Para los sichuaneses, las casas de té son tan importantes como los pubs para los británicos. Especialmente los anciano pasan mucho tiempo en ellas fumando sus pipas de larga caña frente a una taza de té y un platillo de nueces y semillas de melón. El camarero pasea entre las mesas con una tetera de agua caliente cuyo contenido vierte desde una distancia de medio metro con absoluta precisión. Al hacerlo, los más hábiles consiguen que el agua se eleve al caer por encima del borde de la taza sin llegar a derramarse. De niña solía contemplar hipnotizada el chorro que salía del pico. No obstante, rara vez me llevaban a las casas de té, ya que mis padres desaprobaban la atmósfera de ocio que reinaba en ellas.
Al igual que los cafés europeos, las casas de té de Sichuan tienen a disposición de sus clientes periódicos sujetos por estructuras de bambú. Algunos de sus parroquianos acuden a ellas a leer, pero se trata de lugares destinado fundamentalmente a reunirse y a charlar para intercambiar noticias y chismorreos. A menudo con atracciones tales como el relato de historias con acompañamiento de castañuelas de madera.
Debido quizá a esa misma atmósfera de ocio y al hecho de que cualquiera sentado en ellas no estaba trabajando por la revolución, se decidió que debían de ser cerradas.
Cisnes Salvajes
Jung Chang
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