martes, 22 de junio de 2010

EL AMOR HACE PASAR EL TIEMPO



Cuenta Alberto Manguel en su "Diario de lecturas" lo siguiente:

El papel pintado de mi habitación en el Hôtel des Grands Hommes de París (donde me alojé al volver de Turín) tenía un dibujo del siglo XVIII con tres lemas distintos. Primero, inscrito debajo de una mujer sentada entre ruinas, que contempla a un perro de aire solemne: "La Amistad no teme al Tiempo". Luego, mientras Cupido rema al Padre Tiempo al otro lado del río: "El Amor hace pasar el tiempo". Finalmente, mientras el Padre Tiempo rema para llevar a Cupido (dormido) al otro lado del mismo río: "El tiempo hace pasar el amor".

Esta historia no se si será verdad o imaginación del escritor, pero es bien bonita.Quizá Alberto Manguele tuviera conocimiento del proverbio italiano que dice: "El amor hace pasar el tiempo; el tiempo hace pasar el amor".

En Don Quijote de la Mancha, Cardenio en su desesperación por no poder conseguir los amores de Luscinda recita los siguientes versos, que son escuchados por Sancho Panza y el cura:

¿Quién menoscaba mis bienes?
Desdenes.
Y ¿Quién aumenta mis duelos?
Los celos.
Y ¿Quién prueba mi paciencia?
Ausencia.
De ese modo, en mi dolencia
ningún remedio se alcanza
pues me mata la esperanza
desdenes celos y ausencia.

¿Quién me causa este dolor?
Amor.
Y¿Quién mi gloria repuna?
Fortuna.
Y ¿Quién consiente en mi duelo?
El cielo.
De ese modo, yo recelo
morir de este amor extraño,
pues se aúnan, en mi daño,
amor, fortuna y el cielo.

¿Quién mejorará mi suerte?
La muerte.
Y el bien de amor,¿quién le alcanza?
Mudanza.
Y sus males, ¿quién los curara?
Locura.
De ese modo, no es cordura
querer curar la pasión
cuando los remedios son
muerte, mudanza y locura.

Cardenio no sabia que el tiempo todo lo cura: el tiempo hace pasar el amor.

... Yo no quiero salud sin Luscinda; y
ella gustó de ser ajena, siendo,
o debiendo ser, mía, guste yo de ser
de la desventura, pudiendo haber sido
de la buena dicha.

lunes, 21 de junio de 2010

LA AMÉRICA DE UNA PLANTA


"La revolución es una forma de gobierno que sólo es posible en el extranjero"


Los corresponsales de Pravda, Ilf &Petrov nos cuentan el viaje que hicieron en el año 1935 por Estados Unidos . Salieron de Moscú el 19 de Septiembre de 1935 y llegaron a Nueva York el día 7 de Octubre. Los escritores permanecieron en Estados Unidos tres meses y medio. A bordo de un pequeño Ford cruzaron dos veces el país acompañados del matrimonio Adams. "La America de una Planta" no es solo un entretenido libro de viajes, es también una crónica de la Gran Depresión, de la diversidad Americana; que va desde los rascacielos de Nueva York, a las cadenas de montajes de automóviles Ford; de las grandes construcciones como los puentes de San Francisco, a los parques nacionales, como el Gran Cañón del Colorado. Desde los indios navajos a
Henry Ford:

A lo largo de la conversación Ford no paraba de mover las piernas. Tan pronto las apoyaba en el escritorio, como las cruzaba (...) tenía ojos de mujik penetrantes y con muy poca distancia entre uno y otro. Ford odia Wall Street; sólo saben hacer una cosa: trucos de premeditación y malabarismos con el dinero. La compañía Ford es la única del país que no depende de los bancos.



En Nueva York

Las camas no estaban hechas, así que nos pusimos a buscar el timbre para llamar a la camarera. Vino una negra de aspecto bastante inseguro. Cuando le pedimos que nos hiciera las camas, su desconcierto aumentó todavía más. En cualquier caso, hizo lo que le pedimos, pero con la expresión de alguien que está cometiendo un flagrante delito. Luego nos enteramos de que en los hoteles los propios clientes se encargan de hacerse la cama y de que nuestra llamada nocturna constituía un acontecimiento sin precedentes en la historia del establecimiento.
Sobre la cómoda descansaba un grueso libro encuadernado en negro, con el sello dorado del hotel. Era una Biblia. En la primera página había un sumario redactado especialmente por la solícita administración del hotel.
La última página era la más desgastada : "Para triunfar en los negocios, página tal , texto tal"

Los Ángeles:
Nada más salir de la ciudad, nos vimos rodeados de plantaciones de naranjos. Los brillantes frutos asomaban aquí y allá entre el follaje, tan espeso como una piel de oso. Diez mil árboles se disponían en hileras regulares. Ente un árbol y otro el suelo mostraba una limpieza ejemplar, y bajo cada copa se veía una estufa de queroseno: diez mil naranjos, diez mil estufas. Las estufas causaban mayor impresión que las propias plantaciones. Otro ejemplo más de la impecable y grandiosa organización americana.

