viernes, 4 de diciembre de 2015

EL CIRCO

No sé si todavía hay circos que viajen a los pueblos en primavera o verano para suspender transitoriamente las leyes gravitatorias de la aburrida normalidad. Si no es así, será la prueba de que existe una pobreza creciente incluso en medio del bienestar y desarrollo tecnológico vertiginoso y sorprendente. Aunque podamos ver lo mejor de lo mejor del arte circense en Internet o en la televisión, nunca será más que una copia insulsa. El circo es estar ahí y presenciar la transformación. Hay que compartir el espacio con los acróbatas y los malabaristas. Todos congregados como una comunidad, neutralizando juntos el espacio, deteniendo el tiempo, unidos en un estado de sobrecogimiento que, a falta de otra expresión, podría llamarse una embriaguez de felicidad.
Perros que cabalgaban a lomos de caballos, morsas que se arrastraban y el director que os pedía unas veces silencio y otras aplausos. Dirigía al equipo con mano de hierro, y al público lo guiaba para que siguiera la menor señal cuando blandía el látigo con la mano enguantada de blanco. Era un hombre aterrador, el único que me causaba angustia durante el espectáculo. Mientras que todos los demás transformaban la realidad en un paraíso luminoso él era el único vínculo que nos unía a ella y a la que no tardaría en volver. Él era el maestro severo, o el borracho que a veces daba tumbos por las calles y despreciaba a los niños que se le acercaban.

Arenas Movedizas
Henning Mankell
TusQues

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