miércoles, 9 de marzo de 2016

EDITOR

"Un buen editor tiene que apasionarse por el libro en sí mismo. Para mi, ser un buen editor es cuidar el libro, y para cuidarlo hace falta admirarlo por su calidad". Martin Amis, Bruce Chatwin, William Styron, Julian Barnes, Doris Lessing, Rohal Dahl,Salman Rushdie, Gabriel García Márquez, Vargas LLosa o Ian McEwan entre otros muchos fueron autores publicados en Jonathan Cape. El libro está plagado de sabrosas anécdotas. Cuando la madre del editor, todo un personaje, tenía setenta años un día le confesó a la suegra de Tom que tomaba la píldora. "Pero, Rita, no seas absurda". "Nunca se sabe" respondió Rita. Jhon Fowles era tan tacaño que le regaló a la hija de Tom una caja de lapices usados. Luego se haría millonario con La mujer del teniente francés. Pocas veces he conocido un hombre con tantas contradicciones como Kigsley Amis. Se mostraba divertido y alegre, pero en lo mas hondo y en secreto era un hombre desgraciado. Su gran pasión era el alcohol. Le invité en el Miralles para celebrar la publicación de Todos queremos ser jóvenes, y antes de empezar se bebió tres whiskys dobles, una botella de Beaune, una de Vosne Romaneé y otra de Volnay. Remató en la cena con Grand Marnier y un Courvoisier. Finalmente y aunque parezca mentira, se tomó un vaso doble de un oporto de reserva. Tuve que llamar un taxi, aunque más que llevarle en coche lo que Kinngley necesitaba era que le llevaran hasta el coche. Después de esto solo queda leer el libro de Kinngley Amis Sobrebeber. Tom Maschler, además de un apasionado de los libros, fue un buen negociador."Cuando vendes las cosas te toman mucho más en serio que cuando las regalas". También transitan por las paginas del libro, fotógrafos y actrices como Lauren Bacall, de la que no guarda muy buen recuerdo por sus exigencias. En cambio si tuvo una buena relación con John Lennon, no así con Yoko-Ono.
Poco después dejó a su adorable esposa Cynthia para comenzar "una de las grandes historias de amor de nuestro tiempo". Muchos íntimos de John estaban pasmados. Por mi parte, sólo volví a encontrarme otra vez con Yoko y fue en el Dakota, al poco tiempo de morir John. Visitarla fue como entrar en el sancta sanctorum de un jefe de la mafia: paredes oscuras, luces débiles y un silencio espectral. Me tuvo tres cuartos de hora aguardando en un banco estrecho e incómodo a que me condujeran ante su presencia, y me vi obligado a explicar el objeto de la visita, aunque de sobra sabía que iba en calidad de editor de John. Me resultó casi imposible comunicarme con ella; por tanto, y pese a que la cita nos había costado meses, me fui a los diez minutos. habría querido compartir su luto, pero ella me lo hizo absolutamente imposible.

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