miércoles, 16 de diciembre de 2009

UNAMUNO


Unamuno pidió audiencia, para dar las gracias al Rey Alfonso XIII por la concesión de la cruz de Alfonso XII, y cuentan que cuando estuvo en la camara regia, dijo con voz huraña y sincera:
-Vengo a presentarme ante su Majestad porque me ha dado la cruz de Alfonso XII, que merezco.
- Es extaño-repuso el Rey- los demás a quienes he dado la cruz me han asegurado que no se la merecían.
-Y tenían razón-contestó Don Miguel.

El protocolo sería como aquella vez en que Unamuno visita a Alfonso XIII el 5 de Abril de 1922, por mediación del correveidile de Romanones, esto último dicho por Unamuno:

Finalmente salen para palacio, pero Unamuno lleva "su acostumbrado traje, propio de un cuáquero", "un viejo traje de chaqueta azul, chaleco de cuello alto y un sombrero maltrecho", y llegan con una hora de retraso. Choca en todo punto con la etiqueta muy estricta que impone el rey, de ordinario poco accesible. Primero, el que desee una audiencia tiene que solicitarla por medio de la secretaria de Palacio con gran antelación, y le es concedida después de pasar por diferentes comprobaciones de identidad, antecedentes políticos etc. Luego se le asesora al peticinario acerca de la forma de actuar frente al rey. Tiene ante todo que vestirse de chaqué, sombrero de copa y guantes grises y presentarse a la hora designada en punto. Cuando, tras la espera, se le hace pasar al despacho real, debe mantener la chistera bajo el brazo izquierdo, desenfundar el guante de su mano derecha y esperar que el monarca hable. Alfonso XIII estrecha entonces la mano del visitante, le indica que se siente, al tiempo que él lo hace y a continuación transcurre la audiencia hasta que el monarca se levanta para indicar el final de la entrevista. El peticionario se despide tras una reverencia y sólo puede darse la vuelta una vez cruzado el umbral de la cámara.
Según Romanones, la conversación es larga- dos horas- y la primera frase de Unamuno nada denota de lo que ha escrito "contra don Alfonso y contra su augusta madre en artículos publicados, y por los que fue procesado, condenado e indultado". Apenas intenta "suavizar sus palabras" al ver la expresión del soberano cuando se trata de la reina madre, pero afirma con tono tajante que, por el camino que sigue, la monarquía sufrirá un grave daño. Al raferirse el rey a sus iniciativas, le interrumpe Unamuno "diciéndole que sería mejor que no tuviese ninguna".

Unamuno tenía fama de muy hablador, Keyserlin le refirió a Pio Baroja sobre una conversación que tuvo con Unamuno en Hendaya cuando este se hallaba desterrado durante la dictadura de Primo de Rivera.
-¿Y Unamuno le dejó hablar a usted? preguntó Baroja.
-No, habló sólo él.
Yo creo que Unamuno no hubiera dejado hablar por gusto a nadie. No escuchaba. Le hubiera explicado a Kant lo que debía ser la filosofia Kantiana; a Riemann o a Poncaré lo que era la matematica, a Einstein la relatividad.
No le hubiera indicado a Mozart o Beethoven lo que tenía que se la música, porque había decidido que la música no era nada; que no valia la pena ocuparse de ella , porque a él no le gustaba y que sólo algunos tontos caían en el lazo burdo de las notas.
Pío Baroja decía que en algunas cosa Unamuno tenía salidas de aldeano de mala intención.

Unamuno, también tenía fama de tacaño, y si no, veamos lo que nos cuenta el articulista de Arriba el 15 de Febrero de 1935 cuando asistió a un mitín de la Falange en el que entre otros participaba el hijo del dictador, José Antonio Primo de Rivera:
Recuerda a continuación cómo se organizó la visita a casa de Don Miguel y , en uno de los días más crudos y frios del invierno, el paseo por las calles salmantinas de Unamuno, con José Antonio, Sanchez Mazas, un hijo suyo y él, camino del teatro, ante las miradas hostiles o sorprendidas de los obreros. El articulista añade que después del mitin invitaron a comer a Unamuno, a lo que accedió gustoso "no se conoce de ningún caso en que Don Miguel haya dicho que no a ninguna invitación". Al final puntualiza que Unamuno estaba "encantado de las angulas y de haber satisfecho una vez más su afán de dar que hablar".

