Un escritor de fama, Billy Abbott, al llegar a los setenta años hace un recuento de su vida y en este repaso hay mucha gente como él. Personas a las que juzgamos por sus gustos, en este caso sexuales, y a las que etiquetamos sin saber nada de ellas. "Querido mio, por favor, no me etiquetes, ¡no me conviertas en categoría antes de conocerme!" Esto le dijo la Señorita Frost al joven Billy en busca de su identidad sexual y del Padre, el gran ausente siempre presente. Al final se desvelará el misterio que rodeó su desaparición. A esta novela si le sobra algo, desde luego, no es el último tercio de la misma cuando repasa la década de los ochenta y esa plaga que fue el SIDA. Aquí hay paginas terribles, pero también muestras de amor y cariño, principalmente, por parte de compañeros y madres, muchas de estas últimas divorciadas. El machismo de la sociedad se reflejaba en el abandono de los padres, que no podían soportar que sus hijos fueran diferentes. Como casi siempre el sexo débil es el más fuerte.
-¿Está Carlton...?- comenzó a decir la enfermera.-Si, ha fallecido..., su madre está con él- contestó Elaine.-Cielos-exclamo la enfermera, y se apresuró a entrar en la habitación de Delacorte, pero ya era tarde.La señora Delacorte había hecho lo que quería hacer, lo que seguro que tenía planeado hacer en cuanto supo que su hijo moriría. Debía de llevar la aguja y una jeringuilla en el bolso. Clavó la aguja en el extremo del catéter Hickman; extrajo sangre del mismo, pero vació esa primera jeringuilla en la papelera. La primera contenía básicamente heparina. La señora Delacorte lo había preparado bien; sabía que la segunda jeringuilla contendría casi íntegramente la sangre de Carlton, infectada del virus. A continuación se la inyectó ella, en el glúteo a gran profundidad, case cinco mililitros de sangre de su hijo. (la señora Delacorte moriría de sida en 1989, en su apartamento de Nueva York, con atención domiciliaría.)
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