...Y una cosa más, lo digo de corazón: soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado. El Homo ludens baila, canta, realiza gesto significativos, adopta posturas, se acicala, organiza fiesta y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: Sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El homo ludens con un libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad. Puede permitirse no solo leer libros inteligentes de los que aprenderá cosas, sino también libros estúpidos de los que algo sacará. Es libre de no leer un libro hasta la última página, y de empezar otro por el final e ir retrocediendo. Puede echarse a reír en un punto no destinado a ello o, de repente, detenerse ante unas palabras que recordará durante el resto de su vida. Y, finalmente, es libre - y ningún otro pasatiempo puede ofrecerle esto- de escuchar de qué habla Montaigne o de zambullirse en el Mesozoico por un instante.
...Aún hoy recuerdo la desesperación con que contaba el menguante número de páginas que restaban. Finalmente llegó aquel cruel instante en el que leí la palabra "fin".
La literatura es una de las formas de la felicidad; quizá ningún escrito me haya deparado tantas horas felices como Chesterton. No comparto su teología, como no comparto la que inspiró La Divina Comedía, pero sé que las dos fueron imprescindibles para la concepción de la obra.
Chesterton, cierta vez, estuvo a punto de visitar Buenos Aires, yo iba a ser invitado a la comida de recepción; el hecho me alegró, pero no pude dejar de sentir que mágicamente era mejor que no viniera y que permaneciera en su límpida lejanía. Además, pensé que lo conocía como a mi mejor amigo y que eso ya esa suficiente.
De la fe anglicana pasó a la católica, que , según él, está basada en el sentido común. Arguyó que la rareza de esa fe se ajusta a la rareza del universo, como la extraña forma de una llave se ajusta exactamente a la extraña forma de la cerradura.
Su secretaria y mejor biógrafa, Maisie Ward, ha cometido la buena indiscreción de confiarnos que el maestro, antes de iniciar el dictado, trazaba furtivamente con el cigarro la señal de la cruz. Este obeso gigante no dejó nunca de entregarse al amparo divino.
J.L. Borges
yo también soy anticuada, y me encanta empezar los libros echando un vistacin por el final
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