domingo, 12 de febrero de 2012

JUAN MARCH



Entra en la redacción de La Libertad un hombre sumamente  largo y flaco, ondulante como un berlingot humano, con unos ojillos pequeñines y una naricilla larga y torcida. Viste de oscuro, modesta y hasta ramplonamente. Trae en la mano un sombrero flexible, abollado por la presión. Ese hombre tan vulgar es el hombre más rico de España, con el que sólo puede competir el catalán Cambó. Es don Juan March.
Entretenemos el tiempo de espera con comentarios, naturalmente mordaces, para el hábil advenedizo que de cargador en los muelles de Palma de Mallorca se ha elevado a la categoría de Rockefeller, reuniendo una colosal fortuna a costa del contrabando. Se recuerda que la voz popular (que no es siempre la de Dios) le achaca el homicidio, que quedó impune, de un compañero de trabajo cuando cargaba bultos en el muelle. Es un hombre que si quisiera, podría  hacer la revolución y derrocar al régimen. Pero él no quiere. Precisamente ahora, el Dictador acaba de concederle el monopolio de tabaco de Marruecos y ha publicado una de sus notas de inserción obligatoria  rehabilitando el buen nombre del ex-contrabandista, y haciendo constar que al pecador arrepentido, hay que abrirle los brazos.

La novela de un literato
Rafael Cansinos-Asséns

P.D.  Cuando Rafael Cansinos Asséns escribió ésto, era el año 1929, final de la dictadura de Primo de Rivera. Juan March ayudó a derrocar  La República Español aportando 15 millones de libras esterlinas a Francisco Franco. 

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