miércoles, 11 de abril de 2012

¡VIVE TU VIDA!


Los hombres de esta familia no se dejaban seducir por la idea de ascender en el escalafón de la vida.

El hermano mayor de mi madre, Jenö, quiso se músico, pero solo logró ingresar en la banda de música del ejercito, y se mató por pura desesperación cuando estaba destacado con las tropas en Póla.

Jenö se suicidó por no poder ser músico y otro hermano, dejó los estudios porque sintió de pronto vocación por el oficio de carnicero. Era una familia muy extraña. El hermano menor de Jenö, Dezsö, iba ya al sexto curso del liceo cuando tuvo de repente esa inspiración, se plantó delante de mi abuelo y le confesó que no lo podía remediar: se veía obligado a abandonar sus estudios de Humanidades porque sentía una irresistible vocación de carnicero. Mi abuelo, que era un hombre severo pero justo, al oír ese extraño deseo le pidió una semana de reflexión. Tras dicho período de meditación, el abuelo llamó a Dezsö, le soltó un largo sermón y le dio una paliza. Pegar a los hijos se consideraba un método pedagógico fundamental; las bofetadas formaban parte integrante de la marcha cotidiana de los día, como las oraciones o los deberes. En principio no hacía falta una razón, un motivo especial para la paliza diaria; los padres y los educadores pegaban a los niños por pura tradición, para respetar la costumbre. Tras la mencionada paliza, mi abuelo comunicó a Dezsö que no veía ningún impedimento para que cambiase de carrera, de modo que a la edad de dieciséis años, con el certificado de estudios del liceo en el bolsillo, se fue a la capital y se colocó como aprendiz de carnicero.
Yo sólo vi a ese hombre tan interesante en dos ocasiones. Sin embargo, creo que era muy normal, uno de esos hombres que sabían vivir su vida y se atrevían a hacerlo.
Cuando se casó, como era ya maestro carnicero y sabía todo acerca de su profesión, se escapó de su propia boda, abandono a los invitados  y se fue tal cual, vestido con frac y sombrero de copa, al matadero, donde se puso su delantal, mató un buey y volvió muy satisfecho al lado de su flamante esposa. Su esquela decía que había sido "un marido ejemplar y el mejor de los padres". Y efectivamente así fue; su instinto le hizo sentir el peligro inminente y lo salvó.

Confesiones de un Burgués
Sándor Márais 

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