viernes, 23 de noviembre de 2012

EMILIO CASTELAR

 Emilio Castelar era un hombre de talento y un gran orador, el más grande que ha tenido España. Pero eso no importa. Jamás profundizó en nada ni poseyó juicio riguroso en nada, ni criterio exigente sobre nada. Como todos los espíritus extravertidos, vivía en actor, en actor que se ignoraba a sí mismo, la mayor parte del tiempo. Podía y sabía improvisar un discurso, pero casi nunca lo hizo. Prefería escribirlos primero, y después, fiando en su memoria portentosa, aprendérselos de memoria, total o parcialmente. Sin embargo, al empezar a hablar estaba nervioso, se le veía inquieto en su escaño y no encontraba el tono de voz, que le salia al principio aguda y chillona como la de su mujer. Pero después. ¡ah, después! Después aparecía el Castelar inenarrable. Su estilo hizo estragos en su época.
Castelar era un maniático de la elocuencia. Estaba siempre en orador, bien en el Congreso, bien como pequeño berborreico hablando con su cocinera. En este aspecto debía ser insoportable. Posaba en monumento nacional. La tertulia de su casa se reducía al largo monólogo de don Emilio, apenas interrumpido en breves intervenciones de alguno de los presentes.

Las Tertulias de Madrid
Antonio Espina

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