Mostrando entradas con la etiqueta cuentos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cuentos. Mostrar todas las entradas

miércoles, 30 de enero de 2013

CONVERSACIÓN


Estuvimos hablando un rato. Era inteligentisimo. Estaba de acuerdo conmigo en todo. Al despedirnos, le dije:
-Fue una conversación muy interesante. Aprendí mucho escuchándome.  
          Oscar Peyrou
                          

jueves, 5 de enero de 2012

EL REGALO DE LOS REYES MAGOS




Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad. Evidentemente no había nada que hacer fuera de echarse al miserable lecho y llorar. Y Delia lo hizo. Lo que conduce a la reflexión moral de que la vida se compone de sollozos, lloriqueos y sonrisas, con predominio de los lloriqueos.
Mientras la dueña de casa se va calmando, pasando de la primera a la segunda etapa, echemos una mirada a su hogar, uno de esos departamentos de ocho dólares a la semana. No era exactamente un lugar para alojar mendigos, pero ciertamente la policía lo habría descrito como tal.
Abajo, en la entrada, había un buzón al cual no llegaba carta alguna, Y un timbre eléctrico al cual no se acercaría jamás un dedo mortal. También pertenecía al departamento una tarjeta con el nombre de "Señor James Dillingham Young". 

martes, 21 de diciembre de 2010

NO HAY PRISA EN ABRIR LOS OJOS


TRAS LAS CORTINAS SE ADIVINABA ya la luz aún manchada de sombras, pero sería- pensó-las ocho, la hora de levantarse, como todos los días de su vida. ¿Por qué? Se removió en la cama y sintió el cuerpo magullado por la batalla de cada noche, la colcha caída,  sábanas arrugadas, las cenizas de tanta gente soñada y muerta doliéndole en la almohada endurecida, pero las siete de la mañana le habían parecido siempre temprano, y las nueve demasiado tarde. Solo por eso. No había otra razón. ¿Que prisa tienes? No abras los ojos, no hay prisa. ¿Quién le hablaba? ¿Oía otra voz o se hablaba a sí mismo? Sigue ahí, descansa. No abras los ojos. La noche a sido terrible y te ha vencido. Sigue durmiendo, abre los ojos hacia ti mismo, mira dentro de ti, donde aún te late el corazón, donde están las cenizas de los que habitan tus sueños en las sombras. Pero eran ya las ocho, ¡las ocho! Y abrió los parpados, y no halló cosa en que poner los ojos, que no fuera recuerdo del olvido.


Antes del futuro imperfecto
Medardo Fraile
Paginas de Espuma

miércoles, 19 de mayo de 2010

HASTA NUNCA

"Reloj de arena tu cuerpo.
Te estrecharé la cintura
para que no pase el tiempo”

Aquilino Duque

" Todos los días nos despedimos de personas, a las que ya no veremos más"

No había esta mañana en mis calles habituales quien me rescatara de la angustia por la fuga del tiempo y me he quedado en ellas más de lo normal, recordando los rostros de aquellos transeúntes que fueron habituales del barrio y un día, sin que en un primer momento nadie lo percibiera, se desvanecieron para siempre en el opaco vacío de la relojería universal. ¿Qué fue de todos ellos? Formaron parte de mi vida en otros tiempos, y luego se borraron. Me he acordado de Pessoa, que se preguntaba por el viejecito redondo y colorado del puro habano a la puerta del estanco. Y por el dueño del estanco. Todos habían ya partido hacia el reino de la luz del otro barrio. "Mañana", escribía Fernando Pessoa, también despareceré yo de Rúa da Prata, de Rúa dos Douradores, de Rúa dos Franqueiros. Mañana, también yo, sí, mañana yo también seré el que dejó de pasear por estas calles, el que otros vagamente evocarán con un que habrá sido de él. Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera."
Dietario Voluble
Enrique Vila -Matas