De todas maneras Unamuno no se casó nunca ni con los "Hunos ni con los hotros" Así lo veia su esposa :
Concha comenta también que su esposo "es muy bueno" y está siempre oponiéndose a cosas injustas, lo mismo de derechas que de izquierdas, por lo que "él no se casa con nadie" y se ve "arrastrado en un torbellino público y destinado a levantar pequeñas tempestades.

Alguien le pregunta por sus convicciones religiosas y él replicó:
"Aquí en España somos católicos hasta los ateos". Como ahora más o menos.

Leido en: Desde la última vuelta del camino. Pío Baroja. Miguel de Unamuno Biografia. Colette y Jean Claude Rabaté. Retratos Contemporáneos. Ramón Gómez de la Serna

martes, 15 de diciembre de 2009

AMALIA BAUTISTA



VAMOS A HACER LIMPIEZA GENERAL

Vamos a hacer limpieza general
y vamos a tirar todas las cosas
que no nos sirven para nada, esas
cosas que ya no utilizamos, esas
otras que no hacen más que coger polvo,
las que evitamos encontrarnos porque
nos traen los recuerdos más amargos,
las que nos hacen daño, ocupan sitio
o no quisimos nunca tener cerca.
Vamos a hacer limpieza general
o, mejor todavía, una mudanza
que nos permita abandonar las cosas
sin tocarlas siquiera, sin mancharnos,
dejándolas donde han estado siempre;
vamos a irnos nosotros, vida mía,
para empezar a acumular de nuevo.
O vamos a prenderle fuego a todo
y a quedarnos en paz, con esa imagen
de las brasas del mundo ante los ojos
y con el corazón deshabitado.



CUÉNTAMELO OTRA VEZ

Cuéntamelo otra vez: es tan hermoso
que no me canso nunca de escucharlo.
Repíteme otra vez que la pareja
del cuento fue feliz hasta la muerte.
Que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera
se le ocurrió engañarla. Y no te olvides
de que, a pesar del tiempo y los problemas,
se seguían besando cada noche.
Cuéntamelo mil veces, por favor:
es la historia más bella que conozco.


VER EL ALBA CONTIGO

Ver el alba contigo,
ver contigo la noche
y ver de nuevo el alba
en la luz de tus ojos.


ALGUNOS INFELICES

Todos necesitamos que nos quieran,
algunos infelices, si embargo,
no sabemos vivir para otra cosa.

domingo, 13 de diciembre de 2009

miércoles, 9 de diciembre de 2009

JUNTOS


Lámparas que apagan, esperanzas
que se encienden: la aurora
Lámparas que se encienden, esperanzas
que se apagan: la noche.

Omar Khayyam

"Juntos nos hacemos viejos, tú y yo;
preguntémonos, ¿qué es la edad?
La cabeza ociosa, aún sin peinar a medio día.
Fatigarse sobre un bastón al dar un pequeño paseo
o sentarse todo el día con las puertas cerradas.
No te atreves a mirar el espejo,
no puedes leer libros con letra pequeña,
ni comer nada de lo que te apetece.
Nada de ti quieren saber los jóvenes.
Solo una cosa, el placer de la charla sin objeto,
es tan intensa como siempre, cuando tú y yo nos encontramos".

