Cada vez que me despierto
mi boca vuelve a tu nombre
como el marino a su puerto.
Este volver a empezar
cada jornada sin ti,
esta sensación de mar
que navego y ya perdí…
Como si mi voz te alcanzase,
murmura: Amour adoré,
¿No puedes oírme? No sé.
Vivos estamos en la frase.
¡Qué lejos ayer de hoy!
Hondo ayer: dos fuimos uno.
Hoy no estás y yo no soy.
Gentes que me son extrañas:
esas que me creen solo
sin ver que tú me acompañas.
Así voy sin ti: perdido
por entre gentes que anulan
nuestro amor bajo su olvido.
La Patria, lejos, en el lodo.
Soledades alrededor.
Navidad a pesar de todo:
hijos, su recuerdo, mi amor.
La memoria, malla a malla,
me cubre armando su mundo.
Interior, mi noche calla.
En tu recuerdo me hundo.
Ya te lo decía yo.
Era imposible el olvido.
Fuimos verdad. Y quedó.
Sobre esta misma almohada
me acompañó su cabeza.
Sé ya ahora cómo empieza
la blancura de la nada.
Despierto y como no estás,
no me suena el mundo a mundo:
nunca a solas hay compás.
¡Estaba yo tan contento
de ser yo, yo para ti!
¡Qué alegría ser así
dos historias en un cuento!
Lo que un día me dijiste
de nuevo suena en mi oído.
La soledad no es tan triste.
Ser es también no haber sido
Jorge Guillén
Estos versos son compuestos a la muerte de su primera mujer Germaine Cahen (en 1947).
Cuenta el escritor Mario Hernández, en el prólogo de la antología del poeta, lo siguiente:
La última etapa de Guillén transcurrió, con su segunda mujer, Irene Mochi-Sismondi (1910-2004), visitado constantemente por amigos, que llegaban de otros lugares de España o del mundo. Irene, romana exquisita, me narró, ya muerto el poeta, esta preciosa escena en una carta:
La última etapa de Guillén transcurrió, con su segunda mujer, Irene Mochi-Sismondi (1910-2004), visitado constantemente por amigos, que llegaban de otros lugares de España o del mundo. Irene, romana exquisita, me narró, ya muerto el poeta, esta preciosa escena en una carta:
Éramos muy madrugadores, y cada mañana con Jorge - y lo que tiene más valor, en otoño e invierno, cuando nos quedábamos en Málaga - veíamos subir el sol. Abría las cortinas, se oía mucho el mar, el cielo era oscuro, luego gris, luego pálido y poco a poco rosa.Jorge esperaba el fenómeno como un espectáculo, con una rodilla apoyada en el borde del sofá bajo la ventana. "Ya está", empezaba a murmurar divertido, pero el sol todavía no estaba. "Ya está", seguía diciendo; "ya está, ya está", en tono siempre más rápido. Era un juego. Y por fin : "Ya está", en letras capitales (es decir mayúsculas), con la cara iluminada de verdadera, profunda alegría. Y el sol era apenas un puntito de fuego y de pronto había crecido y era un día nuevo que había empezado.
No te engrias (ufanes), dinero
ResponderEliminaraunque sin cesar te busco,
ya sabes que no te quiero.
Jorge Guillen, Tréboles, VII.
Me interesa esa profesión de Especialista en contar nubes y el postgrado en probador de hamacas, ¿donde se estudia eso?
En la universidad del vago.
EliminarEn la Universidad de los Sueños!
EliminarExcelente Universidad, 100% recomendada!
Que hermosa poesía, en verdad a veces tenemos ese amor que se va y no vuelve más y no podemos y no queremos olvidar.
EliminarAsí es. Un saludo
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