Suavemente suena la puerta de la cocina, la Sra. O’Brian la abre, al otro lado se encuentra su mejor inquilino, el Sr. Ramirez con dos agentes de policía. El Sr. Ramirez ha sido su inquilino durante 30 meses, seis más de los que le permitía su visado temporal. En ese tiempo se adaptó a la brillante prosperidad de su nueva vida, trabajó en la fábrica de aeroplanos durante la guerra, se compró una radio, y un reloj de pulsera, y disfrutó del modo de vida americano.
“Pues aquí estoy, para decirle que debo abandonar mi habitación.” -dice el Sr. Ramirez. Mirando una vez más la brillante cocina, la mesa bien surtida en la que los hijos de la Sra. O’Brien están comiendo sus filetes.
“Ha sido Vd. un buen inquilino.” -dice la Sra. O’Brian- que le recuerda una visita que hizo a algunas ciudades fronterizas de México, los grillos, las polvorientas carreteras, las ropas raídas.
“Lo siento mucho, Sr. Ramirez.”
“Adiós Sra. O’Brian. Vd. ha sido buena conmigo. Adiós Sra. no nos volveremos a ver nunca más”

Los policías sonríen al oír esa expresión, pero su sonrisa se desvanece pronto, se llevan al Sr. Ramirez, la Sra. O’Brian vuelve a su brillante cocina, sus hijos la apremian porque se le enfría el filete, se sienta a la mesa y empieza a comer. Mastica su primer bocado muy lentamente y dejando los cubiertos sobre la mesa, fija su mirada en la puerta cerrada. “¿Qué pasa, Mama?” pregunta su hijo. “Acabo de caer en la cuenta -contesta ella con gran pena- que nunca más veré al Sr. Ramirez.”


Ray Bradbury
Rúa Dos Franqueiros (1906)



jueves, 28 de enero de 2010

EL CAPOTE (NIKOLÁI V. GÓGOL)


El capote fue publicado en 1842 y de él dijo Dostoievki "todos crecimos bajo el capote de Gogol". En este maravilloso cuento se nos habla del deseo cumplido, en este caso, en forma de capote. Pero también de la condición humana, que sigue siendo la misma ahora que entonces, y eso que ya llegamos a la luna y en España reina el Bombón I. Aunque este, el Bombón,está meditando muy seriamente en colgar la Corona antes de que entre en vigor la jubilación a los 67 años.

...Pues bien: en cierto departamento ministerial trabajaba un funcionario, de quien apenas si se puede decir que tenía algo de particular. Era bajo de estatura, algo picado de viruelas, un tanto pelirrojo y también algo corto de vista, con una pequeña calvicie en la frente, las mejillas llenas de arrugas y el rostro pálido, como el de las personas que padecen de almorranas... ¡Qué se le va a hacer! La culpa la tenía el clima petersburgués.
...Nadie podía afirmar haberle visto siquiera una sola vez en alguna reunión. Después de haber copiado a gusto, se iba a dormir, sonriendo y pensando de antemano en el día siguiente. ¿Qué le iba a traer Dios para copiar mañana?

...Conviene saber que el capote de Akakiy Akakievich también era blanco de las burlas de los funcionarios. Hasta le habían quitado el nombre noble de capote y le llamaban bata. En efecto, este capote había ido tomando una forma muy curiosa; el cuello disminuía cada año más y más, porque servía para remendar el resto. Los remiendos no denotaban la mano hábil de un sastre, ni mucho menos, y ofrecían un aspecto tosco y antiestético. Viendo en qué estado se encontraba su capote, Akakiy Akakievich decidió llevarlo a Petrovich, un sastre que vivía en un cuarto piso interior, y que, a pesar de ser bizco y picado de viruelas, revelaba bastante habilidad en remendar pantalones y levitas de funcionarios y de otros caballeros, claro está, cuando se encontraba tranquilo y sereno y no tramaba en su cabeza alguna otra empresa.

Nuestro Akakiy Akakievich acudio con su nuevo capote a una fiesta a la que fue invitado por un funcionario de su departamento.

