lunes, 2 de mayo de 2016

NINA BERBEROVA

Durante las vacaciones de Navidad, fui a casa de Natasha Shklovskaia, en Finlandia, donde su padre poseía un chalet. La casa se encontraba hundida en la nieve y rodeada de una densa cortina de abetos. Nosotras mismas enganchábamos el caballo alazán de largas crines a un trineo y avanzábamos lentamente a lo largo de los caminos forestales. Los lagos y estanques se hallaban cubiertos de hielo. El día declinaba y, cuando amainaba la tormenta, grandes y pulidas estrellas aparecían en el cielo de Finlandia. Desde el amanecer, un viento enfurecido formaba enormes montones de nieve alrededor de la casa y la temperatura era tan baja que nos resultaba imposible ver el mercurio en el termómetro. A lo lejos sólo se divisaba la nieve azulada, las datchas y los abetos semidormidos en un profundo silencio. La luz de la cocina dibujaba un cuadro carmesí en la nieve. Al atardecer, regresábamos deprisa, deslizándonos entre los árboles. Los esquís rechinaban en la nieve. Un débil hilillo de humo escapaba por las chimeneas. A través de las tinieblas iluminadas por la luna, nos apresurábamos al máximo en dirección al cuadrado carmesí y al humo azul. El aire era frío y arrancábamos racimos de nieve plateada a nuestro paso.

NINA BERBEROVA
El subrayado es mío
CIRCE

1 comentario:

  1. Preciosa descripciçon, pero en navidades no voy a Finlandia ni atado.

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