "Chiquiturin" que no se enteró de la fiesta. Y no por superfluo:
¿Quién, al fin al otro día.
Cuando el sol vuelva a brillar
de qué pasé por el mundo,
quién se acordará?
Gustavo Adolfo Becquer
Cuando el sol vuelva a brillar
de qué pasé por el mundo,
quién se acordará?
Gustavo Adolfo Becquer