La religión:
En serio, sirs, las religiones europeas no convienen a los americanos. Han sido construidas sobre una base poco práctica. Además son demasiado complicadas. El americano medio necesita algo sencillo. Quiere que le digan en qué Dios creer. Es incapaz de apañárselas solo. Por lo demás, no tiene tiempo para perderlo en disquisiciones, pues es un hombre muy ocupado. Se lo repito, sirs, necesita una religión sencilla. Hay que decirle qué beneficios le reporta esa religión, cuánto va a costarle y por qué es mejor que las otras. Y todo tiene que estar claro, por supuesto. El americano no soporta las vaguedades.

La silla eléctrica:
Ernest Hemingway llegó a Nueva York para pasar una semana. Llevaba un pantalón de franela, un chaleco de lana demasiado estrecho para su poderoso pecho y, en los pies desnudos, unos zuecos de andar por casa.
Alguien se refirió a la prisión de Sing Sing y de pronto Hemingway exclamó:
-¿saben ustedes? Mi suegro, que esta precisamente aquí, conoce al director de Sin Sing. Tal vez pueda organizar una visita a la cárcel.
Era una silla amarilla de madera, con alto respaldo y brazos. A primera vista tenía un aspecto bastante inofensivo, de no ser por los brazaletes de cuero para atar los brazos y las piernas del condenado, habría podido pertenecer al mobiliario de una honorable familia.
A unos metros de la silla había cuatro sólidos bancos de estación, destinado a los testigos. También había una mesita y un labavo incrustado en la pared. Ése era el marco en que se pasaba a mejor vida.
La persona que acciona la palanca- nos dijo nuestro guía, cobra ciento cincuenta dólares. Es un puesto muy solicitado. Entre las diez personas mejor pagadas de América en el año 1935 la numero uno era Mae West 450.000 dolares. Y por supuesto, sobre las tres personas que conectan la corriente al mismo tiempo, sin saber que están ocasionando la muerte del acusado, son pura invención.

Luisiana:
Aquí, en el sur, vimos lo que no habíamos visto en ningún lugar de Estados Unidos: peatones que se desplazan a pie a lo largo de la carretera. Entre ellos no había ni un solo blanco.

sábado, 19 de junio de 2010

COMO DIJO EL GRAN....

CAGÓN...

En este lugar sagrado
donde acude tanta gente
hace fuerza el más cobarde
y se caga el más valiente.









...TRIUNFADOR EN EL JAPÓN

Muchos se preguntaron por qué, cuando Tokio fue reconstruida después del gran terremoto de 1923, no fue provista de un sistema sanitario moderno. La razón es que los arrozales se fertilizan exclusivamente mediante excrementos humanos, para los que, aparentemente, no hay un sustituto químico satisfactorio. Como un escritor francesa ha dicho con toda razón: La base de la l´economie japonaise, c´est la merde.

John Morris, Traveller from Tokyo

...Y QUE LLEGÓ A EMPERADOR, CON EL NOMBRE DE:

¡CAGO EN MI MAD...RAFA, NO ME JODAS, PENALTY Y EXPULSIÓN, ¿DE QUIÉN?!


jueves, 17 de junio de 2010

NADA QUE TEMER


"A la espera de que Dios se manifieste, creo que su primer ministro el azar gobierna igual de bien este triste mundo"
Stendhal

No creo en Dios, pero lo echo de menos, así comienza el último libro de Julian Barnes. En él, Dios, la muerte y la religión son tratados de una manera irónica por el autor. "la religión consiste precisamente en creer lo que según todas las normas conocidas, no pudo haber ocurrido". El libro también es una especie de biografía familiar, "Si volviera a vivir mi vida, remaría en mi propia canoa" confesión de la madre de Julian Barnes después de haber participado en el descenso del rió de la vida y, haber remando en una piragua K2 (vaya bien que me quedó esto).
Así que no me extraña que el autor quiera más a ciertos escritores como Goethe, Montaigne, Stendhal, Somereste Maughan, Jules Renard que a su familia "milagro". No dudéis en perder el tiempo misericordioso leyendo la novela de Julian Barnes pues según Herbert: el tiempo es la forma de misericordia que tiene la eternidad con nosotros. Si se piensa que todo este tinglado continua sin parar ¿quién no pediría que cesara?

