lunes, 21 de febrero de 2011

ALLÁ LEJOS Y TIEMPO ATRÁS

ALLÁ LEJOS Y TIEMPO ATRAS
W.H. HUDSON
EL ACANTILADO


Allá lejos y tiempo atrás es un maravilloso libro de memorias en el que el autor evoca los años de infancia en Argentina. Hudson nos cuenta la  vida de la pampa (donde nació el 4 de agosto de 1841) y de los personajes curiosos que la habitan; nativos( gauchos), y, colonos (ingleses, escoces, irlandeses). Los padres de Hudson eran americanos descendientes de ingleses y en 1933 emigraron a Argentina. Hudson  cuando era niño le gustaba cabalgar por las planicies y observar todo lo relacionado con la naturaleza. En 1874 se fue para Inglaterra y no regresó. Murió en Londres en 1922 a la edad de 81 años. Su epitafio reza. "Amó los pájaros y los lugares verdes y el viento en el brezal. y vio el resplandor, de la aureola de Dios".

LA CASA
La casa donde nací, en la pampa sudamericana, tenía el pintoresco nombre de Los Veinti-cinco Ombués, y es que había exactamente veinticinco de aquellos árboles indígenas- de tamaño gigantesco y plantados lejos unos de otros para formar una hilera de unos cuatrocientos metros de largo-. El ombú es ciertamente un árbol natural de aquel suelo, de aquellas vastas y planas llanuras, y hay supersticiones muy curiosas ligadas a él, constituye una leyenda en si mismo. Pertenece a la rara familia Phytolocca, y tiene un perímetro inmenso-cuatro o cinco metros en algunos casos ; pero a mismo tiempo, la madera es tan blanda y esponjosa que puede cortarse con un cuchillo, y es totalmente inservible como leña pues, una vez cortada no llega a secarse sino que se pudre como una sandía madura.. Crece además, muy despacio y sus hojas, grandes, brillantes y de color verde oscuro como las hojas de laurel, son venenosas. Debido a esa falta de utilidad, lo más probable es que llegue a extinguirse algún día, igual que los elegantes herbazales pamperos de la misma región.

EL PADRE
Lo raro es que mi padre no estaba interpretando un  papel...sino que actuaba según su naturaleza. Es extraño tener que decir de alguien que sus virtudes mayores y más destacadas no eran sino defectos, puesto que, aparte de dichas peculiares cualidades, mi padre era una persona normal que en  nada se distinguía de sus vecinos, excepto tal vez, en que no ambicionaba hacerse rico a toda costa y en que era más amable y generoso con los demás que el resto de la gente. Carecía por completo del sentido del peligro, el instinto de supervivencia, que se supone que es universal, y había ocasiones en que aquel defecto extraordinario producía en mi madre una angustia indecible.

LA PAMPA
Dejamos atrás el terreno ondulado; tanto ante nosotros como a ambos lados, la tierra era absolutamente llana hasta donde llegaba la vista, verde, cubierta por doquier por la hierba de invierno, pero sin unas sola flor en aquella época del año. El centelleo del agua se hacia presente en todas aquellas extensiones. Había sido una estación muy lluviosa y la mayor parte de la llanura se había convertido en un gran lago poco profundo. No había otra cosa que ver, excepto rebaños de vacas y  manadas de caballos, de cuando en cuando, un jinete que galopaba por el llano y, cada mucho tiempo, un bosquecillo que marcaba el lugar donde se hallaba una estancia o granja de vacas y ovejas, aquellos bosquecillos parecían islas en medio de una región tan lisa como el mar.

PERSONAJES CURIOSOS
¿Qué opinión les merecía a sus vecinos el hombre de las seis esposas? Lo querían y apreciaban más que a ningún otro de su posición. Cuando a alguien le preocupaba alguna cosa  o tenía problemas, o una herida o enfermedad embarazosa, siempre acudía en busca del consejo, la ayuda y los remedios de don Evaristo, y si padecía alguna enfermedad mortal mandaba llamar a don Evaristo para que le redactara su testamento. don Evaristo sabía  leer y escribir y entre los gauchos tenía fama de hombre cultivado. Lo apreciaban más que a cualquier médico. Recuerdo que su cura para el herpes, una peligrosa dolencia frecuente en la región, era considerada infalible. La enfermedad se manifestaba en forma de una erupción, similar a la de la erisipela, que aparecía en medio de la espalda  y se extendía por la cintura hasta formar  un circulo perfecto. "Si el circulo no se ha cerrado aún, puedo curar la enfermedad", decía don Evaristo. Mandaba a alguien al río a buscar un sapo de buen tamaño, hacía que el paciente se desnudara y tomaba la pluma y el tintero para escribir con letras mayúsculas sobre la piel de la zona que quedaba entre los extremos de la región inflamada las palabras: En el nombre del padre..., etcétera. Después, cogía el sapo con la mano y lo frotaba suavemente sobre la parte afectada; el sapo irritado al verse tratado de aquel modo, se hinchaba y exudaba por su verrugosa piel una secreción venenosa de color lechoso. Eso era todo, ¡ pero el enfermo se curaba!

MENDIGOS
Aquellos mendigos no eran como nuestro digno mendigo a caballo, con su poncho rojo, sus espuelas y su alto sombrero de paja, que cabalgaba hasta tu puerta y, tras recibir su tributo te bendecía y seguía su camino hasta la siguiente estancia.


Jorge Cafrune- Guitarra dimelo tu

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