martes, 17 de diciembre de 2013

LA ENSEÑANZA QUE NOS ESPERA

Cuenta Esther Tusquest en sus memorias -Habíamos ganado la guerra- lo que se encontró al entrar en la universidad de los años cuarenta. Un Panorama muy parecido al que nos quieren llevar ahora los herederos de aquellos. 
Me gustaban algunas de las clases, algunos de los profesores, pero eran los menos. En conjunto, el nivel me parecía más frío, más mediocre, que el que había dejado en el colegio. Éramos unos cien alumnos en primero de Comunes, y casi todo chicas, la mayoría de clase media. También había bastantes monjas, porque seguían monopolizando los colegios femeninos de enseñanza secundaria y ahora, si no querían recurrir al profesorado externo, seglar, al que había que contratar  y pagar un sueldo, tenían que disponer de monjas con licenciatura. Nadie opinaba, nadie discutía, nadie protestaba. Cada profesor organizaba sus clases como le daba la gana. Si a uno se le hubiera antojado que nos examináramos sobre zancos y recitando de memoria la guía telefónica, lo habríamos hecho. Nos hinchamos a aprender sin rechistar cosas disparatadas e inútiles. Y los alumnos sabíamos que muchos catedráticos estaban allí designados a dedo, por lealtad al régimen o por servicios prestados, y porque había que cubrir de algún modo las vacantes que habían dejado los profesores del tiempo de la República que habían tenido que exiliarse o habían sido expulsados.
Había además, en todos los curso de la carrera-supongo que de todas las carreras universitarias- tres asignaturas absolutamente obligatorias, llamadas "las tres Marías" sin aprobar las cuales no iban a darte el título de licenciatura. Religión, Gimnasia y Formación del Espíritu Nacional (o sea, doctrina falangista).

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