Tras una juventud recamada de amorosos antojos, la bailarina Liane de Pougy matrimonió con el príncipe Jorge Chyka, para, al enviudar, retirarse a un convento. En la época en que sitúo estos recuerdos era una de las bellezas que más jugaron con las nevadas barbas de Leopoldo de Bélgica, al que los clientes de "Chez Maxim´s" apodaban"el rey de las hermosas". Liane había publicado Idilio sáfico su segunda novela, y yo, escudándome en mi deseo de traducirla al castellano, solicité a su autora una entrevista. Era una mujer de porte majestuoso, cabellos noguerados y largos ojos verdes. Cultivaba por "pose", la impasibilidad. Raras veces la líneas venustas de su rostro, cubierto de esa palidez con que la luna espiritualiza las estatuas, dejaban traslucir una emoción. Baudelaire la hubiera admirado.Era felina, elegante y hermética. Yo le decía: "Cuando vayas a Egipto y veas la esfinge de Gizeh, habrás conocido a tu madre". Nos ligó una camaradería amorosa. Pero su mundo no era el mio y esto nos separó. Liana, que conocía al todo "París Botín" me ayudó a entrevistar a muchos conspicuos de la literatura y del teatro.
Eduardo Zamacois
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