Dios podría estar muerto pero la muerte está bien viva.

(...)A la muerte no se la puede convencer ni se le puede sacar partido alguno; simplemente se niega a sentarse en la mesa de negociación. Dios te puede fallar pero la muerte por el contrario nunca te falla, monta guardia siete días a la semana y trabaja de buen grado tres turnos consecutivos de ocho horas. Compraríamos acciones de la muerte, si existieran; apostaríamos por ella, por muy inciertas que que fueran las posibilidades.

"Voy al encuentro de un gran Quizá"
Francois Rabelais

(...)La muerte es lo que llevamos dentro a todas horas, en algún pedazo de material genético potencialmente demente, en algún órgano deficiente, en la maquinaria sellada por el tiempo de que estamos hechos. Hacia el final - si vivimos lo bastante - hay a menudo una competición entre nuestras partes en deterioro y declive para ver cuál se llevará la palma en nuestro certificado de defunción.

Como ve la vida Julian Barnes:

(...) Un lapso de conciencia durante el cual ocurren determinadas cosas, algunas previsibles, otras no; donde se repiten determinadas pautas, donde interactúan las operaciones del azar y las de lo que, por el momento, podemos llamar libre albedrío, donde los niños crecen, para enterrar a sus padres y serán a su vez padres; donde, si tenemos suerte, encontraremos a alguien a quién amar, y con ello un modo de vivir; donde hacemos nuestro trabajo, obtenemos nuestro placer, adoramos a nuestro Dios (o no) y vemos avanzar la historia un diminuto piñón o dos.

Julian Barner hace una especie de necrológica de él mismo y entre otras cosas dice: (...) Era feliz en compañía de si mismo siempre que supiera cuando terminaría esa soledad. Amaba a su mujer y temía a la muerte.
Siete meses después de la publicación de Nada que temer en Gran Bretaña, en marzo de 2008, moría la mujer de Julian Barnes, Pat Kavanagh. Kavanagh había sido una conocida agente literaria, representante durante 23 años del también escritor inglés Martin Amis hasta que la cambió por Andrew Wylie, “el chacal”. Aquello termino con la amistad entre Amis y Barnes.

FIN

Si, creo que me gusta más así. ¿A ti no, lector?

martes, 15 de junio de 2010

LOS POLÍTICOS NO ADMITEN PREGUNTAS

En su delicioso libro "La America de una planta" los escritores rusos Ilf & Petrov nos relatan una de las recepciones del presidente Roosevelt.

