lunes, 5 de noviembre de 2012

FELIPE III Y SU ÉPOCA

FELIPE III era un pobre hijo de mujer, débil y azoradizo como un rapaz que tuviera que habérselas en la noche con fantasmas y endriagos.  Mejor que nublarse se extinguía aquel sol que, bajo el segundo Austria, hacía rutilar el escudo de Castilla, igual que un astro único en el firmamento. Tornaban de Indias los galeones sin oro entre sus flancos, porque el mal azar disponía siempre que se toparan en las soledades del mar con los bajeles ingleses organizados para tal uso. Volvían las milicias de sus lejanas e ímprobas expediciones guerreas, famélicas y sin garbo; sus soldadas, impagadas, eran motivo de agio para logreros, que tapaban con sus nombres los de  muy esclarecidos varones de la corte. Iglesias y conventos brotaban de la haz del país como una vegetación letal y avasalladora.
Los tributos siempre en aumento, eran como una losa funeral de bronce, y no había otras cariátides para sostenerlos que los lomos descarnados de villanos menestrales y pecheras. Tornose la nación exangüe ; y sin pan ni consuelo, diose a orar desesperadamente y el muy piadoso Felipe III, por pereza mejor que por idiotez, confió en hombres mortales como él, pero que, perturbados por la ambición, eran capaces de más peligrosas vesanias. El duque de Lerma, el conde de Olivares, Don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias. Una vez, yendo el rey acompañando a la procesión en la fiesta religiosa que se llama "La Octava del Santísimo, un labriego se le puso delante y lo apostrofó,diciendo:"¡Al rey todos lo engañan y esta Monarquía se va acabando, y quien no lo remedie arderán en los infiernos!". El rey no le hizo caso. Otra vez el Consejo de Castilla hizo ver a la majestad, en un mensaje dividido en siete capítulos, las causa y remedios de la despauperización española.
En  el primero señalaba la carga excesiva de tributos; en el tercero recomendaba el fomento de la agricultura y la obligación en que se debía poner a los grandes señores y títulos del reino "de salir de la corte e irse a vivir a sus estados respectivos, donde podrían, labrando sus tierras, dar trabajo, jornal y sustento a los pobres, haciendo producir sus haciendas"; en el sexto se exhortaba al poder regio a que no se dieran más licencias para fundar "nuevas religiones y monasterios". El rey no le hizo caso.

ILUMINACIONES EN LA SOMBRA
ALEJANDRO SAWA

 «La Octava del Santísimo», un labriego 

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