...Un día, a la caída de la tarde, llegó el obispo en un coche tirado por mulas, acompañado de su secretario y algunos familiares. A la puerta de la casa salieron a recibirlo mi tío, mi padre, el cura del pueblo D. Nicolas y algunas personas de la familia. Después de algunos cumplimientos y darle la bienvenida, le pasaron a la sala. Desde detrás de una cortina le puede ver a mi gusto. Recuerdo que era un hombre de unos cuarenta años y de mediana estatura, más bien grueso. Era calvo y tenía unos ojos pequeños y muy vivos. Se había quitado el sombrero y se le veía el solideo morado. Llevaba la sotana morada con muchos botones, que parecía imposible que se pudiera desatar. Por encima, un manteo con una esclavina corta. Al cuello llevaba una gruesa cadena de oro con una cruz de amatista y, en la mano, un bastón de concha con borlas y puño de oro parecido al de un general. Su secretario tenía una estatura gigantesca y parecía un mocetón de pueblo. Vestía también una esclavina. El otro familiar era más joven y tenía un tipo más fino. El obispo pasó a una habitación que le tenían preparado para lavarse y donde estuvo largo tiempo, según dijo, tenía que hacer sus oraciones. Después pasaron al comedor. Presentaba éste un aspecto deslumbrante, con su mesa interminable en la que brillaban la mejor cristalería de la casa, los cubiertos de plata y, en pequeñas bandejas, los entremeses: salchichón y aceitunas. En el centro de la mesa había una hermosa colineta(...) Una vez todos colocados, el obispo se levantó, se quitó el solideo y bendijo la mesa pronunciando las palabras rituales.
La españa negra
José Gutiérrez Solana
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