Poema Chino

lunes, 7 de diciembre de 2009

EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERROS


El hombre que amaba a los perros
Leonardo Padura
Tusquest

"La muerte de un hombre es una desgracia. La muerte de un millón, una estadística"
Stalin





En el año 1977 Ivan conoció a un extraño personaje que paseaba por la playa en compañía de dos hermosos galgos rusos. Después de varios encuentros con el "hombre que amaba a los perros" este comenzó a hacerle unas singulares confidencias en torno al asesinato de Trotski, y de su asesino, Ramón Mercader, de quiénes sabe detalles muy íntimos. Gracias a estas confidencias, Ivan reconstruye uno de los crímenes más relevantes del siglo XX .
En la novela se intercalan tres historias, la de Ivan, la de Trotski y, la de Ramón Mercader. En palabras del autor, tres novelas en una. Liev Davidovich Bronstein, también conocido como Trotski fue un personaje fundamentales en la creación del estado soviético y a la vez fue borrado de la historia en la misma Unión Sovietica.

Trotski en el exilio Mexico fue acogido en casa de Diego Rivera y su mujer Frida Kahlo, con la que mantuvo una relación amorosa.
"La mujer de Trotski Natalia Sedova abandonó la casa Azul y le dejó una nota capaz de herirle como una daga: ella se había mirado en el espejo, decía, y había visto la muerte de sus encantos a manos de la vejez. No le reprochaba nada, solo le colocaba a ella y le colocaba a él ante un hecho irreversible. Pero Liev Davidovich había entendido el sentido del mensaje: que aquella vejez llegaba al cabo de treinta años de vida común, a lo largo de los cuales Natasha había vivido por él y para él." Pag.299


Lenin trató de explicar quién era, y es, nuestro querido Trotski. "¿Sabes cuál será la respuesta de Liev Davídovich cuando el malencarado oficial encargado de su pelotón de ejecución le pregunte sus últimos deseos?", preguntaba Lenin. "Pues nuestro camarada lo mirará, se acercará a él respetuosamente y le preguntará: Por casualidad, señor, ¿ tendrá usted un peine para arreglarme un poco?. Pag. 360



Leonardo Padura dice de su novela. (...) para escribirla tuve, que leer, investigar, discutir, y, sobre todo, penetrar en las biografias de esos personajes turbios pero reales que aparecen en el libro.

Y eso se nota en el desarrollo de la misma y quizá lastre un poco la novela, pero lo que pierde como ficción, lo gana en contenido histórico y, eso también hace interesante la lectura de la misma, que el autor tardó cinco años en escribir.
En las doscientas paginas finales se nota la mano del escritor de novela negra que es Leonardo Padura, se leen en un suspiro, hasta llegar al desenlace final que es el asesinato de Trotski y las consecuencias del mismo.
Y por último encontré estas reflexiones de Ivan, que me gustaron, y que el autor, probablemente haya querido con ellas reflejar un sentimiento sobre esos lideres que nos quieren salvar la vida, cuando nadie se lo pide, da lo mismo que se llamen Stalín, Trotski o Fidel Castro. Y como trasfondo Cuba y la URSS, uno de los estados más efímeros del mundo, sólo duró 64 años, desde la revolución de los bolcheviques hasta la perestroika de Gorbachov.

(...) Lo cierto era que leyendo y escribiendo sobre cómo se había pervertido la mayor utopía, que alguna vez los hombres tuvieron al alcance de sus manos, zambulléndose en las catacumbas de una historia que más parecía un castigo divino que obra de hombres borrachos de poder, ansias de control y pretensiones de transcendencia histórica, había aprendido que la verdadera grandeza humana está en la practica de la bondad sin condiciones, en la capacidad de dar a los que nada tienen, pero no lo que nos sobra, sino una parte de lo poco que tenemos. Dar hasta que duela, y no hacer política ni pretender preeminencias con ese acto, y mucho menos practicar la engañosa filosofía de obligar a los demás que acepten nuestros conceptos de bien y de la verdad porque (creemos) son los únicos posibles y porque, además, deben estarnos agradecidos por los que les dimos, aun cuando ellos no lo pidieran. Y aunque sabía que mi cosmogonía resultaba del todo impracticable (¿y qué carajo hacemos con la economía, el dinero, la propiedad, para que todo esto funcione?, ¿y qué coño con los espíritus predestinados y los hijos de puta de nacimiento?), me satisfacía pensar que algún día el ser humano podía cultivar esa filosofía, que me parecía tan elemental, sin sufrir los dolores de un parto ni los traumas de la obligatoriedad: por pura y libre elección, por necesidad ética de ser solidarios y democráticos. Pag. 403


