Cuando empezó la campaña a favor de la República para las elecciones municipales de 1931, mi tío Ricardo sintió, como otros mucho, un gran fervor. Y un día, con unos jovencitos del Ateneo, algunos de los cuales todavía viven en Madrid y otros fuera, se fue en un taxi a dar mítines por pueblos de Madrid lindantes con Toledo y Ávila. El caso es que, de noche, volvían hacia casa, cuando el chófer se durmió y perdió el control de suerte que chocó con un carro que venía en sentido contrario, con tan mala fortuna que se rompió el cristal delantero del taxi e hirió a mi tío en el ojo derecho, que era el mejor y se quedó tuerto.
Después de hacerle una cura de urgencia en un pueblo, le dejaron a la puerta de casa. El primero que se lo encontró allí, sin ánimo para llamar, fui yo cuando iba al Instituto, muy de mañana. Le hizo las curar Rivas Cherif, el oculista, y durante varios días su casa fue un punto de confluencia de gentes que le creían muy bien situado, como victima de la República. En mi vida conocí más pelmazos obsequiosos. La perdida de un ojo par un pintor, más aún para un grabador, es un gran desastre siempre. Mi tío se achicó y creo que de 1931 a 1933 estuvo sin subir a su estudio. Iba a pasar las tardes al Ateneo, a donde yo le acompañaba. Se dejó la barba y empezó a parecer un hombre mayor.
Julio Caro Baroja
RBA
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