jueves, 8 de diciembre de 2011

LAS OVEJAS Y EL PASTOR (ANDREA CAMILLERI)

LAS OVEJAS Y EL PASTOR
ANDREA CAMILLERI
DESTINO


"Quien busca el martirio y se deja matar realiza un doble homicidio; de si mismo  y del don divino de la vida"
San Agustín

En la Sicilia de 1945 mientras se halla descansando en el convento de Santo Stefano, el obispo de Agrigento sufre un atentado que lo deja al borde de la muerte. Monseñor Peruzzo es un prelado muy querido por el pueblo porque en el conflicto entre trabajadores y latifundistas se alineó con los trabajadores. En sus cartas pastorales se dirigía sobretodo a los ricos "los trabajadores son vuestros más grandes benefactores, porque con su trabajo os permiten ser señores".

LAS OVEJAS Y EL PASTOR
En los Evangelios se dice que "el buen pastor es aquel que es capaz de dar la vida por sus ovejas". Pero no dice nada de que las buenas ovejas den su vida por el pastor.
En el convento de clausura de Palma di Montechiaro las diez monjas más jóvenes ayunarán hasta entregar su vida para que Dios salve al pastor. De todo esto Monseñor se entero once años después (16-8-1956) por una carta que le envió la abadesa Enrichetta Fanara, del monasterio benedictino de Palma di Montechino.
El caso es investigado y relatado por Andrea Camilleri  que lo descubrió casualmente y en el que se debaten los limites entre la obediencia y la fe. 


RAIMONDO BORSELLINO

El obispo en la carta que escribió a Pío XII para contarle la historia, lo define como un "excelente cirujano". Quizá fuera algo más, era un cirujano absolutamente genial.
Pequeño de estatura, nervioso, descortés y taciturno, en realidad era un hombre tímido y de una generosidad ilimitada.
En los años de los terribles bombardeos angloamericanos, había tenido una buena idea. Considerando que demasiados heridos morían porque no había tiempo ni medios para llevarlos al hospital inmediatamente después de un bombardeo, el profesor se presentaba y operaba a los heridos en la primera casa sana que encontraba. Como en un verdadero campo de batalla.
Para los desplazamientos se servía de su coche, yo lo recuerdo enorme, conducido por un chófer, porque él no sabía conducir.
Acabada la guerra, como escaseaban los hospitales o no había camas, se puso a hacer de cirujano volante, operando de casa en casa. El día anterior a la operación pasaba por la vivienda del enfermo, elegía la habitación, la hacía limpiar y desinfectar y luego operaba, el día establecido, acaso sobre la mesa de la cocina. Así lo hizo también con mi madre, que no conseguía encontrar cama en el hospital.
Dado que no podía esterilizar los instrumentos empleados para cada operación, llevaba consigo un conjunto de instrumentos ya esterilizados distribuidos en cinco o seis maletines era un set, como se diría hoy, de cirujano de campo.
Y también llevaba consigo algunas batas blancas. Las sucias, la metía en un saco que tenía en el maletero.
Como asistente, cogía al médico del pueblo. Lo repito, hacía verdaderos milagros. Hombre religioso, no soportaba a los párrocos en las inmediaciones del sitio donde debía trabajar.
-O usted o yo- dijo un día a un párroco al que vio en el cuarto de al lado del paciente que ya estaba tendido a la espera.
-¡Pero es mi hermano!- dijo el párroco.
-Entonces opérelo usted, espetó el profesor, marchándose.
Solo volvió cuando tuvo plena seguridad de que el párroco se había ido.
Se convirtió en una leyenda viva. A menudo y de buen grado no cobraba. El pueblo inventó una cancioncilla sobre él. Recuerdo dos versos:
Y para Bursallino
con la cabeza torcida..
Porque, como pasaba las noches operando, dormía en el coche, con la cabeza apoyada en una almohada blanca, aprovechando los desplazamiento de un pueblo a otro. De tanto dormir así, el cuello se le había quedado un poco torcido. Luego se dedicó a la política. Y cuando la dejó volvió a operar como antes y cuando pasaba por las calles con el coche la gente aplaudía.

Raimondo Borsellino, como de costumbre, operó magistralmente a Peruzzo sobre la mesa del refectorio. Pero esta vez tenía la asistencia de nada menos que tres médicos. Un verdadero lujo, para él.
"Hubo cortes dolorosos y una peligrosa transfusión de sangre" escribió Peruzzo en una carta al Papa. La sangre la dio un párroco llamado Sortino.
A las nueve de la mañana Borsellino estableció que el obispo podía hacer el viaje hacia el palacio episcopal de Agrigento. No estimó necesario enviarlo al hospital.


                   
     

No hay comentarios:

Publicar un comentario