Amén. También te enteras en la novela, que Sara Montiel visitó a Ramón Mercader en la cárcel. Y que Trotskí se aficionó a cultivar Cactus y criar conejos; que era lo mejor a lo que se podía dedicar esta tropa, para desgracia de los conejos, que por cierto, son muy delicados, ya que si la hierba está seca les perjudica el estomago y, si está demasiado húmeda les produce sarna.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

EPITAFIO DEL ENAMORADO

Si alguien quiere escribir mi biografía
no hay nada mas sencillo.
Dispone de dos fechas solamente:
la del día en que te conocí
y la del día que te fuiste.
Entre una y otra transcurrió mi vida.
Lo que ocurriera antes, lo olvidé.
Lo que suceda ya, carece de importancia.

Autor: Juan Bonilla
Obra: Efectos secundarios











Fernando Pessoa


Si después de morir queréis escribir mi biografía
no hay nada más sencillo.
Tiene sólo dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte.
Entre una y otra todos los días son míos.

Soy fácil de definir.
Vi con furia.
Amé las cosas sin ningún sentimentalismo.
Nunca tuve un deseo que no pudiese realizar, porque nunca cegué.
Incluso oír nunca fue para mí más que un acompañamiento de ver.
Comprendí que las cosas son reales y diferentes, todas, las unas de las otras;
lo comprendí con los ojos, nunca con el pensamiento.
Comprenderlo con el pensamiento sería encontrarlas a todas iguales.
Un día me vino el sueño, como a cualquier niño.
Cerré los ojos y dormí.
Y además, fui el único poeta de la Naturaleza.

Alberto Caeiro (hetéronimo de Fernando Pessoa)



domingo, 29 de noviembre de 2009

VALLE INCLÁN


¿Cómo se quedó manco don Ramón? Mi versión está compulsada con los relatos conseguidos, a través de los años, de labios de los más veraces testigos presenciales del suceso.
Paco Sancha, el gran dibujante malogrado, y Ruiz Castillo, el editor benemérito, son los que más me han completado el relato.
La causa ocasional fue una disputa que tuvo el caricaturista portugués Leal da Cámara -simpático y admirado amigo- con un joven distinguido que se llamaba López del Castillo, y que acabó en el planteamiento de un lance personal.
En el café de la Montaña -entre la calle de Alcalá y la carrera de San Jerónimo- que es donde se reunían Valle, Benavente, Manuel Bueno, Fernández Bahamonde, Palomero y Ricardo Baroja, se puso a discusión aquel duelo pendiente.
-Es inútil que traten ustedes de ese duelo -dijo Manuel Bueno-. No puede verificarse porque Leal de Cámara no tiene edad para batirse.
-No zea uzted majadero, que uzted no zabe una palabra de ezo -replicó Valle-Inclán.
Manuel Bueno, al oírse insultado así, dio un paso atrás y levantó en el aire un bastón que llevaba con barra de hierro.
Valle agarró una botella de agua por el cuello, como si manejase el as de bastos y, llenando de agua a todos, dio lugar a que Manuel Bueno descargara el bastonazo; pero con tan mala fortuna que le incrustó en la carne el gemelo del puño.
Todo se arregló de momento, pero al día siguiente se gangrenaba la pequeña herida y el médico dijo a Ruiz Castillo y a Benavente que había que cortar el brazo. Se consultó con don Ramón y éste dijo que sí, que lo amputasen, pero sin cloroformizarle, y hasta hay quien dice que se cortó parte de la barba para ver bien la operación.
El caso es que mientras era operado se desmayó, y al volver en sí, ya vendado y sin brazo, dijo a don Jacinto: "¡Cómo me duele este brazo!" Y Benavente le contestó: "Ese ya no, Ramón."
A partir de ese momento sólo pensó el escritor en poder salir a la calle para matar a su desmochador, cosa que evitaron los amigos haciendo que Manuel Bueno entrase en aquella alcoba, que olía a yodoformo, y logrando una lacónica y magnífica reconciliación.
(...) Durante algún tiempo usó un brazo ortopédico, con algo de brazo de guantería, que en las discusiones ponía en alto con la otra mano y que a veces se olvidaba de bajar y se quedaba como un pararrayos macabro de las palabras.
Con una sola mano seguía siendo tan agresivo como siempre y daba bofetadas que eran dobles, porque tenía en la mano derecha la fuerza concentrada de las dos manos.
Pronto se dejó la manga vacía -quitándole el péndulo del brazo articulado y señalador- y después se atrevió a recogerse la manga, deteniéndola izada con un alfiler de gancho.
Su gesto más imponente era el que hacía cuando estaba de pie y con el brazo derecho, cruzado por detrás de la espalda, se agarraba la manga vacía como si llamase a la campanilla de sí mismo o como si diese la mano a la muerte.