Dos veces a la semana, a las diez y media de la mañana, el presidente del país recibe a los periodistas. Asistimos a una de esas recepciones, que se celebran en la Casa Blanca. Entramos en la antesala, donde había una enorme mesa redonda hecha de madera de secuoya. Era un regalo que había recibido uno de los anteriores presidentes. Como no había guardarropa, los periodistas, al entrar, depositaban el abrigo sobre esa mesa. Y, cuando no había sitio, lo dejaban directamente en el suelo. Poco a poco se fueron juntando casi cien personas, que fumaban hablaban en voz alta y miraban con impaciencia la pequeña puerta blanca, detrás de la cual, por lo visto, se ocultaba el presidente de Estados Unidos.
Nos habían aconsejado que nos situáramos lo más cerca posible de la puerta, pues si nos quedábamos detrás de los demás periodistas corríamos el riesgo de no ver nada. Con la habilidad de experto usuarios del tranvía, fuimos abriéndonos paso. Delante de nosotros ya sólo había tres caballeros de cabellos grises y aspecto respetable.
Había llegado la hora de la audiencia, pero seguían sin dejar pasar a los periodistas. Entonces los caballeros de cabellos grises se pusieron a golpear la puerta, primero con delicadeza, luego con mayor impaciencia. Llamaban a la puerta del presidente de los Estados Unidos como el asistente del director golpea la puerta del camerino de un actor para recordarle que debe salir a escena. Llamaban con una sonrisa en los labios, pero de todos modos llamaban.
Por fin la puerta se abrió, y los periodistas, empujándose unos a otros, se lanzaron como posesos hacia adelante. Los imitamos. A la carrera atravesamos el pasillo, luego una espaciosa habitación vacía, donde no tuvimos grandes dificultades para sobrepasar a los caballeros de cabellos grises, que respiraban con dificultad. Entramos en cabeza en la siguiente habitación.
Delante de nosotros, en las profundidades de un despacho oval-con viejas litografías de vapores del Missisipí en las paredes y modelos de fragatas en pequeños nichos-, detrás de un escritorio de tamaño mediano, con un humeante cigarro en la mano y unos quevedos chejovianos sobre su grande y noble nariz, estaba sentado Franklin Roosevelt, presidente de Estados Unidos de América. A su espalda centelleaban las barras y las estrellas de dos banderas nacionales.
Empezó el interrogatorio. Los periodistas formulaban diversas preguntas y el presidente respondía.
Naturalmente, todo ese ritual era algo convencional. Todo el mundo sabe que en tales circunstancias el presidente no hace revelaciones especiales a la prensa. Respondía a ciertas cuestiones con seriedad y bastante detalle, eludía otras con una broma (no es facil bromear dos veces a la semana delante de un centenar de periodistas encarnizados), y en algunos casos afirmaba que se ocuparía de esa cuestión en su próxima comparecencia.
El rostro grande y atractivo de Roosevelt mostraba huellas de cansancio. Sólo la víspera el Tribunal Supremo había vetado la AAA, la ley que regulaba los sembrados, uno de los ejes de su campaña.
Al cabo de media hora de preguntas y respuestas se produjo una pausa que el presidente aprovechó para dirigir una mirada inquisitiva a los presentes Todos comprendieron que era la señal para la retirada general. En medio de un caotico "Good-bye, Mister President", los periodistas se aprestaron a abandonar la pieza. Y el señor presidente se quedó solo en su despacho oval, entre las fragatas y las banderas de barras y estrellas.

Stalin no admitía preguntas, pero contaba milongas del estilo:

"(...)No, no pueden comprender el patriotismo de un ciudadano soviético, que ama no una patria jurídica que sólo le da derechos civiles, sino una patria tangible, donde todo le pertenece: la tierra, las fábricas, las tiendas, los bancos, los acorazados, los aeroplanos, los teatros y los libros; donde él mismo es responsable de la política y dueño de todo"

Era el año 1935 cuando los inocentes Ilf &Petrov, escribían esto.


miércoles, 9 de junio de 2010

ÉSTA ES LA LLAVE DEL REINO



Ésta es la llave del Reino:
en ese Reino hay una ciudad;
en esa ciudad hay un barrio;
en ese barrio hay una calle;
en esa calle serpea un callejón;
en ese callejón hay un patio;
en ese patio hay una casa;
en esa casa espera un cuarto;
en ese cuarto una cama vacía;
y sobre esa cama un cesto:
un Cesto de Perfumadas Flores
De flores, de flores;
un Cesto de Perfumadas Flores.

Flores en un Cesto;
cesto en la cama;
cama en el aposento;
aposento en la casa;
casa en el patio descuidado;
patio en la calle que serpea;
calleja en la ancha calle;
calle en el barrio alto;
barrio en la ciudad;
ciudad en el Reino:
ésta es la Llave del Reino.
Del reino ésta es la llave.

Anónimo

martes, 8 de junio de 2010

UNOS DICEN QUE LA SALUD

Unos dicen que la salud,
otros dicen que el dinero;
los hay que dicen que el amor
es lo primero.
Pero yo digo que el olvido
vale más que todos ellos.

El que tiene salud, no lo sabe,
y si lo sabe, está enfermo.
Si cuentas que tienes amor,
tu amor es ya sólo cuento.
Y el dinero no compra
ni amor ni salud:
sólo compra dinero, dinero.

Pero el vino de olvido
a todos los lleva de vuelo,
salud cuidadosa,
mentira de amor,
números de sueño.

Alarga la copa,
compañero:
bebe ilusión, que lo otro
no es más verdadero.
¿Para qué lo duro?
¿Para qué lo serio?
Que el vino nos haga olvidar
las penas de amor
y la guerra y el tiempo.

Agustín Garcia Calvo

miércoles, 2 de junio de 2010

COMER O NO COMER



"Anoche tomé una típica cena exenta de colesterol: calabacín hervido, leche descremada y gelatina. No creo que me permita vivir mas, pero estoy seguro que la vida me parecerá mas larga"
Groucho Marx

COMER

Si Alguien está tentado a establecer un vínculo automático entre las proteínas y la agresión, no hay que olvidar que Hitler era vegetariano

Una "marquesa vivaracha", que compartía la suposición común de que el alto pensamiento debería ir acompañado de una vida austera, topó una vez con el filosofo René Descartes ingiriendo más de lo que era estrictamente necesario para sustentar a un eremita. Cuando ella expresó su sorpresa, Descartes contestó:
"¿cree usted que Dios hizo las cosas buenas sólo para los idiotas?

NO COMER

Pomponio Ático fue un corresponsal de Cicerón. Cuando Ático cayó enfermo, y los intentos médicos de alargarle la vida sólo servían para prolongarle el dolor, decidió que la mejor solución era morirse de hambre. En aquel tiempo no hacía falta pedírselo a un tribunal alegando el deterioro terminal en "tu calidad de vida". Ático, que era un antiguo liberto se limitó a informar de su intención a familiares y amigos , y a continuación rechazo la comida y se dispuso a esperar el fin. Su plan se vio frustrado. Milagrosamente, la abstinencia resultó ser la mejor cura de de su mal (no identificado); y pronto el enfermo empezó a mejorar a ojos vistas. Hubo mucho regocijo y fiesta; quizá los médicos incluso retiraron sus honorarios. Pero Ático interrumpió la alegría. Puesto que todos debemos morir algún día, anunció, y puesto que ya he dado tan buenos paso en esa dirección, no deseo volverme atrás ahora, sólo para tener que empezar de nuevo. Y así, para admirada consternación de todos los que le rodeaban, Ático siguió negándose a comer hasta que sobrevino su muerte ejemplar.

Esta cosecha fue recogida en las novelas de Julian Barnes, "El perfeccionista en la cocina", "Nada que temer" (Anagrama).
El lunes leí un articulo de Cesar Antonio de Molina en el País : "El diablo de la cultura" y que entre otras cosas interesantes, nos cita lo que Montaigne escribió en su "De libros" :
"Que vean, por lo que tomo prestado, si he sabido elegir con qué realizar mi tema. Pues hago que otros digan lo que yo no puedo decir tan bien"

viernes, 28 de mayo de 2010

LA VIDA


Coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre;

marchitará la rosa el viento helado.
Todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.

Garcilaso de la Vega



  Es bien sabido que la vida gira y gira como un molino de viento y en su rueda nos va moliendo. Allí se hacen harina las esperanzas y los ideales, los temores y las ambiciones. Al cabo de un tiempo, ya nos somos los orgullosos granos que se mecían en las doradas espigas sino un polvo maleable con que amasar otras formas.
He comprendido que la vida prometida no está al final de ningún viaje sino que es el viaje mismo, el artificio sobre el que surcamos los mares de la vida, la barca de sueños que nos mantiene a flote entre las inclemencias del mundo.

El Converso
José Manuel Fajardo


EL MEJOR PRETEXTO

¡Es tan frágil la vida,
tan efímero todo!
(¿No es verdad, amiga,
ojos de color musgo?)

Y al mismo tiempo es fuerte,
por ese deseo
de enfrentarse a la muerte
cuando aumenta la edad.

Así, a los treinta y siete,
cerrados unos ciclos,
la vida aún nos pide
más sentimientos.

Más unión que la que nos dio
la furia de vivir,
son ésos descubrimientos
después de que hallamos sabido

que la vida no es otra
sino aquella que hacemos
(la vida es una sola
pues jamás volverá).

Los que nos hacen más partidarios
de la vida, que de lo que está vivo,
digámosle «¡no!» a todo
cuanto tenga otro sentido.

¡Y qué mejor pretexto
(¡quién lo sepa, dígalo!)
habrá para vivir,
más que la propia vida?

Alexandre O´Neill

P.D. La foto es del monte Fuji y del lago Kawaguchiko, realizada por el fotógrafo filandés Jukka Vuokko. Los dos tercetos son del soneto XXIII de Garcilaso de la Vega. Alexandre O´Neill es  un poeta portugués, y el poema no se parecerá nada al original, pues me ti yo la gamba. Se admiten mejoras en el mismo. El texto es de la novela el Converso de José Manuel Fajardo, que leí hace unos años, me gustó y lo anoté en mi libretina de notas.

miércoles, 26 de mayo de 2010

CREÍA QUE MI PADRE ERA DIOS

Creía que mi padre era Dios
Paul Auster
Anagrama

En una entrevista radiofónica que Rebeca Davis realizó a finales de septiembre de 1999 a Paul Auster, este invitó a los oyente a que enviaran algunas historia verdaderas al programa de radio de Rebeca. La respuesta fue abrumado: más de cuatro mil relatos, de los que Paul Auster seleccionó y editó ciento ochenta, y que componen el volumen. Uno de los relatos que más me gustó es el que da nombre al libro.