...Sea como fuera, lo seguro es que el funcionario vivía en la parte más elegante de la ciudad, o sea lejos de la casa de Akakiy Akakievich. Al principio tuvo que caminar por calles solitarias escasamente alumbradas pero a medida que iba acercándose a la casa del funcionario, las calles se veían más animadas y mejor alumbradas. Los transeúntes se hicieron más numerosos y también las señoras estaban ataviadas elegantemente. Los hombres llevaban cuellos de castor y ya no se veían tantos trineos de madera con rejas guarnecidas de clavos dorados; en cambio, pasaban con frecuencia elegantes trineos barnizados, provistos de pieles de oso y conducidos por cocheros tocados con gorras de terciopelo color carmesí, o se veían deslizarse, chirriando sobre la nieve, carrozas con los pescantes sumamente adornados.


A la vuelta de la fiesta nuestro protagonista es asaltado por dos ladrones que le roban el capote, entonces decide acudir directamente al comisario del distrito, pero este le daba largas, hasta que al fin lo recibe.

...Éste interpretó de un modo muy extraño el relato sobre el robo del capote. En vez de interesarse por el punto esencial empezó a preguntar a Akakiy Akakievich por qué volvía a casa a tan altas horas de la noche y si no habría estado en una casa sospechosa. De tal suerte, que el pobre Akakiy Akakievich se quedó todo confuso. Se fue sin saber si el asunto estaba bien encomendado.

Entonces los compañeros le dijeron que lo mejor era que acudiera a una alta personalidad que resolviera el asunto.

...¿Quién era aquella «alta personalidad» y qué cargo desempeñaba? Eso es lo que nadie sabría decir. Conviene saber que dicha «alta personalidad» había llegado a ser tan sólo esto desde hacía algún tiempo, por lo que hasta entonces era por completo desconocido
-Creo que me está esperando un empleado. Dígale que puede pasar.
Al ver el aspecto humilde y el viejo uniforme de Akakiy Akakievich, se volvió hacia él con brusquedad y le dijo:
-¿ Qué desea ?
Pero todo esto con voz áspera y dura, que sin duda alguna había ensayado delante del espejo, a solas en su habitación, una semana antes que le nombraran para el nuevo cargo.
Akakiy Akakievich, que ya de antemano se sentía todo tímido, se azoró por completo. Sin embargo, trató de explicar como pudo o mejor dicho, con toda la fluidez de que era capaz su lengua, que tenía un capote nuevo y que se lo habían robado de un modo inhumano, añadiendo, claro está, más particularidades y más palabras innecesarias. Rogaba a su excelencia que intercediera por escrito... o así.... como quisiera.... con el jefe de la Policía u otra persona para que buscasen el capote y se lo restituyesen. Al general le pareció, sin embargo, que aquel era un procedimiento demasiado familiar, y por eso dijo bruscamente:
-Pero, ¡señor!, ¿no conoce usted el reglamento? ¿Cómo es que se presenta así? ¿Acaso ignora cómo se procede en estos asuntos? Primero debería usted haber hecho una instancia en la cancillería, que habría sido remitida al jefe del departamento, el cual la transmitiría al secretario y éste me la hubiera presentado a mí.
-Pero, excelencia...-dijo Akakiy Akakievich recurriendo a la poca serenidad que aún quedaba en él y sintiendo que sudaba de una manera horrible-. Yo, excelencia, me he atrevido a molestarle con este asunto porque los secretarios..., los secretarios... son gente de poca confianza..
-¡Cómo! ¿Qué? ¿Qué dice usted?.-exclamó la «alta personalidad»-. ¿Cómo se atreve a decir semejante cosa? ¿De dónde ha sacado usted esas ideas? ¡Qué audacia tienen los jóvenes con sus superiores y con las autoridades!
Era evidente que la «alta personalidad» no había reparado en que Akakiy Akakievich había pasado de los cincuenta años. De suerte que la palabra « joven» sólo podía aplicársela relativamente, es decir, en comparación con un septuagenario.
-¿Sabe usted con quién habla? ¿Se da cuenta de quién tiene delante? ¿Se da usted cuenta, se da usted cuenta? ¡Le pregunto yo a usted!
Y dio una fuerte patada en el suelo y su voz se tornó tan cortante, que aun otro que no fuera Akakiy Akakievich se habría asustado también.
Akakiy Akakievich se quedó helado, se tambaleó, un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo, y apenas si se pudo tener en pie. De no ser porque un guardia acudió a sostenerle, se hubiera desplomado. Le sacaron fuera casi desmayado.
Pero aquella «alta personalidad», satisfecha del efecto que causaron sus palabras, y que habían superado en mucho sus esperanzas, no cabía en sí de contento, al pensar que una palabra suya causaba tal impresión, que podía hacer perder el sentido a uno. Miró de reojo a su amigo, para ver lo que opinaba de todo aquello, y pudo comprobar, no sin gran placer, que su amigo se hallaba en una situación indefinible, muy próxima al terror.
Cómo bajó las escaleras Akakiy Akakievich y cómo salió a la calle, esto son cosas que ni él mismo podía recordar, pues apenas si sentía las manos y los pies. En su vida le habían tratado con tanta grosería, y precisamente un general y además un extraño. Caminaba en medio de la nevasca que bramaba en las calles, con la boca abierta, haciendo caso omiso de las aceras. El viento, como de costumbre en San Petersburgo, soplaba sobre él de todos los lados, es decir, de los cuatro puntos cardinales y desde todas las callejuelas. En un instante se resfrío la garganta y contrajo una angina. Llegó a casa sin poder proferir ni una sola palabra: tenía el cuerpo todo hinchado y se metió en la cama. ¡Tal es el efecto que puede producir a veces una reprimenda!

