sábado, 9 de abril de 2011

EL LEVIATÁN (JOSEPH ROTH)

De la traición a uno mismo y de la venganza del destino nos habla el Leviatán de Joseph Roth. Nissen Piezenik es un comerciante de corales de la pequeña ciudad de Progody que ama los corales auténticos. Jenö Lakatos, un comerciante de Budapest e importador a tierras rusas de corales de celuloide que, cuando se encienden, arden tan azuladamente como la cortina de fuego que rodea el infierno, le ofrece a Nissen Piezenik corales más baratos, !de celuloide amigo mio! Y Niessen  se traiciona a si mismo mezclando  los corales de celuloide con los auténticos y, lo que es peor, traiciona a las plantas más nobles del submundo oceánico, criaturas del pez original Leviatán. 
En la pequeña ciudad de Prorody vivía en otro tiempo un comerciante de corales, conocido a la redonda en toda la región por su honradez y la excelencia y fiable calidad de sus géneros...En el transcurso de su larga práctica como comerciante de corales había observado a menudo cómo los corales que -a pesar de su color rojo-habían sido dejados pálidos y cada vez más pálidos en sus armarios comenzaban a relucir de pronto cuando colgaban del cuello de alguna campesina hermosa y sana, como si se alimentasen de la sangre de las mujeres. A veces llevaban al comerciante ristras de corales para que los compraran de nuevoy él se daba cuenta enseguida de si habían sido llevados por mujeres enfermizas o sanas...En las hermosas tardes, cuando el sol poniente enviaba su dorado saludo de despedida a través de la ventanas enrejadas de Piczenik y los montones de corales de todas clases y colores, animados por su resplandor melancólico y al mismo tiempo consolador, comenzaban a iluminarse, como si cada piedrecita tuviera una luz diminuta en su fina cavidad, llegaban los campesinos alegres y alegrados para recoger a las campesinas, con sus pañuelos azules y rojizos llenos de monedas de plata y cobre y con pesada botas claveteadas que crujían en las piedras del patio. Los campesinos saludaban a Nissen Piczenik con abrazos, besos y entre risas y llantos, como si volviesen a encontrar en él, después de decenios, a un amigo que no hubieran visto y al que hubieran echado mucho de menos. Le tenían aprecio querían incluso a a aquel judío tranquilo, grandullón y pelirrojo, de ojillos de porcelana azul, sinceros y a veces soñadores, en los que habitaba la honradez, la probidad del comercio, la sagacidad del experto y, al mismo tiempo, la tontería de alguien que nunca había salido de la pequeña ciudad de Progrody.Tenía su propia teoría, muy especial, sobre los corales. En su opinión eran, como ya he dicho, animales marinos que, en cierto modo sólo por inteligente modestia, fingían ser árboles y plantas, a fin de no verse atacados y devorados por los tiburones. Era ardiente deseo de los corales ser cogidos y llevados a la superficie de la tierra, tallados, pulido y ensartado, para servir finalmente al verdadero fin de su existencia: ser joyas de las hermosas aldeanas.



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