Cuando Primo de Rivera llegó al poder, Valle se encaró con el dictador, y se dio la orden de detenerlo.
Muy de mañana apareció la policía en su casa.
Don Ramón, que casi se acababa de acostar, comenzó a gritar desde la cama:
-¡Que se vayan! estas no son horas de detener a nadie.
Los agentes insistieron y entonces don Ramón les gritó:
-Necezito que me traigan un mandamiento judicial, y además yo me levanto más tarde.
Los agentes fueron a pedir nuevas órdenes y el mandamiento apetecido, volviendo al poco rato con el papel sellado y con la orden de levantarle, vestirle y llevárselo.
(...) Pronto estuvo vestido, hizo un paquete con libros y muchas cuartillas, "para escribir el Quijote en la cárcel", y salió para el juzgado.
Allí el juez le preguntó formulariamente:
-¿Cómo se llama usted?
-¡Que cómo me llamo yo!-gritó den Ramón...- ¡habráse visto insolencia parecida...! El que no sabe cómo se llama usted soy yo.
Entonces el juez, irritado, no le perdonó ninguna de la preguntas rituales:
-¿Su profesión?
Escritor. ¿No lo sabía usted?
-¿sabe leer y escribir?
-No.
-Me extraña la respuesta- dijo el juez con sorna.
Pues más me extraña a mí la pregunta...Y ya no voy a responder más...Mande llamar a sus esbirros y que me den tormento.
El juez sonrió y acortó el acta mandándolo a la cárcel, donde estuvo Don Ramón muy pocos días.

Ramón Gómez de la Serna
Retratos contemporáneos

sábado, 28 de noviembre de 2009

MADRIGAL LENTO



Te haces al deshacerte más hermosa,
lo mismo que en la nieve derretida,
bajo su tersa limpidez dormida,
el tiempo, vuelto espíritu, reposa.

Te haces tan dulcemente tenebrosa,
lago de mi montaña ensombrecida,
que en tu quietud recoges hoy mi vida;
mi ayer que a mi mañana se desposa.

Igual que ayer cantaba a mi montaña,
hoy a ti, mi honda paz, mi nieve viva,
mi muerte atesorada en la costumbre

canto, mientras tu tiempo te acompaña,
oh, clara compañera fugitiva,
hacia el desnudo mar desde la cumbre.


Leopoldo Panero

miércoles, 25 de noviembre de 2009

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
















Busco en la muerte la vida,
salud en la enfermedad,
en la prisión libertad,
en lo cerrado salida
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien
jamás espero algún bien,
con el cielo ha estatuido,
que, pues lo imposible pido,
lo posible aún no me den.

Don Quijote XXXIII




Juan Ramón Jiménez que era un hipocondríaco reconocido, seguro que sería feliz, si pudiera ver que el hospital de Huelva lleva su nombre. Lo mismo que Miner, un vago reconocido, también lo sería si, un sofacama, llevara su nombre. JRJ en su juventud vivió durante tres años en el sanatorio Nuestra Señora del Rosario, así lo cuenta Rafael Cansinos-Assens en la novela de un literato.

