BENAVENTE A ORILLAS DE PARANÁ
El peluquero del hotel inicio la conversación preguntando si yo era español. Pues yo tuve en el sillón a Jacinto Benavente. Un gran dramaturgo, ¿no? "y un grandísimo puto", apostillé sumariamente yo. Vaciló todavía un momento, y luego se decidió. Igual que su cara, su voz había cambiado del tono solemne al confidencial: "Ay, señor, si yo le contara..." Y me contó: Vea, señor. El grandísimo puto, como usted le ha llamado mientras que yo le estaba haciendo la barba sacó con disimulo su mano bajo la toalla y, fíjese, de pronto siento que empieza a querer toquetearme. Yo al principio no podía creerlo. Me separé del sillón todo lo que pude; pero al comprobar que insistía me entraron tentaciones de rebanarle el pescuezo con la navaja de afeitar. De veras, tuve que contenerme mucho. Pero pensé: Calma. Romualdo, que eres padre de familia, y tienes mujer e hijos que mantener, y vas a desgraciarte y dejar sin su premio Nobel a la Madre Patria. De modo que lo planté así no más, a medio arreglar la barba. Le di un tirón de la toalla y le dije con rabia: ¡servido! El muy desgraciado se marchó tan fresco. Encima, se me iba riendo todavía el grandísimo..."
Recuerdos y olvidos
Francisco Ayala