Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera |
Cayó al fin el Dictador, no precisamente por la presión de sus enemigos políticos, sino por efecto de las intrigas palatinas, de la famosa "camarilla" que tanto papel desempeño en la época isabelina. El general se dio traza de granjearse las antipatías de todos esos elementos de Palacio, empezando por la reina Victoria, cuya corrección británica no se avenía bien con las extravagancias de ese militar borrachín, jaranero y aplebeyado, que se permitía con ella familiaridades intolerables. El general, con su ingenuidad acostumbrada, quejábase en una de sus últimas notas oficiosas, de que se le había puesto en contra hasta los obispos.
La "camarilla" pues, influyó en el ánimo de Su Majestad logrando inspirarle recelo y aversión a su presuntuoso valido que con su grotesco figurón casi eclipsaba al monarca, reduciéndolo a la mera función de la firma. El rey, según dicen, llegó a tomarle miedo a su prepotente favorito y hubo de lamentarse una vez en presencia de sus allegados:-¿No habrá quién me libre se este tío?-dijo, en ese lenguaje achulapado, que le atribuyen. Y entonces, el general Berenguer que se hallaba presente, respondió decidido:Yo mismo, si Su Majestad me autoriza.
Lo autorizó el rey y en el acto le confirió los poderes dictatoriales. El nuevo dictador se encargó de eliminar al antiguo con el cual parece que tenía viejos resentimientos. El dictador destituido bajó las escaleras de Palacio, refunfuñando amenazas y en unión de Martínez Anido, su brazo fuerte, su verdugo, marchó a París, a preparar desde allí la Revolución. Su última extravagancia ha sido la de jurar como un héroe del Romancero, que no se raparía las barbas hasta no destronar a don Alfonso.
La novela de un literato
Rafael Cansinos Asséns
Alfonso XIII y Dámaso Berenguer |
No hay comentarios:
Publicar un comentario