Mientras sus clientes fueron campesino, no hubo ningún problema. La bancarrota no se produciría hasta que el tío Endre abandonara su cargo debido a una decisión basada en complicados enredos y mal entendidos familiares, y llegase a ocupar su puesto un banquero de la capital con ideas de reforma y modernización, y con la actitud propia del capataz de una hacienda colonial. El nuevo director, seguramente bien intencionado pero también irresponsable, concedió créditos hipotecarios de sumas elevadísimas a unos comerciantes de vinos polacos que en aquella época compraron toda la producción vinícola de la región montañosa de Hegyalja, y el banco perdió muchos millones en aquella transacción. Mi padre solía contarnos cómo consiguió salvar hasta el último billete de todos los ahorradores. Fue a ver al presidente de la entidad financiera de la capital, riquísimo y muy poderoso, totalmente insensible a los problemas de los afectados, se encogió de hombros ante su humilde petición y declaró algo así como: "Pues que esa gente pierda su dinero y ya está", mi padre le respondió en voz baja: "Bien, señor presidente, lo haremos así y perderemos todo lo que tenemos. Pero en el balance final también figurará su nombre, Excelencia. Entonces el presidente se puso nervioso, llamó al director con un timbre y le dijo cuando entró: "Pagaremos el cien por cien." Esas escasas y nobles palabras le costaron muchos millones al banco de Budapest, pero los ahorradores cobraron su dinero con los intereses correspondientes. Y yo oí el relato de esa anécdota a menudo, como si fuese un hermoso cuento sobre la época heroica del capitalismo.
Confesiones de un Burgués
Sándor Márai
Salamandra