jueves, 12 de diciembre de 2013

UN TÚNEL DE GESTOS

Cada noche, en casa, ruidos tenues que se repiten. Un libro que acaba de encontrar la posición de su propio peso en la repisa de madera, un pequeño crec del parqué. Me levanto y escucho. Me acerco a cada mueble, el crujido suena más lejos. Me quedo al acecho delante del perchero del recibidor. He aquí a un culpable: ¿el trabajo subrepticio de la carcoma? ¿un  desfallecimiento del mueble? Dos, tres, cuatro generaciones han entrado por la puerta del piso y se han mirado en el espejo del perchero de caoba. Yo mismo, cuando volvía del colegio a mediodía. Todas la mujeres de la familia han acabado de retocarse el pelo o de verse los pliegues de la falda ante el espejo. Un túnel de gestos conectados por un laberinto genético. Y el mueble, cansado, va crujiendo cada noche. Y ahora es mío, y tal vez no será ya de nadie más que lleve mi sangre ni mi apellido.

Ratas en el jardín
Valentín Puig

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