CREÍA QUE MI PADRE ERA DIOS

Lo que voy a contar sucedió en Oakland, California, al final de la Segunda Guerra Mundial. Yo tenía seis años. No sabía entonces lo que era la guerra pero sí era consciente de alguna de sus consecuencias. El racionamiento, por ejemplo, ya que yo tenía una libreta de racionamiento con mi nombre. Mi madre la guardaba junto con las libretas de mis hermanos. Recuerdo los apagones las alarmas antiaéreas y los aviones de combate volando sobre mí. Mi padre era patrón de un remolcador y recuerdo que hablaba de buques de transporte de tropas, de submarinos y de destructores.
También recuerdo a mi abuela llevando tocino a la carnicera para ser reciclado y acudir al edificio federal que estaba en el centro de la ciudad para arrojar los restos de papel de aluminio por las ventanas que habían acondicionado para tal fin en la fachada que daba a la calle.
Pero lo que mejor recuerdo es al señor Bernhauser. Era nuestro vecino de atrás y era especialmente malvado y antipático con los niños, además de ser grosero con los mayores. Tenía un ciruelo italiano cuyas ramas colgaban por encima de la valla trasera de nuestro jardín. Si las ciruelas colgaban de nuestro lado, podíamos cogerlas, pero Dios nos librara de traspasar la valla. Se desataban truenos y centellas. Nos gritaba e insultaba hasta que alguno de mis padres acudía a ver qué era todo aquel alboroto. Normalmente venia mi madre, pero aquella vez lo hizo mi padre. El señor Bernhauser no le caía bien a nadie, pero mi padre le tenía una manía especial porque nunca nos devolvía los juguetes y la pelotas que caían en su jardín. Así que allí estaba el señor Bernhauser gritando que nos fuéramos al infierno y dejáramos su árbol en paz, cuando mi padre le preguntó qué era lo que pasaba. El señor Bernhauser tomó aliento y lanzó una diatriba contra los niños ladrones, los transgresores de la ley que robaban fruta y contra los monstruos en general. Creo que a mi padre se le colmó la paciencia, porque lo que hizo a continuación fue gritarle al señor Bernhauser que se muriera. El señor Berhauser dejó de gritar, miró a mi padre, se puso colorado, después morado, se llevó la mano al pecho, se puso gris, se fue doblando lentamente y cayó al suelo. Que mi padre le gritase a un viejo miserable ordenándole que se muriera era algo que escapaba a mi comprensión. Creía que mi padre era Dios.
Recuerdo que Ray Hink vivía al otro lado de la calle. Estábamos en el mismo curso y su abuela vivía en el piso de arriba. Era una ancianita pequeña que siempre llevaba un vestido de cuello alto. Se sentaba al lado de la ventana con unos prismáticos de opera y vigilaba al vecindario. Si nos portábamos bien, nos dejaba mirar por los prismáticos y oler los pétalos de rosas que guardaba en un jarrón de alabastro encima de una mesa. Decía que los pétalos de rosa venían de Alemania y que el jarrón era de Grecia. Una tarde me dejó sus valiosos prismáticos y me puse a mirar la calle. Llegó un taxi y un joven alto y delgado, vestido de marinero, descendió del coche. Estrechó la mano del taxista, que acababa de sacar su petate del maletero, y supe inmediatamente que se trataba de mi tío Bill que volvía de la guerra. Mi abuela bajó la escalinata del portal y le abrazó. Estaba llorando. Recuerdo las estrellas que colgaban en las ventanas de las casas de nuestro vecindario. Mi abuela me dijo que eran porque habían perdido a un hijo en la guerra. Yo estaba contento de que no hubiese ninguna estrella en nuestra ventana. Aquella noche celebramos una gran fiesta en honor del tío Bill. Me fui a dormir feliz porque mi tío había vuelto a casa sano y salvo. Nunca volví a pensar en el señor Bernhauser.

Robert Winnie
Bonners Ferry, Idaho