El final del cuento no lo voy a desvelar, sino que lo tenéis que averiguar vosotros. Pero bueno,no me resisto a poner este ejemplo de humor negro que destila casi todo el cuento.

...La policía recibió la orden de capturar al difunto a toda costa, vivo o muerto, y de imponerle el más severo y ejemplar de los castigos para escarmiento de los demás.

Que todos los capotes de esta vida se os cumplan, y no dejéis que ningún "personaje" os joda la existencia.

domingo, 22 de noviembre de 2009

CUENTOS DE LA ALHAMBRA



LA AVENTURA DEL ALBAÑIL

Existió en otro tiempo un pobre albañil de Granada que guardaba los días de los santos y las festividades-incluyendo San Lunes-, y el cual, a pesar de toda su devoción, cada día se empobrecía más y a duras penas conseguía ganar el pan para sustentar a su numerosa familia. Una noche fue despertado de su primer sueño por un aldabonazo que dieron en su puerta. Abrió, y se encontró con un clérigo alto, flaco y de rostro cadavérico.

- ¡Oye, buen amigo! -le dijo el desconocido-. He observado que eres buen cristiano y que se puede confiar en ti. ¿Estarías dispuesto a aceptar un trabajo esta misma noche?

- Con toda mi alma, reverendo padre, con tal de que se me pague debidamente.

- Serás bien pagado; pero tendrás que permitir que se te venden los ojos.

El Albañil no presentó objeciones; así pues, vendados los ojos, fue conducido por el cura a través de varias retorcidas callejuelas y tortuosos pasajes, hasta que se detuvo ante el portal de una casa. El cura sacó la llave, giró una chirriante cerradura y abrió lo que por el sonido parecía una pesada puerta. Cuando entraron, cerró, echó el cerrojo y el albañil fue conducido por un resonante corredor y una espaciosa sala a la parte interior del edificio. Allí le fue quitada la venda de los ojos y se encontró en un patio, alumbrado apenas por una lámpara solitaria. En el centro se veía la seca taza de una vieja fuente morisca, bajo la cual le pidió el cura que formase una pequeña bóveda; a tal fin, tenía a mano ladrillos y mezcla. Trabajó, pues, toda la noche, pero sin que acabase la faena. Un poco antes del amanecer, el cura le puso una moneda de oro en la mano y, habiéndolo vendado de nuevo, lo condujo a su morada.

- ¿Estás conforme -le dijo- en volver a completar tu tarea?

- Con mucho gusto, señor padre, puesto que se me paga tan bien.

- Bien; entonces, volveré mañana de nuevo a medianoche. Así lo hizo y la bóveda quedó terminada.

