El vendedor de sombra aparecía en la hora de la siesta y su voz henchía los portales recién regados. Laurel y orégano entre las manos sudorosas; hierbas secretas para el mal de madre y la infelicidad; venas de cardenillo en las monedas de cobre; percal en torno a las gargantas femeninas. La mercancía convoca a la esperanza y el vendedor aguileño oficiaba sobre los sabores deseados, sobre las calenturas y la cal de los hueso envejecidos: romero y salvia para las grietas del corazón, ruda par los cocimientos de invierno. Los aromas llegaban a los cuerpos y el anís encendía los párpados del vendedor de sombra.
LÁPIDAS
ANTONIO GAMONEDA
lunes, 26 de junio de 2017
EL VENDEDOR DE SOMBRA
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