Piénsese que los que hablan así, exponiéndole a un escritor que desconoce los motivos de su desventura, son analfabetos, y como ellos, cerca de la mitad de la población total de España. Penurias económicas y desidia espiritual comparten los mismos honores. Son las proporciones de un país asiático, no de una nación europea. Los que aducen como disculpa la pobreza del suelo no explican el por qué un país pobre puede albergar, entre las extensiones de su desolación, esos palacios, o esas iglesias, cuyos tesoros serian difíciles de igualar no importa en qué punto del orbe. Y es que unas gentes que no llegaran a treinta mil, son dueños de la mitad de la tierra, y hay señor que puede sentirse en su casa recorriendo los confines de una provincia. Contradicción flagrante con ese sentimiento, acendrado, de religiosidad, en el que se presume vivir. Es un mundo en el que la caridad no es más que una forma endurecida de la tradición, la manera, se diría, de avivar, píamente, esa misma pobreza que se simula socorrer. El paso del tiempo parece conferir a este sistema de vida una pátina de conformidad que los humildes confunden con el deber, los poderosos con el derecho. Pero que de vez en cuando, una vez por siglo, deja oír un estallido que despierta a los unos y a los otros, momentáneamente, y en balde.
Memorabilia
Juan Gil Albert
Tiempo de Memoria
Tusquets
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