- Ahora -le dijo el cura- debes ayudarme a traer los cadáveres que han de enterrarse en esta bóveda.

Al pobre albañil se le erizaron los cabellos cuando oyó estas palabras. Con pasos temblorosos siguió al cura hasta una apartada habitación de la casa, en espera de encontrarse algún espantoso y macabro espectáculo; pero se tranquilizó al ver tres o cuatro grandes orzas apoyadas en un rincón, que él supuso llenas de dinero.

Entre él y el cura las transportaron con gran esfuerzo y las encerraron en su tumba. La bóveda fue tapiada, restaurado el pavimento y borradas todas las señales del trabajo. El albañil, vendado otra vez, fue sacado por un camino distinto del que antes había hecho. Luego que anduvieron bastante tiempo por un complicado laberinto de callejuelas y pasadizos, se detuvieron. Entonces, el cura puso en sus manos dos piezas de oro.

- Espera aquí -le dijo el cura- hasta que oigas la campana de la catedral tocar a maitines. Si te atreves a destapar tus ojos antes de esa hora, te sucederá una desgracia.

Dicho esto, se alejó. El albañil esperó fielmente y se distrajo en sopesar las monedas de oro en su manos y en sonarlas una contra otra. En el momento en que la campana de la catedral lanzó su matutina llamada, se descubrió los ojos y vio que se encontraba a orillas del Genil. Se dirigió a su casa lo más rápidamente posible y se gastó alegremente con su familia, durante una quincena de días, las ganancias de sus dos noches de trabajo; después de esto, quedó tan pobre como antes.

Continuó trabajando poco y rezando bastante, guardando los domingos y días de los santos, un año tras otro, en tanto que su familia seguía flaca y andrajosa como una tribu de gitanos. Una tarde que estaba sentado en la puerta de su choza se dirigió a él un viejo, rico y avariento, conocido propietario de muchas casas y casero tacaño. El acaudalado individuo lo miró un momento por debajo de sus inquietas y espesas cejas.

- Amigo, me he enterado de que eres muy pobre.

- No tengo por qué negarlo, señor, pues es cosa que salta a la vista.

- Supongo, entonces, que te agradará hacer un trabajillo y que lo harás barato.

- Más barato, señor, que ningún albañil de Granada.

- Eso es lo que yo quiero. Tengo una casa vieja que se está viniendo abajo y que me cuesta en reparaciones más de lo que vale, porque nadie quiere vivir en ella; así que he decidido arreglarla y mantenerla en pie con el mínimo gasto posible.

El albañil fue conducido a un caserón abandonado que amenazaba ruina. Pasando por varias salas y cámaras vacías, penetró en un patio interior, donde atrajo su atención una vieja fuente morisca. Quedóse sorprendido, pues, como en un sueño, vino a su memoria el recuerdo de aquel lugar.

- Dígame -preguntó-, ¿quién ocupaba antes esta casa?

- ¡La peste se lo lleve! -exclamó el propietario-. Fue un viejo cura avariento que sólo se ocupaba de sí mismo. Decían que era inmensamente rico y que, al no tener parientes, se pensaba que dejaría todos sus tesoros a la Iglesia. Murió de repente, y acudieron en tropel curas y frailes a tomar posesión de su fortuna, pero sólo encontraron unos pocos ducados en una bolsa de cuero. A mí me ha tocado la peor parte, porque desde que murió, el viejo sigue ocupando mi casa sin pagar renta, y no hay forma de aplicarle la ley a un difunto. La gente pretende que se oye todas las noches un tintineo de oro en la habitación donde dormía el viejo cura, como si estuviese contando dinero, y en ocasiones, gemidos y lamentos por el patio. Falsas o verdaderas, estas habladurías han dado mala fama a mi casa y no hay nadie que quiera vivir en ella.
- Basta -dijo el albañil con firmeza-; permítame vivir en su casa, sin pagar, hasta que se presente mejor inquilino, y yo me comprometo a repararla y a apaciguar el molesto espíritu que la perturba. Soy buen cristiano y hombre pobre y no tengo miedo al mismo diablo, aunque se presente en forma de un talego de dinero.

