En la calle no eres nadie, en tu casa eres todo lo que puedes ser o te dejan. Nacen tus hijos, se pasa el fulgor, los muebles pierden lustre como lo pierde tu piel y tu mirada. Si lográis pasar el vendaval del divorcio, os convertís en una ruina a veces dolorosa. Los hijos repiten lo que vosotros hicisteis, aunque ellos crean que van por un camino diferente y nuevo. Vuelven al trabajo, tienen hijos, envejecen...Hasta que vamos desapareciendo y nuestras cosas se reparten o se malvenden o se pierden. Cosas que eran tesoreros para nosotros pero para los que vienen a abrir los cajones son fotografías amarillas, cartas sin sentido, cintas de colores, doce piedras, un anillo...Un día se acaban los gestos, las rutinas, las imposiciones, las normas y dejas de abrir la cartera para sacar la tarjeta que te llevaba al trabajo. Ahora eres un jubilado, pronto serás un nombre, luego una fecha, luego un ramo de flores para muertos en tu tumba, luego olvido. Allí seremos recordados para siempre, allí, donde habita el olvido.
Nueva York a diario
Hilario Barrero