Algunos domingos Manuel y Antonio Machado, Villaespesa y, el mismo Cansinos iban a verle al sanatorio El Rosario. Las voces y las risas se apagaban, lo mismo que el sol poniente, cuando trasponíamos la verja del sanatorio y cruzábamos el jardín, ya en sombra, donde cantaba una fuente invisible.
Una enfermera, discreta, pulcra y sigilosa, nos guiaba hasta el departamento que allí ocupaba el poeta de las rimas. Una habitación medianamente grande, con ventanas al jardín, confortable como un cuarto de hotel caro, en la que había luz encendida. Una mesa, con libros y papeles en el centro, una chimenea francesa en uno de los testeros, con retratos, flores y libros sobre su tapa de mármol. Y en aquel marco de selección, el poeta, pulcro, correcto también, joven, fino, pálido, serio y triste, con unos grandes ojos negros y melancólicos, un bigotillo negro y una barbita en punta, como la de D`Annunzio, tendiéndonos la mano suave y pálida, lacia, en un gesto de fría cordialidad, con una sonrisa que dejaba ver sus dientes blanquísimos de no fumador.

-¿Eres feliz, hombre!-exclamaba Villaespesa-. No te falta nada...Y tienes muy buen aspecto, ¿verdad?
Y nos interrogaba a todos. Todos asentíamos.
-Psch... En realidad, no tengo nada concreto-Explicaba Juan Ramón-. Solamente esta tristeza, esta angustia, esta inquietud, el corazón, no sé. El doctor Simarro me dice que son los nervios y me receta bromuro a todo pasto. Pero ¿qué tiene que ver el bromuro con esta tristeza?...Es que la vida es triste. Me dice que haga por alegrarme y distraerme, pero, ¿Cómo alegrarme? Si a mí me asusta la alegría. Las cosas alegres me ponen más triste.

El ayudante del doctor Simarro, un mediquito joven y estúpido, que cuando a veces me siento morir y lo llaman, viene, me toma el pulso y se echa a reír, y dice "¡Vaya! lo que usted tiene son dengues. Usted lo que tiene que hacer es venirse conmigo y con unas pelanduscas a la verbena y coger una pítima. "Pero si me estoy muriendo -le digo yo-. ¡Si me va a dar un colapso!" Y el idiota se ríe "¿Qué se va a morir? Bobadas aprensiones. Ande y véngase a la verbena" "¡Qué horror, a la verbena! ¡Sería terrible! Morir allí de pronto, entre aquel ruido y aquella alegría, entre borrachos y mujeronas con mantones de manila. ¿Pero es que no existe la muerte repentina? ¡No reza la iglesia en oración!: "¡De la súbita muerte, del rayo y de la centella, líbranos, Señor!"

Menos mal que apareció Zenobia Camprubí. Detras de cada gran hombre siempre hay una sufrida mujer; Marco Antonio y Cleopatra, Lucia y Joaquín (dúo Pimpinela), el Pato Donald y Daisy, ¡Miner! y Mary.

Juan Ramón Jiménez regresó a España, ya casado con su novia neoyorquina , Zenobia Camprubí, hija de un anticuario catalán que se ha enriquecido en Norteamerica. Ese matrimonio que ha salvado de la indigencia al poeta de Rimas, que últimamente- según don Julio del Moral- vivía de la munificencia de Martínez Sierra-, le ha costado a aquel esfuerzos heroicos. JRJ conoció a su Zenobia en el curso de un viaje que ésta hizo con sus padres a la península. Los padres de la joven, enterados de la precaria situación del poeta, se opusieron tenazmente al noviazgo y, para que no siguiera adelante, se llevaron a su hija a Nueva York. Pero el abúlico y desencantado JRJ no se arredró por ello y, ayudado por amigos poderosos, lo arreglo todo para presentarse dignamente en Nueva York y hasta reunió un lote de cuadros de primeras firmas como regalo para el futuro suegro. Éste acabó por rendirse y la boda se celebró.


