Creí que en el asiento de al lado viajaba un Sabio. Cuando pasaron cinco minutos y no paraba de hablar, me fijé que era un vendedor de la Once. Lo único claro, hasta ese momento, era que el cupón no lo vendía por ser mudo. Iban diez minutos y un tema diferente cada minuto. Después de abrochar cinturones, apagar aparatos electrónicos y poner el asiento en posición vertical despega el Boeing 530 de Air Berlin. El que no era ni ciego, ni sordo, ni mudo; siguió hablando. En la estratosfera siguió hablando. Será sabio, lo sabe todo. A lo mejor sabe el numero de la ONCE. El vendedor era gordo. No es que yo tenga prejuicios, pero si me toca el cupón por lo menos que sea el Gordo. Cuando le pedí "el cupón", guiñándole el ojo, resultó que el Gordo de la Once iba de vacaciones. Vendedor de la Once palizas, en vacaciones y sin cupón; seguro que es uno de los sabios contratados por Marino Rajoy. Menos mal que no íbamos para el Caribe, aunque nos hubiera tocado Curro. A la hora y cuarto, cuando nos disponíamos a aterrizar, el que lo sabía todo, menos el cupón del día, seguía hablando, si nos llegamos a estrellar la última palabra la diría, ¡el vendedor de ilusiones! El avión se estacionó y se produjo una estampida general, nadie quiso cargar con la suerte.
Historia real, aunque no lo parezca. En los aviones de Air Berlín todavía dan zumo y aperitivo, también real aunque no lo parezca.
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