lunes, 19 de diciembre de 2011

AGUIRRE EL MAGNÍFICO


Novela amena y de lectura agradable, llena de anécdotas y de datos desconocidos para el lector. Como la tradición de la monarquía española de regalar a la Casa de Alba el uniforme que ha llevado el rey en el acto de su coronación o en el del juramento de la Constitución. Jesús Aguirre también sacó de un armario el vestido que había lucido la reina María Luisa de Parma en su boda con  Carlos IV.  Por no salir del armario Jesús Aguirre sufrio el destierro de  Cayetana cuando fue sorprendido en actitud más que cariñosa con un jardinero de palacio. "El jardinero fue sulfatado con el pulgón del rosal y a Jesús su señora lo mandó al exilio, un castigo que cumplió en el hotel Melia Princesa frente a Liria".

En una tabla al pie de la cajoneras se alineaban varias docenas de zapatos, podían ser cincuenta o cien, entre ellos algunos de terciopelo en forma de botines de media caña como los que calzaban los pajes de Lorenzo el Magnífico en Florencia, según aparecen en el cuadro de Gozzoli El Cortejo de los Reyes. Eran los zapatos del padre de Cayetana, que fue embajador en Londres, al que Jesús llamaba su suegro con absoluto desparpajo. Abrió el primer armario y apareció un mono color azul mahón desgastado. "Jacobo, mi suegro, el embajador, era muy elegante. En Londres, durante la guerra, en la embajada cenaba siempre con esmoquin. Cuando empezaba el bombardeo, los famosos V-2, entraba el mayordomo, le ayudaba a quitarse el esmoquin y le ponía este mono de obrero por si se desplomaba el techo, le cubría la cabeza con un casco de acero y seguía cenando como si nada. A veces me visto con este mono para escribir los artículos de El País.

 En la Casa de Alba no sentó muy bien el libro y en especial, la parte en la que se cuenta como  Jesús Aguirre se encontraba solo en el palacio de Liria en el momento de su muerte el once de Mayo de 2001. Cayetena mientras tanto estaba en Sevilla entregando un premio a Curro Romero.
Algo parecido a lo que  hizo Jesús Aguirrre cuando murió su madre Carmen Aguirre y Ortiz de Zárate:

La madre de  Jesús Aguirre había pasado unos años recluida en una residencia de ancianos de la calle Cid, en Madrid. Nunca había ido a verla, ni siquiera cuando la operaron al quedarse casi ciega. Había muerto de cancer en la clinica Ruber hacia mitad de los años ochenta. Le llamaron del diario el País para poner una esquela, pero él se había negado. Quería que su muerte pasara inadvertida para la prensa. El médico Caba, que la había asistido en toda su enfermedad, le paso una minuta de 110.000 pesetas. La mujer del médico, Anne- Marie, tuvo que ir a cobrala directament a Liria después de varios intentos inútiles. Ya con el sobre en la mano, fue despedida por la puerta de servicio.

También se cuenta un hecho acaecido en casa de Gonzalo Torrente Ballester, donde estaban reunidos algunos escritores de la generación del 36; Ridruejo, Lain Entrealgo, Luis Rosales, Juan García Hortelano y Camilo José Cela.


En la habitación del hijo de Gonzalo Torrente Ballester, debajo de la cama aparecieron dos candelabros de plata y un copón de oro lleno de hostias...Hay que llamar al padre Aguirre exclamó Ridruejo, es el único que tiene tablas para solventar este asunto. Camilo José Cela dio su parecer: "¡Qué coño, ése ya no es cura!". Otros protestaron. "¿Cómo que no?" algún resabio le quedará.
(...)Aguirre reclamó la atención de los presentes y con la voz debidamente engolada pronunció con autoridad estas palabras:" "La santa madre Iglesia, en un canon, que en este momento ya  no recuerdo, dice que cuando se encuentran unas obleas fuera del sagrario, en caso de duda se considerará que están consagradas, así que procedamos como Dios manda". A continuación pidió a todos los presente que se arrodillaran porque iba a darles la comunión y todos consternados así lo hicieron, pero dado que en el copón había más de trescientas hostias les advirtió que no iba a ofrecérsela una a una, sino en pequeñós tacos para abreviar.
Toda la generación del 36 se arrodilló sobre las baldosa. Toda excepto García Hortelano, que permaneció repantigado en un sofá con el gin tonic en la mano, así que cuan el taco de sagradas formas llegaba a su altura, García Hortelano se limitaba a decir: "paso, padre". Tampoco Camilo José Cela desaprovechó la ocasión de soltar la inevitable blasfemia: "Aunque estén consagradas me gustaría tomarme estas hostias con un poco de mistela y mermelada". El Pintor Zabaleta tuvo que ser abanicado por el padre Aguirre debido a una congestión que le dio al atragantarse. Probablemente fue ésta la última ceremonia en que Jesús Aguirre ejerció el ministerio sacerdotal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario