¿Cómo se quedó manco don Ramón? Mi versión está compulsada con los relatos conseguidos, a través de los años, de labios de los más veraces testigos presenciales del suceso.
Paco Sancha, el gran dibujante malogrado, y Ruiz Castillo, el editor benemérito, son los que más me han completado el relato.
La causa ocasional fue una disputa que tuvo el caricaturista portugués Leal da Cámara -simpático y admirado amigo- con un joven distinguido que se llamaba López del Castillo, y que acabó en el planteamiento de un lance personal.
En el café de la Montaña -entre la calle de Alcalá y la carrera de San Jerónimo- que es donde se reunían Valle, Benavente, Manuel Bueno, Fernández Bahamonde, Palomero y Ricardo Baroja, se puso a discusión aquel duelo pendiente.
-Es inútil que traten ustedes de ese duelo -dijo Manuel Bueno-. No puede verificarse porque Leal de Cámara no tiene edad para batirse.
-No zea uzted majadero, que uzted no zabe una palabra de ezo -replicó Valle-Inclán.
Manuel Bueno, al oírse insultado así, dio un paso atrás y levantó en el aire un bastón que llevaba con barra de hierro.
Valle agarró una botella de agua por el cuello, como si manejase el as de bastos y, llenando de agua a todos, dio lugar a que Manuel Bueno descargara el bastonazo; pero con tan mala fortuna que le incrustó en la carne el gemelo del puño.
Todo se arregló de momento, pero al día siguiente se gangrenaba la pequeña herida y el médico dijo a Ruiz Castillo y a Benavente que había que cortar el brazo. Se consultó con don Ramón y éste dijo que sí, que lo amputasen, pero sin cloroformizarle, y hasta hay quien dice que se cortó parte de la barba para ver bien la operación.
El caso es que mientras era operado se desmayó, y al volver en sí, ya vendado y sin brazo, dijo a don Jacinto: "¡Cómo me duele este brazo!" Y Benavente le contestó: "Ese ya no, Ramón."
A partir de ese momento sólo pensó el escritor en poder salir a la calle para matar a su desmochador, cosa que evitaron los amigos haciendo que Manuel Bueno entrase en aquella alcoba, que olía a yodoformo, y logrando una lacónica y magnífica reconciliación.
(...) Durante algún tiempo usó un brazo ortopédico, con algo de brazo de guantería, que en las discusiones ponía en alto con la otra mano y que a veces se olvidaba de bajar y se quedaba como un pararrayos macabro de las palabras.
Con una sola mano seguía siendo tan agresivo como siempre y daba bofetadas que eran dobles, porque tenía en la mano derecha la fuerza concentrada de las dos manos.
Pronto se dejó la manga vacía -quitándole el péndulo del brazo articulado y señalador- y después se atrevió a recogerse la manga, deteniéndola izada con un alfiler de gancho.
Su gesto más imponente era el que hacía cuando estaba de pie y con el brazo derecho, cruzado por detrás de la espalda, se agarraba la manga vacía como si llamase a la campanilla de sí mismo o como si diese la mano a la muerte.
Cuando Primo de Rivera llegó al poder, Valle se encaró con el dictador, y se dio la orden de detenerlo.
Muy de mañana apareció la policía en su casa.
Don Ramón, que casi se acababa de acostar, comenzó a gritar desde la cama:
-¡Que se vayan! estas no son horas de detener a nadie.
Los agentes insistieron y entonces don Ramón les gritó:
-Necezito que me traigan un mandamiento judicial, y además yo me levanto más tarde.
Los agentes fueron a pedir nuevas órdenes y el mandamiento apetecido, volviendo al poco rato con el papel sellado y con la orden de levantarle, vestirle y llevárselo.
(...) Pronto estuvo vestido, hizo un paquete con libros y muchas cuartillas, "para escribir el Quijote en la cárcel", y salió para el juzgado.
Allí el juez le preguntó formulariamente:
-¿Cómo se llama usted?
-¡Que cómo me llamo yo!-gritó den Ramón...- ¡habráse visto insolencia parecida...! El que no sabe cómo se llama usted soy yo.
Entonces el juez, irritado, no le perdonó ninguna de la preguntas rituales:
-¿Su profesión?
Escritor. ¿No lo sabía usted?
-¿sabe leer y escribir?
-No.
-Me extraña la respuesta- dijo el juez con sorna.
Pues más me extraña a mí la pregunta...Y ya no voy a responder más...Mande llamar a sus esbirros y que me den tormento.
El juez sonrió y acortó el acta mandándolo a la cárcel, donde estuvo Don Ramón muy pocos días.
Ramón Gómez de la Serna
Retratos contemporáneos
Paco Sancha, el gran dibujante malogrado, y Ruiz Castillo, el editor benemérito, son los que más me han completado el relato.
