miércoles, 15 de mayo de 2013

TRATADO DE LOS CREPÚSCULOS

Y ahora de noche y yo sin darme cuenta. Hace solo un minuto, como mucho, estaba aquí perfectamente sentada y era de día, el ultramarinos abierto, un hombre jugando con su perro, la mitad de la calle
   (la mitad de allá)
al sol, la vieja de costumbre contemplando la nada desde el alféizar porque en el barrio no pasa nada, ni una pelea, ni una discusión, ni una de esas mujeres que caminan como se desenrollan las cuerdas, dejando detrás un rastro de silbidos  de hombres, las groserías que les explotan en la boca y los ensucian como los globos de los chicles. En el barrio no pasa nada, aquí nunca ha venido una ambulancia o un coche fúnebre, los policías pasan de largo, sin hacer mucho caso. La vida empieza unas manzanas más adelante, y solo  nos llegan sus ecos atenuados. Hubo una época que en uno de estos edificios vivía un cantante, con la barba pelirroja, muchos anillos, extravagante, femenino, pero se lo llevó la enfermedad de los pecadores: estaba ingresado en el hospital y, por consiguiente, la única muerte que tenemos sucedió en otro sitio...

Tratado de los crepúsculos (fragmento)
Tercer libro de crónicas 
António Lobo Antunes


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