Normal, así también me rindo yo. Hace poco leí unas memorias del sobrino de Federico García Lorca, Manuel Fernández Montesinos. "Lo que en nosotros vive". Contaba una visita que realizó de niño con su madre a la casa de Juan Ramón y Zenobia: Pero, a mi niño, por mucho que me hubiera gustado el borriquillo no me gustó su autor. Todo de negro, la barba aunque canosa también negra. Adusto, serio, de mirada penetrante, pero completamente exenta de bondad.

Pintor que me has pintado
en este cuadro vago de la vida,
tan bien, que casi
parezco de verdad; ¡ay, pínta-
me nuevamente, y mal, de modo
que parezca mentira!

Juan Ramón Jiménez

P.D. Rafael Cansinos Assens, era escritor y periodista, pero sobretodo traductor. Dominaba varios idiomas como el árabe, el hebreo, el ruso (traductor de Dostoievski), el alemán, francés, ingles . Vamos que era como yo, que se callarme (a duras penas) en todas esas lenguas y en más.

domingo, 22 de noviembre de 2009

CUENTOS DE LA ALHAMBRA



LA AVENTURA DEL ALBAÑIL

Existió en otro tiempo un pobre albañil de Granada que guardaba los días de los santos y las festividades-incluyendo San Lunes-, y el cual, a pesar de toda su devoción, cada día se empobrecía más y a duras penas conseguía ganar el pan para sustentar a su numerosa familia. Una noche fue despertado de su primer sueño por un aldabonazo que dieron en su puerta. Abrió, y se encontró con un clérigo alto, flaco y de rostro cadavérico.

- ¡Oye, buen amigo! -le dijo el desconocido-. He observado que eres buen cristiano y que se puede confiar en ti. ¿Estarías dispuesto a aceptar un trabajo esta misma noche?

- Con toda mi alma, reverendo padre, con tal de que se me pague debidamente.

- Serás bien pagado; pero tendrás que permitir que se te venden los ojos.

El Albañil no presentó objeciones; así pues, vendados los ojos, fue conducido por el cura a través de varias retorcidas callejuelas y tortuosos pasajes, hasta que se detuvo ante el portal de una casa. El cura sacó la llave, giró una chirriante cerradura y abrió lo que por el sonido parecía una pesada puerta. Cuando entraron, cerró, echó el cerrojo y el albañil fue conducido por un resonante corredor y una espaciosa sala a la parte interior del edificio. Allí le fue quitada la venda de los ojos y se encontró en un patio, alumbrado apenas por una lámpara solitaria. En el centro se veía la seca taza de una vieja fuente morisca, bajo la cual le pidió el cura que formase una pequeña bóveda; a tal fin, tenía a mano ladrillos y mezcla. Trabajó, pues, toda la noche, pero sin que acabase la faena. Un poco antes del amanecer, el cura le puso una moneda de oro en la mano y, habiéndolo vendado de nuevo, lo condujo a su morada.

- ¿Estás conforme -le dijo- en volver a completar tu tarea?

- Con mucho gusto, señor padre, puesto que se me paga tan bien.

- Bien; entonces, volveré mañana de nuevo a medianoche. Así lo hizo y la bóveda quedó terminada.

- Ahora -le dijo el cura- debes ayudarme a traer los cadáveres que han de enterrarse en esta bóveda.

Al pobre albañil se le erizaron los cabellos cuando oyó estas palabras. Con pasos temblorosos siguió al cura hasta una apartada habitación de la casa, en espera de encontrarse algún espantoso y macabro espectáculo; pero se tranquilizó al ver tres o cuatro grandes orzas apoyadas en un rincón, que él supuso llenas de dinero.

Entre él y el cura las transportaron con gran esfuerzo y las encerraron en su tumba. La bóveda fue tapiada, restaurado el pavimento y borradas todas las señales del trabajo. El albañil, vendado otra vez, fue sacado por un camino distinto del que antes había hecho. Luego que anduvieron bastante tiempo por un complicado laberinto de callejuelas y pasadizos, se detuvieron. Entonces, el cura puso en sus manos dos piezas de oro.

