Debiera de servir en este trance,
si sirve en otras muchas ocasiones,
vestir con las palabras emociones...
Mas no resulta fácil este lance.
Que, con o sin perdices, seáis felices.
Que la fortuna que impregna este instante
perdure en el tiempo y sea constante.
Que sepáis disculpar los deslices.
Y el paso de los años, incesante,
no pueda con el brillo de esos ojos,
hoy limpio, transparente,deslumbrante...
Que compartáis atardeceres rojos.
Cada aurora os descubra como amantes
y líbrese vuestro amor de despojos.
Al veros aquí me surge una pregunta: ¿cómo habéis llegado hasta aquí? El banco de los contrayentes es un sitio muy raro. Muy común, pero muy raro. Uno está ahí porque ha tomado la decisión, que se toma pocas veces, de poner en juego su vida de una forma consciente y voluntaria.
El riesgo consiste en haber puesto la vida el uno en las manos del otro o al menos por depender del otro para la felicidad, para el crecimiento, para la simple tranquilidad.
Al fin y al cabo un matrimonio es como el misterio de la santísima trinidad, que es uno pero son tres. O siendo menos poético es como el lubricante, "tres en uno".
Porque no se debe olvidar que cada persona tiene sus necesidades y gustos, que no se puede aparcar el "tú" ni el "yo". Pero lo que define la relación es el "nosotros".
Ese filósofo de lo cotidiano que es Forges, dice:
"Ni soy tuya ni eres mío, ni mi dueño ni señor.
Yo soy mía, tu eres tuyo y nuestro amor de los dos."
El hecho es que uno da su vida y recibe también una vida, y que esa decisión primordial establece ya una de las reglas de la convivencia, uno de los fundamentos de la relación, como son el aprender a dar y el aprender a recibir.
Hay que advertir que dar es mucho más fácil que recibir. Cuando damos nos sentimos generosos, altruistas, superiores y tendemos a aislarnos en nuestra satisfacción. En cambio, cuando recibimos quedamos con una deuda de gratitud, frágiles en nuestra necesidad o en nuestro deseo, vinculados al otro por la exigencia de ofrecerle contrapartidas y, en el caso que nos ocupa, mayor amor aún. El amor, a pesar de lo que afirmaban en Love Story, no consiste en no tener que decir nunca lo siento, sino en saber dar las gracias y en sentirlas.
Palabras para una boda (Alejandro Gándara)
Así que lo cierto es que estamos aquí y, que si Aida y Andrés no escapan antes de tiempo,a causa de "esti rollu", todavía seguiremos en este lugar un rato más y les veremos casados. Más tarde brindaremos por su felicidad, mientras ellos nos honran con su amor.
Don Miner Corleone
El Padrino