La causa ocasional fue una disputa que tuvo el caricaturista portugués Leal da Cámara -simpático y admirado amigo- con un joven distinguido que se llamaba López del Castillo, y que acabó en el planteamiento de un lance personal.
En el café de la Montaña -entre la calle de Alcalá y la carrera de San Jerónimo- que es donde se reunían Valle, Benavente, Manuel Bueno, Fernández Bahamonde, Palomero y Ricardo Baroja, se puso a discusión aquel duelo pendiente.
-Es inútil que traten ustedes de ese duelo -dijo Manuel Bueno-. No puede verificarse porque Leal de Cámara no tiene edad para batirse.
-No zea uzted majadero, que uzted no zabe una palabra de ezo -replicó Valle-Inclán.
Manuel Bueno, al oírse insultado así, dio un paso atrás y levantó en el aire un bastón que llevaba con barra de hierro.
Valle agarró una botella de agua por el cuello, como si manejase el as de bastos y, llenando de agua a todos, dio lugar a que Manuel Bueno descargara el bastonazo; pero con tan mala fortuna que le incrustó en la carne el gemelo del puño.
Todo se arregló de momento, pero al día siguiente se gangrenaba la pequeña herida y el médico dijo a Ruiz Castillo y a Benavente que había que cortar el brazo. Se consultó con don Ramón y éste dijo que sí, que lo amputasen, pero sin cloroformizarle, y hasta hay quien dice que se cortó parte de la barba para ver bien la operación.
El caso es que mientras era operado se desmayó, y al volver en sí, ya vendado y sin brazo, dijo a don Jacinto: "¡Cómo me duele este brazo!" Y Benavente le contestó: "Ese ya no, Ramón."
A partir de ese momento sólo pensó el escritor en poder salir a la calle para matar a su desmochador, cosa que evitaron los amigos haciendo que Manuel Bueno entrase en aquella alcoba, que olía a yodoformo, y logrando una lacónica y magnífica reconciliación.
(...) Durante algún tiempo usó un brazo ortopédico, con algo de brazo de guantería, que en las discusiones ponía en alto con la otra mano y que a veces se olvidaba de bajar y se quedaba como un pararrayos macabro de las palabras.
Con una sola mano seguía siendo tan agresivo como siempre y daba bofetadas que eran dobles, porque tenía en la mano derecha la fuerza concentrada de las dos manos.
Pronto se dejó la manga vacía -quitándole el péndulo del brazo articulado y señalador- y después se atrevió a recogerse la manga, deteniéndola izada con un alfiler de gancho.
Su gesto más imponente era el que hacía cuando estaba de pie y con el brazo derecho, cruzado por detrás de la espalda, se agarraba la manga vacía como si llamase a la campanilla de sí mismo o como si diese la mano a la muerte.
Cuando Primo de Rivera llegó al poder, Valle se encaró con el dictador, y se dio la orden de detenerlo.
Muy de mañana apareció la policía en su casa.
Don Ramón, que casi se acababa de acostar, comenzó a gritar desde la cama:
-¡Que se vayan! estas no son horas de detener a nadie.
Los agentes insistieron y entonces don Ramón les gritó:
-Necezito que me traigan un mandamiento judicial, y además yo me levanto más tarde.
Los agentes fueron a pedir nuevas órdenes y el mandamiento apetecido, volviendo al poco rato con el papel sellado y con la orden de levantarle, vestirle y llevárselo.
(...) Pronto estuvo vestido, hizo un paquete con libros y muchas cuartillas, "para escribir el Quijote en la cárcel", y salió para el juzgado.
Allí el juez le preguntó formulariamente:
-¿Cómo se llama usted?
-¡Que cómo me llamo yo!-gritó den Ramón...- ¡habráse visto insolencia parecida...! El que no sabe cómo se llama usted soy yo.
Entonces el juez, irritado, no le perdonó ninguna de la preguntas rituales:
-¿Su profesión?
Escritor. ¿No lo sabía usted?
-¿sabe leer y escribir?
-No.
-Me extraña la respuesta- dijo el juez con sorna.
Pues más me extraña a mí la pregunta...Y ya no voy a responder más...Mande llamar a sus esbirros y que me den tormento.
El juez sonrió y acortó el acta mandándolo a la cárcel, donde estuvo Don Ramón muy pocos días.
Ramón Gómez de la Serna
Retratos contemporáneos
Ayyyy Genio y figua!No sabia yo, toda la historía de su brazo, ni de la que armo cuando de detuvieron.Como galega me siento muy orgullosa de mi paisano. Gracias. Un beso
ResponderEliminarDe lo del gemelo sí que me acordaba, pero esas leyendas (o no) de lo de recortar la barba etc no las había oido.
ResponderEliminar