- Espera aquí -le dijo el cura- hasta que oigas la campana de la catedral tocar a maitines. Si te atreves a destapar tus ojos antes de esa hora, te sucederá una desgracia.

Dicho esto, se alejó. El albañil esperó fielmente y se distrajo en sopesar las monedas de oro en su manos y en sonarlas una contra otra. En el momento en que la campana de la catedral lanzó su matutina llamada, se descubrió los ojos y vio que se encontraba a orillas del Genil. Se dirigió a su casa lo más rápidamente posible y se gastó alegremente con su familia, durante una quincena de días, las ganancias de sus dos noches de trabajo; después de esto, quedó tan pobre como antes.

Continuó trabajando poco y rezando bastante, guardando los domingos y días de los santos, un año tras otro, en tanto que su familia seguía flaca y andrajosa como una tribu de gitanos. Una tarde que estaba sentado en la puerta de su choza se dirigió a él un viejo, rico y avariento, conocido propietario de muchas casas y casero tacaño. El acaudalado individuo lo miró un momento por debajo de sus inquietas y espesas cejas.

- Amigo, me he enterado de que eres muy pobre.

- No tengo por qué negarlo, señor, pues es cosa que salta a la vista.

- Supongo, entonces, que te agradará hacer un trabajillo y que lo harás barato.

- Más barato, señor, que ningún albañil de Granada.

- Eso es lo que yo quiero. Tengo una casa vieja que se está viniendo abajo y que me cuesta en reparaciones más de lo que vale, porque nadie quiere vivir en ella; así que he decidido arreglarla y mantenerla en pie con el mínimo gasto posible.

El albañil fue conducido a un caserón abandonado que amenazaba ruina. Pasando por varias salas y cámaras vacías, penetró en un patio interior, donde atrajo su atención una vieja fuente morisca. Quedóse sorprendido, pues, como en un sueño, vino a su memoria el recuerdo de aquel lugar.

- Dígame -preguntó-, ¿quién ocupaba antes esta casa?

- ¡La peste se lo lleve! -exclamó el propietario-. Fue un viejo cura avariento que sólo se ocupaba de sí mismo. Decían que era inmensamente rico y que, al no tener parientes, se pensaba que dejaría todos sus tesoros a la Iglesia. Murió de repente, y acudieron en tropel curas y frailes a tomar posesión de su fortuna, pero sólo encontraron unos pocos ducados en una bolsa de cuero. A mí me ha tocado la peor parte, porque desde que murió, el viejo sigue ocupando mi casa sin pagar renta, y no hay forma de aplicarle la ley a un difunto. La gente pretende que se oye todas las noches un tintineo de oro en la habitación donde dormía el viejo cura, como si estuviese contando dinero, y en ocasiones, gemidos y lamentos por el patio. Falsas o verdaderas, estas habladurías han dado mala fama a mi casa y no hay nadie que quiera vivir en ella.
- Basta -dijo el albañil con firmeza-; permítame vivir en su casa, sin pagar, hasta que se presente mejor inquilino, y yo me comprometo a repararla y a apaciguar el molesto espíritu que la perturba. Soy buen cristiano y hombre pobre y no tengo miedo al mismo diablo, aunque se presente en forma de un talego de dinero.

La oferta del honrado albañil fue de buena gana aceptada; se trasladó con su familia a la casa y cumplió todos sus compromisos. Poco a poco fue restaurándola hasta volverla a su primitivo estado; ya no se oyó más por la noche el tintineo de oro en el dormitorio del difunto cura, sino que comenzó a oírse de día en el bolsillo del albañil vivo. En una palabra: aumentó rápidamente su fortuna, con la consiguiente admiración de todos sus vecinos, y llegó a ser uno de los hombres más ricos de Granada. dio grandes sumas a la Iglesia sin duda para tranquilizar su conciencia, y nunca reveló el secreto de la bóveda a su hijo y heredero, hasta que se encontró en su lecho de muerte.

Washington Irving