Toda la miel de la vida estaba esperando en el panel de la colmena de este mundo, al príncipe Michel, del electorado de Valleluna, siempre que se decidiera a tomarla. Pero él prefería estar sentado en el banco de un parque cubierto de harapos y mugre. Había probado el fruto del árbol de la vida y como le había sabido amargo había abandonado el Edén un tiempo buscando distracción cerca del corazón palpitante y sin corazas de este mundo. Esos pensamientos cruzaban soñolientos la mente del príncipe Michael, mientras sonreía bajo el rostro de su barba policromada.Y cuando la mirada del príncipe Michael se paró en la cara reluciente del gran reloj de la torre, su sonrisa sin dejar de ser altruista, se tiñó ligeramente de desprecio.
Grandes pensamientos eran los del príncipe y movía siempre la cabeza cuando consideraba cómo estaba sometido el mundo a las servidumbre de las medidas arbitrarias del tiempo.El ir y venir de la gente, temerosa y apresurada, controlada por las manecillas metálicas móviles de un reloj, siempre le entristecía.
Grandes pensamientos eran los del príncipe y movía siempre la cabeza cuando consideraba cómo estaba sometido el mundo a las servidumbre de las medidas arbitrarias del tiempo.El ir y venir de la gente, temerosa y apresurada, controlada por las manecillas metálicas móviles de un reloj, siempre le entristecía.
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