El personaje más curioso que conocí fue un tal Joseph Bell, médico de la Enfermería de Edimburgo. Bell era un hombre muy notable física y mentalmente. Enjuto, nervudo, moreno, de rostro afilado y nariz poderosa, ojos grises penetrantes, hombros angulosos y andares renqueantes. La voz, aguda y disonante. En un caso memorable, le dijo a un paciente vestido de paisano:
-Vaya, vaya, así que ha estado usted en el ejercito...
-Sí, doctor.
-Y no hace mucho que se ha dado de baja...
-En efecto, doctor.
-Regimiento de los Highlands...
-Así es, doctor.
-Suboficial...
-Sí, doctor.
-Destacado en Barbados...
-Efectivamente, doctor.
-Ya ven, señores -nos dijo después-. Este paciente es un hombre educado, aunque no se haya quitado el sombreo. En el ejército no se lo quitan... Se le habrían pegado los modales de la sociedad civil de haber llevado más tiempo de baja. Tiene aire autoritario, y es obviamente escocés. En cuanto a lo de Barbados, padece elefantiasis, dolencia propia de las Antillas, no de la islas Británicas.
A su boquiabierto auditorio de Watson todo aquello le pareció bastante sencillo una vez explicado. No es de extrañar que, dada mi familiaridad con aquel personaje, yo acabara utilizando y generalizando sus métodos cuando, años más tarde, me propuse crear a un detective científico que resolvería los casos por mérito propio y no por las locuras del delincuente.
MEMORIAS Y AVENTURAS
ARTHUR CONAN DOYLES