La oferta del honrado albañil fue de buena gana aceptada; se trasladó con su familia a la casa y cumplió todos sus compromisos. Poco a poco fue restaurándola hasta volverla a su primitivo estado; ya no se oyó más por la noche el tintineo de oro en el dormitorio del difunto cura, sino que comenzó a oírse de día en el bolsillo del albañil vivo. En una palabra: aumentó rápidamente su fortuna, con la consiguiente admiración de todos sus vecinos, y llegó a ser uno de los hombres más ricos de Granada. dio grandes sumas a la Iglesia sin duda para tranquilizar su conciencia, y nunca reveló el secreto de la bóveda a su hijo y heredero, hasta que se encontró en su lecho de muerte.

Washington Irving

martes, 18 de noviembre de 2008

CUENTO CHINO

Hoy, cuento chino, bueno, por el mismo precio dos, uno que encontré no se donde y el otro, para variar, de Eduardo Galeano.
Los acompañaremos de un poema de León Felipe, SE TODOS LOS CUENTOS. Y una canción de Celtas Cortos, CUENTAME UN CUENTO.
Estos de Celtas Cortos siempre me recuerdan lo que Fernando Poblet decía en su Guia Indiscreta de Gijón; que los Gijoneses, eramos Celtas con filtro y que tomábamos sidra en Casa Rubiera. Yo sigo tomando sidra en casa Rubiera.
Tengo la impresión de que, el que estoy contando un cuentu Chino soy yo. También se me puede aplicar eso de tien más cuentu que Calleja, que nos decían cuando jugábamos al fútbol, anda levantate que tienes más cuento que... Por cierto, luego me enteré que esto estaba relacionado con una colección de cuentos de una editorial, que se llamaba Calleja.
También los Reyes nos cuentan muchos cuentos, sera desde cuando la madre de Alfonso XIII, encargó al padre Coloma un cuento, cuando este, el rey, perdió su primer diente de leche. El cuento era El ratoncito Pérez, a Alfonso XIII, bueno de aquella sería Alfonsín, le quedó el cariñoso apodo de Budy, pues este era el nombre del pequeño rey protagonista del cuento.


!!!!!CUENTAME UN CUENTO!!!!!

SÉ TODOS LOS CUENTOS

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
Que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan
con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.

León Felipe


1º CUENTO CHINO

Cuentan que el hombre más rico de china le pidió al hombre más sabio del mundo que escribiera un tratado para la felicidad de su familia.
El sabio escribió con la mas hermosa caligrafía: "Muere el padre, muere el hijo, muere el nieto". El hombre más rico montó en colera: " Te había pedido que escribieras algo para la felicidad de mi familia ¿Porqué me haces una burla semejante?"
No era ninguna burla: Que ninguna muerte altere su orden natural, que los padres no entierren a los hijos, esa es la triste felicidad que cabe a los humanos.




EL ARTE DE MANDAR

Un emperador de China, no se sabe su nombre, ni su dinastía, ni su tiempo, llamó una noche a su consejero principal, y le confió la angustia que le impedía dormir:

–Nadie me teme –dijo.

Como sus súbditos no lo temían, tampoco lo respetaban. Como no lo respetaban, tampoco lo obedecían.

–Falta castigo –opinó el consejero.

El emperador dijo que él mandaba azotar a quien no pagara el tributo, que sometía a lento suplicio a quien no se inclinara a su paso y que enviaba a la horca a quien osara criticar sus actos.

–Pero esos son los culpables –dijo el consejero. Y explicó:

–El poder sin miedo se desinfla como el pulmón sin aire. Si sólo se castiga a los culpables, sólo los culpables sienten miedo.

El emperador meditó, en silencio, y dijo:

–Entiendo.

Y mandó al verdugo que cortara la cabeza del consejero, y dispuso que toda la población de Pekín asistiera al espectáculo en la Plaza del Poder Celestial.

El consejero fue el primero de una larga lista.


Eduardo Galeano