Cuenta Julio Caro Baroja en sus memorias familiares Los Baroja que los talleres de la imprenta de su padre era un campo magnifico do observación. Durante una temporada tuvieron de guardas a una familia formada por un matrimonio mayor y dos hijos ya adultos. La madre, la Sotera, era una pobre mujer, pequeñita, morena con el pelo muy negro a pesar de la edad, limpia, bondadosa, con aspecto de castellana anémica. Poco después de la llegada de la Sotera y su familia murió el marido,y, madre e hija, sin decir nada a nadie, lo prepararon para el entierro de tal manera que cuando llegaron los de la funeraria y los vecinos quedaron asombrados de aquellos preparativos. Como iba a la fosa común, o a un sitio sin sepultura individual, alguien dijo que en eso caso era costumbre escribir el nombre del muerto en un papel, meterlo en una botella y ésta dentro del ataúd. La Sotera le colocó la botella junto al brazo. Cuando llegó un cajista viejo llamado Zarzuela al velatorio, después de pasar la noche de parranda, lloroso con sus grandes bigotes se sentó en un rincón a dormitar un rato, y, de repente se levanto como inspirado y ante el ataúd empezó a despedirse de su amigo con palabras altisonantes "Adiós, ya nos dejas, ya nos abandonas en esta perra vida. Cuando estaba a medias de su oración fúnebre se fijó mejor en el muerto y lo vio afeitado, con los bigotes rizados, el traje de los domingos y un sombrero en una mano y la botella en la otra: Hijo, ¡si parece que vas a los toros! ¡solo te falta el puro! Y empezó a llorar.
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