Un niño junto con, El Origen, El sótano El aliento y El frío componen la autobiografía de Thomas Bernhard. Thomas era un escritor de culto, todo lo que suena a culto: director de culto, película de culto, suelen ser rollos para intelectuales y minorías. Pues bien, no es el caso de Un niño, novela autobiográfica muy amena de leer. La misma se desarrolla en la infancia del escritor, que coincide con el auge del Nacionalsocialismo en Alemania, y con el inicio de la segunda guerra mundial. El abuelo del autor es el eje central de la novela, sobre el que gira el mundo del niño que por aquel entonces era Thomas Bernhard.
Los abuelos son los maestros , los verdaderos filósofos de todo ser humano, siempre descorren el telón que los otros cierran continuamente.
(...) Cuando habla un hombre sencillo, es una bendición. Habla, no parlotea. Cuanto más culta se vuelve la gente, tanto más insoportable se hace su parloteo. Yo me guiaba totalmente por aquellas máximas. Podemos escuchar a un albañil o a un leñador, pero a una persona cultivada o a una persona supuestamente cultivada, porque la verdad es que sólo hay personas supuestamente cultivadas, no. Desgraciadamente, sólo oímos siempre parlotear a los parloteadores, los otros guardan silencio, porque saben muy bien que no hay mucho que decir.
(...) A sus ojos la iglesia vendía sin escrúpolos algo que no existía, a saber, un Dios bueno y, al mismo tiempo, también malo, y expoliaba en todo el mundo, de millones de formas, hasta a los más pobres entre los pobres, con el único fin de aumentar incesantemente su fortuna, que tenía invertida en gigantescas industrias y en infinitas montañas de oro y en montones de acciones en casi todos los bancos del mundo. Todo el que vende algo que no existe es acusado y condenado, decía mi abuelo, pero desde hace milenios la Iglesia vende a Dios y al Espíritu Santo abiertamente, con absoluta impunidad. Y además sus explotadores, hijo mio, y por lo tanto los que mueven los hilos, viven en palacios principescos. Los cardenales y arzobispos no son más que recaudadores sin escrúpulos a cambio de nada.
(...)Los chicos de Seekirch y sus alrededores correteaban descalzos desde finales de marzo hasta finales de octubre, los domingos se ponían unos zapatos que eran tan grandes que apenas podían andar con ellos , porque estaban previstos para varios años y cada niño tenía que crecer lentamente dentro. Si hacía frío nos poníamos gorros tricotados por nuestras propias abuelas y llevábamos en las piernas medias de la misma lana. Todo se tricotaba y cosía para la eternidad.
En un rincón de la clase había una gigantesca estufa de ladrillo, que se encendía con los leños que los alumnos llevaban por la mañana de su casa a la escuela. Cada uno llevaba un tronco encajado bajo la tapa de su cartera. Los ricos llevaban troncos grandes, los pobres pequeños. No estaba prescrito el tamaño del tronco. Con los troncos de la víspera no tardaba en calentarse la clase. El fuego chisporroteaba ya cuando comenzaba la clase, se cerraba el hogar y el calor se mantenía hasta el día siguiente.
Los abuelos son los maestros , los verdaderos filósofos de todo ser humano, siempre descorren el telón que los otros cierran continuamente.
(...) Cuando habla un hombre sencillo, es una bendición. Habla, no parlotea. Cuanto más culta se vuelve la gente, tanto más insoportable se hace su parloteo. Yo me guiaba totalmente por aquellas máximas. Podemos escuchar a un albañil o a un leñador, pero a una persona cultivada o a una persona supuestamente cultivada, porque la verdad es que sólo hay personas supuestamente cultivadas, no. Desgraciadamente, sólo oímos siempre parlotear a los parloteadores, los otros guardan silencio, porque saben muy bien que no hay mucho que decir.
(...) A sus ojos la iglesia vendía sin escrúpolos algo que no existía, a saber, un Dios bueno y, al mismo tiempo, también malo, y expoliaba en todo el mundo, de millones de formas, hasta a los más pobres entre los pobres, con el único fin de aumentar incesantemente su fortuna, que tenía invertida en gigantescas industrias y en infinitas montañas de oro y en montones de acciones en casi todos los bancos del mundo. Todo el que vende algo que no existe es acusado y condenado, decía mi abuelo, pero desde hace milenios la Iglesia vende a Dios y al Espíritu Santo abiertamente, con absoluta impunidad. Y además sus explotadores, hijo mio, y por lo tanto los que mueven los hilos, viven en palacios principescos. Los cardenales y arzobispos no son más que recaudadores sin escrúpulos a cambio de nada.
(...)Los chicos de Seekirch y sus alrededores correteaban descalzos desde finales de marzo hasta finales de octubre, los domingos se ponían unos zapatos que eran tan grandes que apenas podían andar con ellos , porque estaban previstos para varios años y cada niño tenía que crecer lentamente dentro. Si hacía frío nos poníamos gorros tricotados por nuestras propias abuelas y llevábamos en las piernas medias de la misma lana. Todo se tricotaba y cosía para la eternidad.
En un rincón de la clase había una gigantesca estufa de ladrillo, que se encendía con los leños que los alumnos llevaban por la mañana de su casa a la escuela. Cada uno llevaba un tronco encajado bajo la tapa de su cartera. Los ricos llevaban troncos grandes, los pobres pequeños. No estaba prescrito el tamaño del tronco. Con los troncos de la víspera no tardaba en calentarse la clase. El fuego chisporroteaba ya cuando comenzaba la clase, se cerraba el hogar y el calor se mantenía hasta el día siguiente.
Humanidad sostenible.
ResponderEliminar(este Mino es el dueño de la mejor librería (biblioteca).
A mi ya me estan entrando ganas de ser abuela,....
Miner...me trajo a la memoria algo que tenía en el olvido.Cuando era pequeña, mi abuela también me compraba los zapatos de un número más...Gracies por estes coses.
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