jueves, 17 de septiembre de 2015

EL BAR DE LAS GRANDES ESPERANZAS

"Un libro maravilloso.
Ojalá el whisky diera tanto placer como leer estas paginas."
James Salter

En el Dickens la gente entraba por la puerta con el paso cansado, como si cargara con un peso invisible, pero cuando salian lo hacían flotando. Uno sale de este libro como los clientes del Dickens, flotando. Dice el protagonista que a la tristeza le gusta la compañía  y que por eso la gente acude a los bares. Si a la tristeza la llamaramos depresión, en lugar de a los bares acudirían a las farmacias. Un bar es lo más parecido a una iglesia, te puedes confesar, se sirve vino y si te portas mal recibes unas hostias. 
JR creció con su madre ya que su padre era un pinchadiscos de Nueva York que los abandonó al nacer él. Al padre no le vio ni el pelo, pero si oyó su voz. Mi padre era un hombre de muchos talentos, pero en lo que era un verdadero genio era en su capacidad para desaparecer. Un día la madre le sorprendió moviendo lentamente la rueda del dial. "¿Qué estás haciendo?" "buscando a mi padre". Esta novela es tan luminosa como la sonrisa de Steve, el dueño del garito, donde los camareros eran sus apóstoles. Steve en agradecimiento a sus clientes le puso Dipsomanía a su yate. JR Moehringer llegó gracias a becas y ayudas a graduarse en Yale, pero las practicas las siguió realizando en  El Dickens donde su tío Charlie dictaba sentencias con dos golpes de botella encima de la barra. 
En mi adolescencia yo también tuve mi Dickens, rodeado de bebedores y fumadores aprendí el arte de vivir. Allí se jugaba al mus y se comentaban las noticias al oeste del río Piles. Cuando jugaba el Sporting el bar bullía antes y después de los partidos. La gente desaparecía y a mi me parecía natural. Eran mayores, tenían cuarenta o cincuenta años. Se los llevaba el alcohol y el tabaco.

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