La Z de mi apellido, se me parece y es inconstante, como mi nariz, que vista de perfil afirma, y, mirándola de frente, pregunta.
Así he envejecido, sin rumbo, sin plan, como a tientas, y gracias a este placentero no importarme "lo que será de mí", la Vida que para los espíritus previsores es un problema grave, tuvo para mí la ligereza de una película.
Persuadido, desde mucho antes de llegar a viejo, de que el arte de ser feliz consiste en interesarme fácilmente por todo y olvidarme de todo en seguida, no tengo amor a la propiedad. Nunca hallé placer en ser dueño de nada, porque todo lo que nos pertenece nos ata. La Vida, en su esencia, es un adiós eterno. Entonces, ¿para qué aferrarnos a lo que poseemos si "la mortaja-dijo el Oriente- no tiene bolsillos"? Esta aliviadora consideración me desinteresa igualmente de mis recuerdo, y como prefiero fatigarme en el camino, a descansar en la posada, no echo de menos mis cortos períodos de holgura económica.
No odio a la gente, pero procuro no acercarme a ella demasiado. Su empeño en hallarse siempre de acuerdo, su miedo al "que dirán", su hipocresía, su egoísmo, me aburre. Sus fiestas son intolerables. Particularmente las del 31de diciembre. En esa fecha la mesa dispone de mí, me acapara, me anula, y la detesto. Nadie ha podido explicarme por qué en la hora veinticuatro de ese día, tanto los ricos como "los sin pan", se muestran felices. ¿Será porque temen no escapar vivos del año que concluye?
Eduardo Zamacois
Un hombre que se va...
Totalmente de acuerdo: "Todo lo que nos "pertenece", nos ata.
ResponderEliminar"El miedo al que diran...., su hipocresia...." ¡me aburre!.
¿Y lo del día 31?. Pues eso: "Temen no escapar vivos del año que concluye".