jueves, 8 de octubre de 2015

LOS BIENAVENTURADOS

...Los bienaventurados siguen celebrando cada día el rito de la charla, la ceremonia del punto de arroz y el milagro de un rayo de sol que resbala sobre las escamas de una lubina y sobre la superficie reluciente de un pomelo, al tiempo que el mar frota los cantos de la playa.

Aquella tarde de febrero el aire templado y la luz tenían la dorada densidad de la miel. Llegaban las barcas al puerto de Denia envuelta en una calma que se limitaba a subrayar las toses de los motores y los graznidos de las gaviotas flotando por encima de las embarcaciones como inseguras nubes.
Había sido capturado por una pegajosa telaraña, mientras los marineros procedían a amontonar sobre el muelle las cajas que guardaban la modesta cosecha del día: las gambas de un rojo violento, las pálidas galeras que se plegaban convulsas sobre sí mismas, dando testimonio de vida, las delicadas platijas que guardaban su blanquísima carne bajo la apenas suficiente funda tegumentaria, las opulentas lubinas con sus destellos de plata, los cangrejos , los rodaballos, los reluciente boquerones, las sardinas.
Todo aparecía envuelto en el celofán de la luz-que se iba adelgazando, haciéndose más intensa, al mismo tiempo que más frágil- y de los gritos de aquellos hombres enfundados en monos de plástico de colores chillones, que hablaban en una lengua armoniosa, antigua, cuyas palabras prolongaban el hechizo hasta convertir aquella etapa del viaje en una travesía más por el tiempo que por la geografía, como si en esta ocasión no me hubiera trasladado a ningún lugar, sino a cierto espacio remoto y luminoso.
Febrero de 1994

Mediterráneos 
Rafael Chirbes
ANAGRAMA




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