jueves, 1 de agosto de 2013

EL DIOS DE MI PADRE

Abro el  libro de relatos de John Fante por una página cualquiera y me encuentro El Dios de mi padre,  lo más divertido del día después del discurso de Rajoy "me equivoqué al confiar en Bárcenas, me engañó". Hace unos meses "me equivoque no volverá a ocurrir" (El Rey). Estos son como el matrimonio del relato, están al mando de un barco que navega por aguas turbulentas. 
...El domingo por la mañana nuestra casa era un caos. Aún puedo ver a mi madre frenética, yendo de cuarto en cuarto con la combinación rosa, las trenzas enroscadas encima de la cabeza, encargándose de que estuviéramos todos vestidos para la misa de diez. Ella nos abrillantaba los zapatos, nos hacia los nudos de la corbata, cosía botones, remendaba agujeros, preparaba el desayuno, planchaba la falda plisada de mi hermana. Armada con una bayeta, nos inspeccionaba las orejas y la parte posterior del cuello, rascaba la suciedad.
Finalmente, en los últimos momentos, antes de salir, se ponía polvos de talco en la cara y aparecía en la habitación delantera, donde mi padre, ajeno a todo, estaba despatarrado, leyendo el Denver Post. Ella le ponía la espalda delante para que le abrochara los botones.
-Abróchame.
Masticando un puro, él entornaba los ojos para que no le molestaran las volutas de humo y colaba los botones en los ojales con dedos torpes. Era la única contribución que hacia a aquellas ajetreadas mañanas.
-¿Por qué no vienes a misa con nosotros? -preguntaba ella a menudo.
-¿Para qué? 
-Para adorar a Dios. Para dar ejemplo a tus hijos.
-Dios ve a mi familia en la iglesia. Es suficiente. Él sabe que yo los he mandado.
-¿No sería mejor que Dios te viera también a ti?
-Dios está en todas partes, así que ¿por qué tengo que ir a verlo a una iglesia? Él también está aquí, en esta casa, en esta habitación. Está en mi mano. Mira.-Abría y cerraba la mano-.Está justo aquí. En mis ojos, en mi boca, mis orejas, mi sangre. Entonces ¿qué sentido tiene recorrer ocho manzanas a través de la nieve, cuando lo único que tengo que hacer es sentarme aquí, con Dios, en mi propia casa?
Los niños nos quedábamos escuchando embelesados aquella grandiosa y estimulante exposición teológica, con el cuello de la camisa que nos picaba, mientras la silenciosa nieve caía y nosotros desviábamos los ojos hacia la ventana y tiritábamos ante la sola idea de tener que cruzar los montones de nieve, camino de la fría iglesia.  
Papá tiene razón- decía yo. Dios está en todas partes. lo dice el catecismo. ¿no podríamos arrodillarnos aquí y rezar un rato? A Dios no le importará.
-¡Mira lo que has hecho!-exclamó mi madre mirando furiosa a mi padre.
-El único que reza en casa soy yo-dijo. Los demás andando...Apreté los puños y anhelé el día que me convirtiera en hombre para machacar los sesos a mi padre...

PD Este fragmento del relato El Dios de mi padre (John Fante), forma parte del libro  El vino de la juventud (Anagrama). ¡Viva el vino!

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