viernes, 28 de junio de 2013

HELENA RUBINSTEIN (1)

Helena Rubinstein constituyó un imperio que llevaba su nombre y proclamaba su gloria. Entre aquellos  industriales del complemento de París, Helena era una figura prominente. Rapaz de altos vuelos ella no daba nada, pero gastaba sin tasa cuando se trataba de su megalomanía. En sus recepciones uno podía bañarse en champaña, comer caviar blanco con cuchara sopera pero en sus tiendas sus borlas estaban más controladas que la morfina en las farmacias. Era un genio, había comprendido que había llegado el momento de de los productos de belleza de consumo masivo. Para abrir en 1908 un instituto de belleza en un singular  hotel de Londres e inundar el mundo con sus productos desde Melboune, París y toda America no solo hay que tener valor sino la voracidad y la ambición de Helena. Solo tenía una idea, invertir arriesgar y expandirse.
Claire, te voy a enseñar el Chagall más admirable que hayas visto.
En efecto, no podía dar crédito a mis ojos.
-Pero Helena, es un Matisse.
No se desmoralizaba.
-¿Tú crees?-repuso.
En su casa acumulaba tesoros fabulosos. ¿Por qué esa obsesión por comprar, o más bien por mandar comprar, ya que ella no distinguía un sillón Impero de un taburete de cocina? Para vender mejor sus tarros de cremas. También en eso su talento comercial le permitió intuir que las mujeres no pagaban sólo por una manteca mezclada con hierbas perfumadas, sino que compraban una parte de sueño.

A la caza del Viento
Claire Goll
Pre-Textos


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