Si tu hablas con Dios, estas rezando; si Dios habla contigo está esquizofrénico.
(Thomas Szasz)
Además del romanticismo que impregna Baviera, mi infancia estaba inmersa en la leyenda de Luis II. Era muy querido por resistirse a la reunificación de Alemania tratando de preservar la independencia de Baviera. Imponía por su romanticismo, su homosexualidad y su locura. Enamorado de una princesa sus proyectos se desmoronaron porque solo le gustaban los cocheros, granjeros y carreteros del genero zafio.
En la calle, por todas partes, me encontraba con su efigie en forma de manteca en la charcuterías, de crema de mantequilla en las pastelerías, de pan de molde en las panaderías. Una autentica obsesión principesca poseía a los bávaros. Aquellas gentes, un poco toscas por naturaleza estaban fascinadas con aquel rey que se deslizaba por los lagos tirado por cisnes, repartía fortuna a los músicos y al final prefirió el suicidio antes de verse encerrado en unos barrotes de oro.
A la caza del viento
Claire Goll
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