domingo, 19 de abril de 2020

CURARE

CUANDO Isabel Díaz Ayuso recibe un avión se quita la mascarilla. Si le preguntan por Avalmadrid se pone la mascarilla. En Argentina a la mascarilla la llaman barbijo. Me gusta la palabra. Esto de Isabel lo cuento bajito para que no se enteren en twitter. Ayer se me ocurrió meterme en un foro de gente muy fanchendosa y tuve que salir por patas. 

LOS meros y otros peces cambian de sexo a lo largo de su vida. Cuando meto los pies en una pecera pienso en el sexo de los peces. Otros piensan en el de los ángeles.  El sistema de masaje se llama ictoterapia y lo practican unos peces llamados Garra Rufa que limpian, fijan y dan esplendor a tus pies. Quedas igual que un académico en un sillón de La RAE. 

SI los meros tienen memoria de pez, cómo coño saben el sexo que tenían ayer. Las orugas se transforman en hermosas mariposas. Los pájaros cantores alimentan con orugas a sus pichones, se metamorfosean en notas musicales.      

El CURARE es un veneno con el que los indios del Amazonas impregnaban flechas y cerbatanas. Estos venenos causaban parálisis progresivas que resultaban mortales. Por su efecto relajante algunas sustancias de estos venenos se utilizaron como anestesia.   

EN la pandemia del coronavirus nuestro sistema inmunológico tiene una especie de curare que ataca al virus. La mayoría de las muertes se producen por un exceso de celo del sistema. Lo que no te mata engorda. Tenía yo un compañero con algunas teorías muy variopintas. Decía que si algún día le llegaban a amputar un brazo, una pierna o alguna otra extremidad no permitiría que le hicieran un implante por los efectos perniciosos de los inmunosupresores. La única relación que tenía con la sanidad era su mujer, enfermera en un hospital, algo es algo.   

A finales del Siglo XIX llegaron a Gijón belgas, franceses, alemanes, checos. Crearon fábricas alrededor de las minas de carbón. Un noruego con calle en Gijón, Magnus Blistack,  llegó en 1888 para administrar La Compañía de Maderas. Pagaba el mejor jornal de la época, si un obrero se ponía enfermo le llevaba la paga a casa y cuando subió el pan les aumentó el salario. Antes de regresar para Noruega invitó a los obreros a una cena y les dio cincuenta pesetas a cada uno. Volvía a Gijón cada año y cuando se supo que había muerto, la ciudad se puso de luto y la tumba de su hijo en Ceares se llenó de flores. "Se ha portado con nosotros como un padre y no lo olvidaremos jamás".  La Voz de Asturias.

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