jueves, 5 de abril de 2018

CUATRO MINISTROS Y UN FUNERAL

SOY UN YONKI de la lectura. Necesito mi ración diaria de palabras escritas. Los dos últimos libros que colmaron mi adición fueron Autorretrato sin mi de Fernando Aramburu, y, Adiós a los padres de Héctor Aguilar Camín. Los dos fueron chutes de felicidad

LOS PADRES SON el espejo en el que nos vemos reflejados. Con el tiempo el azogue que hizo del cristal espejo se va deteriorando. Ahora se que cuando miraba a mi padre me estaba viendo. 

EN LA MUJER  de Andros, de Thornton Wilder, hay una fábula del hombre a quien el rey de las sombras permite volver a la tierra siendo joven, pero llevando dentro de sí a dos seres: el que vive y el que observa. Ve a sus padres en un día normal y concluye que están muertos en vida porque son incapaces de ver el bien que tienen, y son incapaces de verlos porque la dicha de mirar continuamente ese bien, que es la vida, resulta insoportable par los hombres. (Adiós a los padres) 

EN SEMANA SANTA huíamos del silencio. Las olas de las playas de Estaño y La Ñora apagaban nuestras risas. Esta Semana Santa la pasé en Ll. esperando la llegada del Cuco. Decia Z que cuando se sintiera el canto del Cuquiellu era conveniente tener dinero en el bolso para que no faltara a lo largo del año. Me quedé compuesto y sin Cuco. El mal tiempo y el frío retrasaron su llegada. Cantando bajo la lluvia. En la Semana Santa de mi juventud huía del silencio ahora huyo de las trompetas y tambores que acompañan al novio de la muerte. Mejor estaban, los cuatro ministros, cantando bajo la ducha. 

ME ACUERDO DE cuando murió el Papa Juan XIII porque ese día no hubo colegio. Aquel 3 de Junio de 1963, yo tenia ocho años, corro por la calle de La Playa rumbo al mar. Como dice Fernando Aramburu en su Retrato sin mi: Así y todo, no carezco de modales y, como en los autobuses urbanos, cedo mi asiento en la gloria a quien lo necesite. A mi me basta la realidad. Yo me conformo con un buen paseo por la vida. Desde entonces, hace cincuenta y cinco años, me paseo, siempre que puedo, por la orilla del mar de mi infancia. Aún no estoy maduro para la gloria.

NIKLAS, EL HIJO de Hans Frank se llevó la mano al bolsillo interior de su chaqueta y sacó unos papeles. "Era un criminal", dijo en voz baja, mientras extraía de entre ellos una pequeña fotografía en blanco y negro, desgastada y descolorida. Me la alargó. Era una imagen del cuerpo inerte de su padre tendido en un catre, tomada unos minutos después del ahorcamiento, con una etiqueta sobre el pecho.
"La miro cada día", me dijo Niklas. "Para acordarme, para asegurarme de que está muerto." Calle Este-Oeste (Philippe Sands).

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