lunes, 31 de enero de 2022

HOMBRE BOYA

Después de salir indemne de todas las olas de la pandemia me siento como un hombre boya; había un salvamento en la playa de Gijón al que llamábamos Marino el Boya.

Cuando un médico no sabia lo que te pasaba decía que era un virus. Era la excusa perfecta. Ahora con la pandemia los virus ya tienen nombre y apellidos, Novak Djokovic.  

Los rusos toman el té con un terrón de azúcar en la boca. A Medvédev, Rafa Nadal le amargó la infusión a juego lento. Si se pudieran desplegar los pulmones de una persona ocuparían la mitad de una cancha de tenis. Los de Rafael Nadal ocuparían la pista entera. 

La letra con sangre entra.

Cuando el hijo de Sadam Husein, Udai, salió ileso de un atentado su padre prometió componer un Corán con su propia sangre. Durante dos años una enfermera extraía la sangre de Sadam y se la llevaba al calígrafo más famoso de  Irak. Una vez confeccionado lo depositó en la mezquita Umm al-Ma-arik (madre de todas las batallas) donde los minaretes forman la figura de cañones kalashnikov.  Con la llegada de los americanos el Corán desapareció.

Emmanuel Carrére cuenta en Yoga que todos sus los libros los tecleó con un solo dedo, el índice de la mano derecha. Me acuerdo cuando mis padres me mandaron a la academia de Edmundo Pérez en la calle Uría de Gijón a aprender mecanografía. Con método delante aprendíamos a escribir a base de rutina. El manual estuvo rodando por casa y ahora lo echo de menos, no porque se me olvidara escribir, que es como aprender a andar en bicicleta, nunca se olvida, sino por nostalgia. Desde entonces uso todos los dedos de la mano para escribir. Edmundo fue directivo del Sporting.

A Hitler le gustaba jugar a clavar la mirada en la gente hasta obligarla a bajar los ojos. Siempre ganaba el duelo. Nadie osaba resistirle, pero tampoco había que ceder demasiado pronto para no abreviar la diversión. Esto lo cuenta en sus memorias el arquitecto del Tercer Reich Alber Speer.

Seguimos flotando.

APUNTES.

De padre desconocido

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