martes, 29 de abril de 2014

AUTORRETRATO DE REMBRANDT

Lo único que no envejece de la cara son los ojos. Son igual de claros el día que nacemos que el que morimos. Es cierto que sus venas pueden reventar y las retinas se vuelven más mates, pero su luz no cambia nunca. Hay un cuadro al que me acerco cada vez que voy a Londres y que me conmueve con la misma fuerza cada vez. Es el  autorretrato del Rembrandt tardío que lo representa en la vejez. Todos los detalles del rostro son visibles, todas las huellas de la vida están estampadas en él, se dejan seguir. La cara tiene surcos, arrugas,bolsas, está ajada por el tiempo. Pero los ojos son claros, y aunque no son jóvenes, al menos parecen fuera de ese tiempo que por lo demás caracteriza su cara. Es como si otra persona nos mirase desde algún lugar más al fondo de la cara, donde todo es diferente. Más cerca que esto será difícil llegar al alma de otra persona. Porque todo lo que tiene que ver con la persona de Rembrandt, sus costumbres y vicios, los olores y sonidos de su cuerpo, su voz y su vocabulario, sus pensamientos y opiniones, su manera de comportarse, sus defectos y  achaque, todo lo que constituye una persona a los ojos de los demás, se ha borrado, el cuadro tiene más de cuatrocientos años, y Rembrandt murió el mismo año en que lo pintó, de modo que lo que está retratado, lo que Rembrandt ha pintado, es la misma existencia de este ser humano (...) La diferencia entre este cuadro y los demás tardíos de Rembrand es la misma que hay entre ver y ser visto. Es decir, en este cuadro se ve a sí mismo, a la vez que él mismo es visto, y supongo que esto sólo es posible en el barroco, con su gusto por el espejo dentro del espejo, el juego dentro del juego, la puesta en escena y la fe en la conexión de todas las cosas, una época en la que la perfección artesanal alcanzó un nivel nunca logrado por nadie ni antes ni después.

LA MUERTE DEL PADRE
KARL OVE KNAUSGARD
ANAGRAMA

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